Nuestro culto al cuerpo; nuestro hedonismo de selfie, de pose y de apariencia; la adoración que expresamos a nuestro aspecto físico es similar y paralelo al que demostramos a nuestras engalanadas y enriquecidas imágenes de cristos, vírgenes y santos.
Es la misma cosa idolatría que egolatría. Adoramos lo externo y huimos de lo interno; sacamos a la calle a nuestros tótems, los cargamos a hombros, y los trasladamos en rituales de adoración tribal y casi carnavalesca.
Y a través de esa imaginería adoramos nuestra propia imagen, nuestro propio cuerpo hecho postura y escultura… La imitación se hace repetición; la repetición se hace tradición; y a la tradición se le llama procesión. Eso es todo lo que hay, o sea, nada…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com