PERIÓDICOS

No lo puedo evitar, pero estaré unido a los periódicos de papel hasta que me muera, a poco que aguanten ellos y a poco que aguante yo… Desde bien chico, los periódicos y Correos me andan por las tripas del alma, como parte intrínseca de mi propia existencia: los primeros eran parte del pan que comíamos, y lo segundo el medio por el que nos llegaban los de cada día. Mi hermano y yo los acarreábamos a diario, a veces, arrastrando o a cuestas las viejas y mugrosas sacas que nos dejaban los carteros… O “a capela”, según se dejaran manejar los paquetes desde la oficina a la tienda. Los de Madrid llegaban con una fecha de retraso. Pero se buscaban y leían. Entonces se leían periódicos aún sabiéndolos domesticados y con el bozal puesto por la dictadura. Mucho, muchísimo más que hoy se leen, a pesar de dejar las manos negras de tinta y las cabezas llenas de dudas.

En verano los transportábamos a cientos a nuestra caseta de feria, al igual que las revistas, los tebeos…Y luego los repartíamos, casa por casa, entre los suscriptores veraneantes a lo largo y ancho de nuestro pueblo, mientras mi madre desliaba el control de los mismos, y mi prima Tinita, aliada al estío y afiliada al lío, se afanaba en echar una mano tras el mostrador abierto al paseo. Ese mismo trajín todos los días y hasta en las fiestas de guardar, sin parar. Era la mecánica de nuestra economía de sobrevivencia… Tinita los recuerda aún como felices haceres de la época de su niñez: “comíamos cuando podíamos y cagábamos donde podíamos, siempre con la tienda abierta”… Cierto. Y dormíamos como nos apañábamos. Después del reparto, nos mandaban a bañarnos, cerca del San Antonio, y luego mi abuela Julia iba a recogernos a grito de pulmón desde el cantil de la orilla. Los veraneantes nos tenían a Tinita y a mí por hermanos gemelares…

Pero yo quería hablarles de los periódicos, no de otra cosa… lo que me ocurre es que los llevo enredados en la misma genética de nacimiento y crecencia, y me es difícil separarlos de mis primeras granzas, y por eso mezclo churras con merinas en los inicios del discurso. Sin embargo, eso les dará una idea de hasta dónde se enraízan mis relaciones con el papel impreso, más conocido por el genérico de “prensa”.

Luego, conforme iba entrando en edad de querer creer, o quizá mejor de creer querer (a estas alturas ya no lo sé), igual me entró la gusanera de: si leo lo que otros escriben, ¿por qué no puedo escribir lo que otros lean?, y comencé a hacer méritos en lo de ser corresponsal de alguna cabecera. Y la de La Verdad era la más a mano. Si mi padre era allí el corresponsal administrativo, como lo llamaban, ¿por qué no ser yo el corresponsal informativo?.. En aquella época solo se cobraba en pruritos, en dudosas presunciones; en gratuitas concesiones… pero lo único cierto es que las corresponsalías les salían por nada a las cabeceras, que mantenían un “tonto útil” en los pueblos que les resolvía la noticiería local de cada día sin que les costara un níquel, pues todo gasto salía de nuestro bolsillo.

Época semiaventurera aquella, donde mi siempre recordado amigo Cándido se hizo también plumilla corresponsal de la otra galerada regional: Línea, y compartíamos cámara y transporte, su inolvidable Montesa, a cuyos lomos nos lanzábamos a localidades vecinas de veraneo, Los Urrutias, Los Nietos, donde chocábamos, nos tropezábamos y competíamos con el corresponsal de La Unión, Pascual García Mateos, que en el transcurrir de los almanaques acabamos de camaradas y amigos en COEC, en otras aventuras y andurriales empresariales…

Colaboré con Adela M. Cachá, cuando la implantación territorial de sus primeros Noticiarios dominicales, ya en Torre-Pacheco; donde separé mi camino incumplido por el periódico e inconcluso por mí, para colaborar con la recién nacida La Opinión, del brazo de Paloma Reverte, como columnista multifase… hasta ser, con el transcurso de los años (+30) defenestrado por la neocensura inquisidora de nuevo en acción. Más efectiva que la anterior al ir bajo la cobarde orden de “el que paga manda”, y disfrazada del tapatodo “línea editorial”… El que sabe, lo entiende.

Pero creo que, con todo lo relatado hasta aquí, es más que suficiente para entender que tal querencia acusa – en mi caso al menos – el quebranto continuo y sin marcha atrás de la cada vez menos presencia de periódicos en los pueblos.   Los lectores van abandonándolos, y en consecuencia, los quioscos van cerrando porque ya solo producen pérdidas. Apatía y desidia es la mezcla explosiva que lo provoca. Que un pueblo de veinte mil habitantes cierre su último punto de venta de prensa tan solo indica el bajo nivel cultural de ese pueblo. En definitiva, se retrata él mismo por sí mismo.

Y, por favor, no me vengan con lo de que es que el periódico digital, tal y cual, y cuentos de cuentistas. Eso solo vale para muchos titulares y poco columnismo. Y muy, muy poco, poquísimo, esfuerzo… es como una degustación, no es un plato fuerte, ni un menú convincente. Yo ahora participo en ellos, pero no me engaño a mí mismo. Eso es otra cosa, y otras cosas, muy dignas por cierto, puestos a especular… Lo que pasa es que quizá se junte el hambre con las ganas de comer, esto es: la desidia de las cabeceras que quedan impresas con la desgana de leer en la gente; y hete aquí el panorama que destila la actualidad: de verdadera pena.

Y conste en aquesta acta, que diría don Nuño, que esto no es una queja, es tan solo que una constatación… un sucedido contado por un simple corresponsal de vida. A mí ya me afecta tan poco, y por tan poco tiempo, que el quejarme sería tan absurdo como patético, como ustedes comprenderán. Si escribo éste de hoy, es tan solo para que, los que han olvidado o perdido la perspectiva por falta de brújula, sepan que hubo un tiempo, en circunstancias más penosas y sacrificadas que las presentes, en que, por poco más que una peseta que valía un jodido periódico (apenas un céntimo de hoy) se movía – casi que heroicamente – todo un mundo para poder leerlos… No importaban los nulos medios, ni los sacrificios, ni la insanía política de la época, ni la espantosa escasez…

La cosa era que todo suponía un valor en sí mismo, de dignidad y de sed por saber lo escondido conociendo lo conocible; y que era la única vía de información a pesar de toda su deformación; y había que mantenerla abierta aún por la miseria que tal función suponía… Eso sí, la gente quería, la esperaba, y la buscaba. Habrá personal que no entiendan lo que digo. Lo siento por ellos…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

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