He escrito ya muchas veces sobre la parte del Génesis que trata de la creación del hombre… que si fue amasado del barro de la tierra e insuflado del aliento de vida y todo eso; que se relata con ligeras variaciones según la mano del escribano. También he comentado en más de una ocasión que el lodo de esa tierra significa que es materia de esta Tierra – como planeta y lugar específico – fruto de aquí, como la fauna autóctona nacida aquí mismo con mayor exactitud. Digamos que el animal más apto para intentar acelerar la evolución (según lo que entendamos por evolución, claro).
También he defendido siempre – permítanmelo una vez más – que los encargados de realizar tal “experimento” era Elohim (Dios) según las escrituras, salvo que elohim es plural, esto es: dioses… Dioses bajados del cielo, a tal efecto, según las teorías de Von Dániken y Fáber Kaiser, entre otros investigadores; y que intervinieron directamente en la elaboración, tutela, educación, desarrollo y enseñanza de aquellos primarios, primerizos y primitivos, seres humanos hechos a su mejor imagen y semejanza posible. (lemures los llaman en las más antiguas culturas).
Igual que el castigo ejemplar de borrarnos del mapa si nos torcíamos. Ahí tienen ustedes al puñetero “Jehová, Dios de los Ejércitos”, según la nomenclatura del propio Antiguo Testamento, dispuesto al exterminio. Poco valíamos como producto para nuestros “hacedores”, salvo que luego, después… “bajaron y se aparearon con las hijas de los Hombres, pues les parecieron bellas, y de cuya unión nacieron varones de gran nombradía”, según reza en la relatada saga de la Historia Sagrada.
No… no es lo mismo bajar a exterminar que ayudar a repoblar; no es lo mismo bajar a castigar que bajar a echar un…una carta. Vale, pues muy bien, de acuerdo, nada que objetar. Sin embargo, en estos relatos luego convertidos en leyendas y mitos de una religión, débilmente adaptadas y acomodadas, a mí siempre me quedó un cabo suelto: Me refiero a la “Rebelión” de los ángeles “malos” que, queriendo ser como Dios, esto es, creadores, fueron derrotados y arrojados de los cielos a la tierra (precisamente) a… hacer ¿qué, en concreto?.. Si intentamos seguir un hilo secuencial lógico, razonable y de sentido común, la respuesta no sería disparatada: energías inteligentes condenadas – enviadas – al mundo de la materia para que experimentaran con ella.
Si fue como castigo, o como orden, encargo o mandato, o todo a la vez (nada existe ocioso en la creación, recuérdenlo), el caso es que se metieron de lleno en el charco que habían querido pisar hasta las mismísimas alas; se unieron con la camada de su propia crianza, versus hembras humanas resultonas, y aquí están, empringados en y con nuestra apropia genética hasta que el ángel turuta toque diana… Habría un plan B posible, y es que nosotros mismos, como género humano, seamos los propios ángeles caídos en cuerpo y alma, lo que pasa es que no veo yo mucha diferencia entre ser los originales, o los descendientes directos de los manipulados primigenios. Es igual…
El caso es que hasta aquí el primer acto de la función. De una función que yo creo aún inacabada… Lo que pasa es que una humanidad joven, que aún mantiene aparentemente el recuerdo de su propio origen de seres venidos de las estrellas (no sabemos si estrellados), pronto precisó de religiones que lo re-ligaran con su pasado y con sus antepasados, y que le dieran sentido a su dependencia y descendencia de los dioses que lo crearon. Es perfectamente natural… Y aquí aparecen los “hacedores” de religiones, debidamente sacerdotizados, como intermediarios exclusivos entre Dios – los dioses –, o lo que haga falta, y los hombres.
Y estos hacedores/trincadores tuvieron un flash de inteligencia al separar al diablo de ese hombre, como un ente distinto y diferenciado, sobre el que personalizar todo el mal que lleva y conlleva la propia criatura humana y que todos compartimos. Al igual que el psicoanálisis separa al Ego del Yo humano, la religión inventada hace lo propio con el bien y el mal, haciendo a este último directamente enemigo del hombre, y a ellos, la clase administradora sacerdotal… nada por aquí, nada por allá: convirtiéndose a sí mismos en los “defensores” ante el maligno, de ese mismo hombre.
Pero lo cierto y verdad es que somos demonios voluntarios en cuyo interior nos anda cacharreando Dios para que aprendamos lo que vale un peine y reconvertirnos en lo que perdimos por gilipollas prepotentes… Acuérdense, si quieren, de que Jesucristo llamaba Satanás a las personas directamente en cuanto éstas caían en la burricie, y no a entes inextinguibles… “·Apártate de mí, Satanás”, le soltó a su pupilo Pedro. O cuando explicó que “el mal no entra de fuera, sino que está dentro de cada uno”; como aviso a navegantes. Lo que quiere decir que el mal, como también el bien, es intrínseco de nuestra naturaleza humana, tanto como que somos Pericos Boteros vivientes y coleantes…
El bien y el mal conviven en el ser humano desde que se nos plantó in aquesta maceta. No existen por separado, por el simple hecho que se justifican el uno al otro y participan de la misma naturaleza dual de la que estamos formados y en la que estamos conformados… De hecho, el mal como tal no existe: es una deformación del bien; una perversión de lo perfecto. La perfección, el bien, no necesita de nada para subsistir, sin embargo el mal necesita al propio mal para subsistir… La Creación usa como motor la fuerza de los opuestos, y eso es lo que hay, nada más.
Todo lo cual desemboca en que el Logos no es los dioses que conocemos, aunque todos seamos parte y arte del mismo invento; y que esta obra aún anda apenas empezado el segundo capítulo; y que aún somos la tinta, no la pluma que la escribe… “Hasta que toda materia esté sublimizada” rezan los muy antiguos arcanos alquimistas, así que a buen entendedor… Nosotros tan solo podemos colaborar empujando en uno u otro sentido. Eso depende de cada quisque.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com