
Pues sí. Son fechas donde nos llueven todo tipo de villancicos, desde el rafaeliano tamborilero a los más cutres del último parásito, pasando por cualquier clásico. Nos vale todo.
Hasta los Mesías de Häendel; la Novena Sinfonía; los Aleluyas o la Oda a la Alegría que antes me conmovían ya no lo hacen (hablo por mí, claro). Todo está movido por la caja registradora y medido por la cuenta de resultados de la campaña navideña en comercios y consistorios.
Hemos trocado emoción por rendimiento, y tradición por globalización. “Beben, y beben, y vuelven a beber los peces en el rio”… Y volverán a beber hasta secar el cauce donde viven.
Miguel Galindo Sánchez / www.galindofi.com / miguel@galindofi.com