
Acabé el libro de J. Cercas del que le hablaba las pasadas semanas, sobre “El loco de Dios en el fin del mundo”, y sus casi seiscientas páginas en que me parece justificar su antetiquetado ateísmo (no lo hago en modo crítica, sino como observación) en una búsqueda de Dios acompañando al difunto Papa Francisco a Mongolia, un viaje pontifical fuera de todo circuito social y político – tan solo que humano – pues ¿qué puede justificar un viaje de tal calibre para apenas un par de millares de católicos?.. El autor del mismo lo aclara, como si fuera una novela de suspense, en sus últimas páginas, aunque yo participe en tres cuartas de su opinión.
Para mí, personalmente, existen dos Iglesias católicas: una más falsa que verdadera, y otra más verdadera que falsa… Quizá sean los dos extremos de un mismo báculo, no lo sé, puede ser, pero si he de ser sincero – perdónenme si les sueno a disparate – por mí se puede partir la tal vara pastoral por la mitad, que cada parte habrá de seguir con su propia naturaleza, con sus luces y sus sombras, y sus grises; y sus seguidores y justificadores; y los que no nos fiamos un ápice. Dios repartirá suertes en su momento.
La primera de ella es la compuesta por la Curia, por el Colegio Cardenalicio, por un Vaticano de dogma, norma, horma y rito; por las Conferencias Episcopales que mandan a su clero y ordenan a sus creyentes, y que están por lo que pueden pillar (en España, pillan inmatriculaciones); la sotanería rapaz y capaz que abusa y exige a los demás lo que no es capaz de dar; la riqueza y patrimonio acumulado y la vida de corte que se auto-otorgan, mientras en los campos de refugiados y en la Franja de Gaza mueren bombardeados y de hambre decenas de miles de niños (y lo que tenemos tapado en esos montes Atlas y campos postsaharauis de mortandad escondida)… Es la misma iglesia sacabarrigas e idolátrica que sacan en hombros costosos, lujosos y onerosos Pasos procesionales, presumiendo – yo diría presuponiendo – de su… ¿cristianismo?..
Y la segunda es la Iglesia misionera, a la que abandonan en su ayuda y apoyo; la de Teresa de Calcuta; la de Corrado Dalmónego, quince años jugándoselas con los yanomami en Brasil; la de Giovanni Lacini, batiéndose el cobre con los pobres más pobres de la India; la de sor Marcella Catozza, veinte años cuidando de niños en Haití; la de Nzapailanga, entregado a los más desechados de guerras centroafricanas; a la de mi amigo Efrén Blanco en esa misma pobre y perdida África; o a los que el mismo Cercas cita en su libro en esa misma Mongolia… La primera es una Iglesia que se sirve a sí misma; la segunda, es una Iglesia que sirve a los demás, pero a los más desahuciados del mundo… La primera, toma; la segunda se entrega…
A mí, al menos, no me valen retóricas que quieren encajar lo imposible; ni me sirven teologías que intentan disculpar lo que es condenable. Tengo claro, muy claro, cuál de ellas es la Iglesia Cristiana y cuál es la Iglesia Católica… Y precisamente porque así lo creo, y así mismo lo siento, este pecador que indudablemente soy y así me confieso, difícilmente va a ser redimido, ya que la enseñanza de Cristo (la auténtica y genuina, claro) redime a ambas Iglesias, y yo no soy capaz de tragar con eso… A mí, el que me sirve es un Papa de ficción: ese Kiryl Dakota de “Las Sandalias del Pescador”, o el de “Habemus Papam”, de Nani Moretti; o quizá este Francisco que hemos tenido y al que su Iglesia le ha hecho la vida imposible por querer volver a la autenticidad de esa Iglesia.
En cuanto al ateísmo de Javier Cercas, me atrevo a decir que no creo en él… Es una especie de caparazón bajo el que nos cobijamos para justificar nuestras propias dudas. A veces es una especie de “postureaje” que resulta cómodo a lo que vamos soltando por ahí. Pero yo creo que hasta los ateos que se dicen más ateos están metidos en el guisado que Jesucristo guisó… Digo más: tiene más mérito, mucho más, el ateo que obra bien por simple ética, que el creyente que obra superbién por obligación moral para así poder salvarse… El que persigue un fin para sí mismo es bastante peor que el que, sin creer, hace el bien porque sí, por piedad natural, no catecísmica.
Por supuesto, es mi muy personal opinión, faltaría plus… Cuando alguno/a me pregunta si yo soy ateo o no, respondo que según para qué o para quiénes lo soy o no lo soy. Que sea Dios el que me juzgue de mi ateísmo. La fórmula de Pascal puede resultar cínica, pero no tiene nada de tonta. Dice así: “Si Dios NO existe, no pasa nada; y si Dios SÍ existe, lo ganas todo”. Esto es… incluso los que creen/creemos en Dios por una cuestión práctica (yo lo llamo puñetera lógica) no perdemos nada aún no creyendo, fíjense que aparente barbaridad… Más vale ser un ateo preventivo que creyente en un dios equivocado.
Ya que, sin embargo, es en esa tremenda barbaridad donde está todo el amor, la generosidad y el perdón de ese Dios; del único Dios, por otro lado, que puede existir sin que se nos caiga encima el chiringuito que nos tienen montado en SU Nombre… Toda imagen, cuando se proyecta en el espejo y se mira a sí misma, recibe una anti-imagen. Es fiel en su exterior hasta en el más liviano detalle, pero todo está cambiado de sitio y de posicionamiento…
Es el símil que tengo de metáfora para la Iglesia que conocemos y en la que se nos han educado (acostumbrado, ritualizado): es la imagen de la verdadera, pero no es la auténtica, ya que obra lo contrario de lo que predica… La genuina se vive, se practica, anulándose a sí mismo y poniéndose a disposición y al servicio de los más pobres y necesitados; no encerrándose en pomposos sínodos y lujosos dicasterios; y mucho menos pavoneándose y luciendo, y compitiendo, en ostentosos tronos y desfiles procesionales cuyo objetivo es arrancar el ¡oooooh! más hipócrita de la gente más gentificada… tan solo por poner un solo y jodido ejemplo.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com