RETAZOS

No todos los fines de semana tocaba guateque. Por muy sesentero que fuese y el empeño por orlar los de mi generación aquel fenómeno como una iniciación, no era la cosa para tanto como después se ha ponderado el invento. En un pueblo, entonces de algunos cientos de habitantes, donde hasta el cacarear del gallinero estaba controlado por la Jefatura Local del Movimiento, por mucho que los de “la nueva ola” (así nos conocían porque así nos llamaban) quisiéramos creer, cualquier sucedido era conocido incluso antes de que pasara. Incluido el guateque en casa de la tita Rosario, o en el bajo de los Valcárcel; quizá en los patios de Pepito el de la luz… El pickUb, por supuesto, era milagro reservado a Cándido.

El bailar separados para la moral daba igual que fuera un twist que una jota aragonesa; y en el “agarrado” más plausible, y poco palpable, corría un buen par de palmos de oreo entre los cuerpos, luego tampoco la cosa era para tanto… La idealización, más o menos homérica, que los de mi edad hemos tejido al guatequeo aquel, tiene su punto romántico, sí, bueno, no diré yo que no, pero en modo alguno heroico. Que los extremos de mis dedos pudieran rozar el contorno de una mano, de una cintura, perteneciente a criatura femenina, era toda la épica que cabía en aquello.

Más arriesgado y meritorio era quedar con alguna de aquellas zagalas – o quizá te la tropezabas – en algún lugar de aquella desplayada playa, en algún atrio de las deshabitadas casas, de aquel mar pequeño, familiar y casero, para charlar, hablar un rato… Carmen era lo que era: espontánea, transparente, ocurrente, divertida, de chispeante personalidad… Águeda, por el contrario, era reflexiva, culta, reservada e introvertida, con un mundo interior por descubrir, siquiera ella misma…Raros eran estos encuentros fortuitos, no buscados, o quizá sí provocados, no lo sé… pero en los que la dimensión humana sobrepasaba de largo la relación de grupo. Nada que ver y mucho por descubrir… y aprender.

Algunas tardes festivas venían huérfanas. No había guateque ni existía ningún evento previsto… Tan solo salías junto al mar a ver lo que, o a quién, encontrabas; a veces tan solo te encontrabas a ti mismo, y tampoco mucho (aviso que la telefonía móvil no existía ni en la más enfebrecida imaginación), por lo que tú eras tu propia compañía… Alguna que otra vez veía bajar a Cándido por la calle que conectaba con la de su casa. Su tío Pepe tenía un bote, anclado a un pasillo de balneario cercano a la Pescadería, al que le había dado libre uso y acceso a su sobrino… Así que, tras comprobar que tenía dentro los remos, libramos la soga de la estacha y abríamos camino dentro del mar. Por costumbre tácita nunca íbamos más allá de la “Raya Azul”; así conocíamos a una especie de frontera visual desde la orilla, quizá trazada por la profundidad de la laguna, quizá por las diferentes corrientes de su fondo. Tampoco nunca me he preocupado de saberlo. Pero eso era lo estipulado, sin más historias.

Es ésta una experiencia que vuelve a mi memoria una y ora vez, de manera repetitiva, cada cuándo y cada cuánto que me asomo al abismo de mis recuerdos… siempre me aborda la barca de Cándido, ella a mí, no yo a ella… Quien la haya tenido quizá se aproxime a lo que intento transmitir. Sentirse flotando dentro del mar, lo suficientemente alejado como para perder cierto sentido de dependencia, con una tenue línea de casas dormidas en la popa, que te aleja de todo, y un horizonte indeciso en la proa, mecido en el silencio opaco del atardecer, es como para preguntarse a sí mismo más de un algo en cualquier caso.

Y en ese caso éramos dos: Cándido y yo… Que el sentimiento aflore de los sentidos es algo aprendido, pero debíamos de sentir lo mismo cuando fluían las mismas palabras, las mismas ideas, parecidas conclusiones; el mismo acompañamiento para las mismas sensaciones; igual pensamiento en el mismo momento; como si nosotros no formáramos parte de un litoral que se nos mostraba alejado de sus miedos, sus deseos y afanes, de sus querencias y sus ansias, y nos integrara a un todo más vasto, a una realidad más completa: el mar, la brisa, el crepúsculo, el chapoteo del agua en el casco… una paz y quietud que se podía respirar y hacer parte de nosotros mismos.

El compartir tales momentos con personas que sienten de igual manera su patrimonio de vivencias, es experimentar la realidad de forma distinta… Y claro que no fue la única persona en compartir tal patrimonio de vida. También está Joaquín, y otros y otras con los/las que se conforma algún algo que uno intuye importante. Y determinante… Pero suelen ser pocas, muy pocas, lo suficiente como para no olvidarlo. Ahora bien, ¿lo importante son los hechos o las personas con las que compartimos tales hechos?.. ¿Nos acordamos de los casos por las personas, o recordamos a las personas por los casos?.. ¿qué motiva de lo uno a lo otro?.. ¿Qué es lo que en verdad valoramos?..

No me contesten a mí, sino cada cual a sí mismo… Lo que yo opine no tiene importancia, ni más valor que lo que opine otro. No es Ex Cátedra. De hecho, puede haber dos viviendo una misma experiencia y sacar conclusiones diferentes, lecciones distintas. Yo apenas sé un par de cosas al respecto, y tampoco estoy absolutamente seguro de interpretarlas correctamente: una, que los seres humanos somos colapsadores de energía, esto es, materializamos nuestra realidad día a día a través de nuestros sentimientos; y dos, que esto lo hacemos a cada momento de nuestra existencia, y casi nunca en soledad, sino en sociedad. En mutua compañía.

Si esto les sirve de algo, si les vale para construir algún tipo de razonamiento, me alegraré mucho de haber contribuido a ello… Pero mis vivencias no son sentencias. Como las de nadie tampoco. Tan solo son “conocencias”. Algunas veces solo sirven para entretenernos, porque toda evocación es contagiosa, y las ajenas atraen las propias. Y eso, claro, hace implicarse a quién lo lee… Y puede que, entonces, eso sea lo realmente positivo. ¿o no?..

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escribirgo.com

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

Deja una respuesta