Recuerdo aquella mañana lluviosa en mi destino del cuartel, en la base… Me llamó mi teniente para anunciarme que había ganado un algo literario, un premio, un accésit, en los entonces Juegos Florales, que así se llamaban, y se celebraban en el pueblo, pero que (me avisaba) tendría que acudir a recibirlo de uniforme. Efectivamente, me había presentado con un trabajico de prosa – “Llegará un día…”, creo recordar que se titulaba – así, con sus puntos suspensivos y todo. La ceremonia de entrega de galardones iba a celebrarse días después en el frondoso patio del Hotel La Encarnación, lo cual no dejaba de tener un regusto satisfactorio e íntimo.
Pero si algo redondeaba la alegría fue enterarme poco después, que me acompañarían, entre algún otro, un par de amigos míos de pata negra y con denominación de origen: Cándido y Juan Luís, que igual habían optado dándole a la poesía y a la narración, y habían obtenido uno de aquellos premios que se daban a las artes de la pluma… Nos ganamos, ufanos, unas figurillas talladas en madera, de tema quijotesco creo, que cumplieron por lo sobrado con el prurito que rezumábamos… Bueno, Juan Luís rezumaba algo más: el fruto de un coñac doble que nuestra anfitriona, Paquita Paredes, le suministró vía in extremis, por el miedo escénico que le nervioseaba, y para soltarlo en su oratoria. Ni qué decir, que le surtió el efecto deseado de largo y por lo sobrado… Los tres estamos inmortalizados en papel fotográfico, en riguroso blanco y negro, ellos de chaqueta y corbata estrecha, como correspondía a la época, y yo de soldado de aviación, como correspondía a mi estado. La guardo a la vista, cerca de los ojos del cuerpo y grabada en los del alma.
Los tres veníamos de la escuela, y, aunque centrifugados cada uno por su lado tras la misma: Juan Luís a Magisterio, Cándido a Ingeniería, y yo a trabajar por lo mío, seguimos compartiendo leña y peña, grupo, aficiones, riesgos, incluso distancia y tiempo, y muchas cosas más… Las amistades formadas en la primera forja suelen durar hasta el final del arado. Y las aventuras y vivencias compartidas son el mejor pegamento… El viaje de los tres a Madrid, tras nuestros estudios iniciales, y la inocente osadía de plantarnos en la puerta de una gran dama de la escena: doña Julia Caba Alba, buscando una entrevista afantasmada, como nosotros, en representación de un fantasmal club de pueblo…
Cándido y yo, simultaneando labor de pic-kup en guateques, cabalgábamos a lomos de su moto Ossa, cargados de cassette, máquina fotográfica, blocs y bolis, y nos lanzábamos, tan orgullosos, a las agujereadas carreteras comarcales para cubrir las anémicas noticias con que alimentábamos a los periódicos que nos tenían como corresponsales de fortuna. Él Línea y yo La Verdad, o al revés… Las anécdotas que ambos vivimos y compartimos, y acumulamos, como de otra naturaleza después, conforman el tejido de una amistad entrañable, de las de querencia antigua, de las de poso y reposo…
Ahora Cándido se nos ha ido… Una jodida enfermedad ha machacado sus últimos años preparando su final. Y se nos ha marchado con su extremada lealtad, honradez y bonhomía a cuestas, tal y como siempre vivió y ejerció en toda su existencia. Encarando las dificultades de frente, con entereza y honestidad a prueba de yunque, que su mujer y sus hijas conocen bien, y de las que yo algo sé… En esta pesada y larga prueba, varias veces me dijo que agradecía y se daba por contento con los años de vida que le birló a la de la guadaña. Que estaba satisfecho con el regate. En vez de maldecir y quejarse de su suerte, se felicitaba por haberle negociado a nuestra última hermana un tiempo con el que no contaba. Era felizmente estóico… De esa madera estaba hecho. Ojalá y algo se me haya pegado de él en este sentido…
Cándido, además de ser un amigo de siempre, que me seguía, me comentaba y me animaba en mis escritos, era también amigo de querencia vieja, antigua, arcáica y arcana, apegada y no apagada, que me deja un hueco, otro más, en el alma… Uno se siente aún más huérfano en sí mismo. Es una horfandad serena, tranquila, apacible, sentida, triste, profunda, de la que tiene la virtud de dejarte vacío tras haberte saciado. Uno tiene ahora que reorganizar su propio trastero para poder adaptar el acervo de la última mudanza, que no por esperada resulta menos dolorosa. Es como un intento de pasar página, pero que tiene el efecto contrario, porque a cada una que se pasa más lo acerca a uno a su propia y última página…
…Y son ya demasiadas páginas pasadas. Exactamente hace un año, Joaquín, otro compañero de vida y andadura, también dejó otro pedazo vacío a la vez que lleno… Ahora, Cándido viene a sumarse a la resta. Cada vez son más tirando al otro lado de la cuerda, y menos los que tiran de este otro cabo… y ya solo tendría que dejarme llevar, lo que pasa es que este juego tiene unas reglas que no deja funcionar ambos extremos con los mismos parámetros. Pero miro a mi alrededor y veo que mi historia, mis vivencias y querencias, mi yo mismo, reside más parte de ese todo en el otro lado del espejo que aquí, donde acumulo más recuerdos que realidades.
Y, la verdad, vivir ya de recuerdos y entre recuerdos no es rentable para esa existencia… “Es la vida”, se dice, pero quizá que no sea exactamente la vida, o puede que sí… Lo único que nos queda a los de mi quinta – y tampoco es mucho – es tener alrededor alguien con quién recordar experiencias compartidas, ya saben… Cuando ya no se tiene a nadie con los que recordarlas, porque ya no están, porque se han marchado a otro sol, se han ido de ti, lo único que queda es contar batallitas a quiénes quieran escucharte, cuando no aguantarte.
No es lo mismo, no… Por eso Cándido es otro que me deja más solitario en una soledad que ya no se puede compartir con nadie, o con ya muy pocos; con una soledad de uno solo… Adiós Cándido, adiós amigo mío, hasta más ver… sentir y querer.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com