Sabemos por la exegesis católica de las Historias Sagradas que el Arcángel Miguel (Micael) fue el vencedor de la batalla celeste que derrotó a Lucifer por rebelarse contra Dios… Tal cual se pinta el cuadro y se cuenta en catequesis. Lo que no declara es si fue una batalla montada entre ejércitos angélicos o un duelo personal entre ambos dos. Si nos quedamos en la iconografía parece ser que más bien fue lo segundo. Sea mito, leyenda, o metáfora (yo me inclino por lo último), está claro que se quiere personificar con ello la lucha entre los conceptos del bien y del mal.
La sorpresa que me he llevado, leyendo una versión de la muy antigua Cabalah hebrea – la de Eliphas Leví, concretamente – es que el tal tocayo (mi patronímico, si me permiten llamarlo así), es presentado como “el príncipe de los Elohim”… Algo así como el comandante en jefe de los “buenos” contra los “malos”. Y, sea como fuere,, esto viene a corroborar mi interpretación de que no fue Dios directamente, con sus propias manos y en persona, el que asumió la creación del ser humano, sino que lo hizo delegando a través de una determinada jerarquía – los Elohim – que erróneamente pero interesadamente se ha venido traduciendo en singular, como Dios mismo, cuando es plural.
Pero es que hay algo más: de los textos de la tal Cábalah es de dónde fue sacado precisamente el Génesis, en donde se dice claramente que “en el comienzo, Elohim, la fuerza equilibradora, creó el cielo y la tierra, el bien y el mal, la afirmación y la negación”… Está claro que la narración es una alegoría de ese bien y ese mal, pero no deja dudas de que fue esa fuerza plural de Elohím los que, o a través de los que, se dió inicio toda creación… Y digo que es una alegoría, porque no entra en la lógica de pensar que unos ángeles del bien (Micael) crearan el mal. Esto, al menos y como poco, da para una buena pensadica que desmonte el imaginario simplista de mi tocayo contra el dragón.
Leví hace un paralelismo del cielo con el bien y de la tierra con el mal, pero poniéndole apellidos… A saber: al primero lo empareja con Espíritu, y a lo segundo con Materia… Esto es, el cielo y la tierra, o sea, el bien y el mal, que así asignaron los antiguos escribas cabalísticos hebreos. Y aquí Paz, y después Gloria. Es muy fácil de entender: lo que viene de arriba, la vida, la energía creadora, el ánima, es puro espíritu; y lo de abajo, la tierra, la materia, la masa, es material grosero a formar. Y en el colmo de su misoginia, lo primero se le aplicó al Hombre, y lo segundo a la Mujer; a lo masculino y a lo femenino; detalle que vino muy bien a los exégetas católicos que siguieron y completaron el cuento heredado del sacerdocio judío, e incluido en el propio, con lo de Adán, Eva y su Pecado Original, en el mismo filo del invento.
Pero hay un fallo garrafal en el relato, y es que, según tal narrativa, parece como que existen dos fuerzas creadoras de principio: el cielo por un lado, y la tierra por otro; el espíritu y la materia, el bien y el mal… Y eso es una contradicción en sí misma, pues solo puede existir una sola, única y exclusiva energía creadora, por un lado, y la segunda ser consecuencia de la primera; y por otro, que el bien no puede engendrar al mal de sí mismo. Es un contrasentido de principio.
Además, muchos milenios después, la ciencia viene a demostrar (no a especular) que la materia es la misma energía primaria en una vibración inferior a la de su origen; luego todo es lo mismo, luego todo tiene la misma naturaleza… Lo volveré a repetir una vez más: Einstein y la Física Quántica lo han demostrado sobradamente: solo existe el Uno, incluido el trígono intelectual tierra = materia = mal.
Siempre he apostado porque el mal es el bien alejado de sí mismo… Es un concepto grosero, lo sé, pero atinado, y que se acerca a la realidad. Lo q ue ocurre es que, cuando somos hijos de culturas patriarcales desde miles y miles de años, se nos pega el pelo de la dehesa en las genéticas neuronales de mala manera, y nos cuesta mucho pensar de nuevo las cosas y abrir ventanas al raciocinio. En civilizaciones anteriores a la judeocristiana, se daba culto a la Diosa, generadora de toda vida, esto es, a la fuerza creativa: a la tierra, a la naturaleza, a la generadora de vida, y, por extensión, a la materia; la que nos hace, nos nutre, nos forma y nos mantiene… Piensen tan solo que en un detalle, por si no habían caído: la raíz de Materia es Máter, el principio femenino.
Naturalmente, o innaturalmente, cuando las nuevas religiones quieren destronar el culto a las diosas y entronizar a los dioses, y/o sacerdotes, el principio femenino pasa a ser, no solo inferior, sino también maléfico… Y natura, tierra, materia, masa, forma, incluso energía, son conceptos femeninos, por lo que se convierte en Dios dejando de ser Diosa… Ocurrió que hubo un cambio de paradigma en el cual todavía estamos inmersos, lo que pasa es que no parecemos darnos aún cuenta.
Y si ha de haber otro cambio, éste correctivo, será el de re-unificación de los principios, y no lo llevarán a cabo las religiones, sino la ciencia, y no es otra cosa que la elevación de la conciencia humana a un nivel de integración en todas las áreas y conceptos… La misma etimología de las palabras lo dicen: lo masculino y lo femenino pueden ser principios, pero no son finales… Si el primer ser creado fue andrógino, y todo indica a que lo fue, el método empleado por los Elohim de Micael para empezar a moldear la materia, tuvo que ser contraponiendo ambos principios. Esto es: separándolos… El Espíritu no tiene género, nosotros sí, por la materia que nos toca, claro. La sublimación de la materia, pues, es, precisamente y consecuentemente, la labor que también nos toca. Y nuestro objetivo. Asumámoslo de una puñetera vez.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com