El otro día, creo que fue en El País, saltó a mi vista un tipo singular. Un tal José A. Millán, norteño de familia nómada, licenciado en Física, luego, más tarde, en Telemática y Organización por la Universidad de Bruselas; que trabajó como analista de sistemas en una conocida entidad financiera; que se incorporó a la Comisión Europea desempeñando diversas e importantes funciones… y que ha terminado, por decisión personal propia, siendo astrólogo, aún a contracorriente. Tal peculiaridad, que puede ser extravagante, deja de serlo cuando explica que no se trata de pretensiones adivinatorias ni tontunas de ese tipo, sino que sus conocimientos y experiencias lo han llevado a desarrollar un sistema de astrología humanista en el encaje del Universo.
En la UE, durante treinta años, ha trabajado en los campos de las telecomunicaciones, el medioambiente, la industria tecnológica, las relaciones internacionales, y la ayuda al desarrollo… Y no es ningún iluminado, sino, por el contrario, rabiosamente iconoclasta. Así que ha escrito, entre otros, un libro donde examina las claves astronómicas que marcarán el rumbo geopolítico, y se titula “Astrología para el nuevo órden mundial”. Ahí es nada, camarada.
Así que no puedo evitar adquirirlo y sopármelo… Lo que me encuentro, y piensen ustedes lo que quieran, es una coincidencia brutal y pasmosa con todo lo que un servidor de las monjas lleva tratando y escribiendo, y machacándoles, desde hace mucho tiempo acá… Llámenlo casualidad, causalidad, sinergia, o lo que les dé la real y muy digna gana. Pero les juro por todos los dioses del Olimpo que es la pura y dura verdad. No me consideren inteligente, considerenme oportuno, si acaso, pero da con todas las claves que les ido contando sobre el fin de un tiempo y los dolores de parto de otro nuevo.
Vivimos una etapa caótica e incierta que nos lleva a un nuevo paradigma: querras que se extienden; riesgo de nuclearización; crisis de valores absoluta; colapso de la democracia; pandemias incontroladas; catástrofe medioambiental y climática; crisis de la energia y del sistema económico mundial… A nadie se le escapa, a poco que discurran en su magín, que estamos viviendo, no el fin del mundo, pero sí que el fin de un mundo: de la actual forma de vida y/o de entender la vida.
Es todo un sistema el que se derrumba y que está dando paso a otro de estreno, en el que las organizaciones, estados y comunidades, valores morales y religiones, estructuras políticas y económicas, se verán afectadas hasta dar a luz un nuevo modelo social, y puede que hasta un nuevo modelo humano. La duración y sufrimiento potencial que esto lleva aparejado será directamente proporcional a la fuerza de resistencia que opongamos, e inversamente proporcional al grado de aceptación con que la humanidad como género facilite la transición. El nivel es nuestro, y está en todos y cada uno de nosotros.
La Historia de la Humanidad nos enseña que la tendencia de los saltos suelen ser evolutivos, esto es: para mejorar en lo posible, si no en todo, al menos en los aspectos más importantes… Sabido es que antes de aparecer la luz viene un periodo de oscuridad. En física se explica como los pasos dados hacia atrás para coger impulso; y el éxito del resultado depende de lo que se colabore en abandonar los viejos modelos caducos y preparar el lugar a los nuevos, por lo que todos, como humanos, jugamos un papel esencial en ello, y el precio a pagar corre de nuestra cuenta.
Desde luego, que el modelo hedonista que representamos, el de consumo desaforado y fiestas decadentes; el de la globalización descerebrada; el del turismo depredador; el vivir de modo desenfrenado, es el sistema opuesto, como remar en contra de la corriente de un rio que nos desborda y amenaza con llevarnos por delante. Nosotros mismos. Tenemos la oportunidad de colaborar con la evolución, o, al revés, oponernos a ella… Los próximos veinte años van a marcar el camino, y serán cruciales. Poco a poco se irán poniendo de manifiesto las estructuras a desaparecer, así como sus polos positivos y negativos.
Por supuesto, como vengo haciendo desde mis escritos últimamente, lo mío es dar avisos a navegantes, y colaborar en lo posible con las iniciativas que abran ojos, oídos y conciencias (la consciencia ha de abrir cada uno la suya). Mi edad no da para más, pues soy plenamente sabedor que me quedaré por el camino… Estoy hablando de una nueva era que inaugurarán las generaciones más jóvenes, para lo bueno y para lo malo; sin embargo, es responsabilidad de todos arrimar el hombro en la medida que se pueda… y se quiera, naturalmente.
Dá lo mismo que adquieran conocimiento o no; que se informen o no; que lean o no… y da igual porque la bola de nieve ya se ha desprendido de la cima y rueda ladera abajo cada vez con mayor aceleración, lo crean o no, les guste o no les guste, lo admitan o no quieran admitirlo… Ya no existe marcha atrás, tan solo medidas paliativas que puedan moderar el impacto. Solo eso. Y ante tal irreversabilidad nada más que hay dos posturas: o la toma de conciencia o el autosuicidio consciente… o insconsciente, dá lo mismo. Esto es: la huída hacia adelante.
Y piensen lo que piensen, están en su pleno derecho, faltarías más. Y esto, lo tomen como lo tomen, no es pesimismo en modo alguno. Como me dice un muy avisado amigo: soy un “optimista consciente”, o sea, “un realista bien informado”, que es lo mismo aunque no sea igual. Yo me digo a mí mismo que soy un recalcitrante cansino. Opinen ustedes, ya que, otra cosa muy distinta es que los que me siguen, los que me leen, me presten oreja o no, que de todo habrá como en botica, se piensen y se digan a sí mismos… Pero si un señor que entiende viene a decir que resulta esencial ver y analizar los cambios sociales y geopolíticos que nos desbordan, al menos ya somos dos…
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com