Decía Manrique, creo, que las vidas son como los ríos que van a parar al mar… No existe metáfora más fiel y veraz que esa. Nacemos de otros ríos, quizá de una fuente primordial, aunque nunca sabremos si esas fuentes dan a luz otros ríos ocultos, o hermanos, que hacen de los manaderos del océano celeste como el origen único de todo agua que corre por la tierra… Al igual que toda corre a otro destino también único: el mar. Es muy curiosa la similitud. El agua es una sola, que, al materializarse sobre la tierra se personaliza en incontables ríos, para, por último, de nuevo conjuntarse – quizá disolverse – en un solo e inmenso océano de vida.
Esos ríos, como nuestras vidas personales, discurren tumultuosos desde las alturas (desde sus principios); la fuerza de la gravedad los impulsa al gran mar que les espera al final de sus nacimientos; es como si tuvieran prisa en recorrer los saltos y torrentes, los valles y cañadas, que han de fertilizar, y con los que han de enriquecer sus cauces y experiencias… Tan solo al final, cuando el rio intuye cercana la ribera de su desembocadura, fluye más lentamente; ya no tiene prisas, y se entretiene en sus meandros finales, como en un paladeo cansino, como despidiéndose de la tierra que lo ha acogido y acompañado hasta llegar a su estuario, donde se funde con el gran mar…
Pero, si os fijáis un poco más, a esos ríos se les unen otros, o ellos mismos se hacen afluentes de otros… La verdad es que ningún rio es afluente de ningún otro. Es tan solo que se unen dos caudales distintos para formar un caudal mayor, con más agua y más fuerza. Dadle el símil que queráis, en definitiva, es lo mismo. Al igual que de ese rio caudaloso, en su camino hacia el mar, se derivan otros, que nacen de él y sigue su propio curso trazando sus propios cauces; que no necesariamente habrán de regar las mismas tierras, ni éstas producir los mismos frutos… Y seguid, si así os place, adaptando la metáfora a la de vuestras vidas, pues cada vida no deja de ser una metáfora. Que se mire en ella cada cual. Pues ese cada cual formó parte del caudal de sus padres antes de conducir su propia agua por su propio cauce…
Un día lejano, una persona a la que comenté tal semejanza, me respondió, no sin cierto sentido de lógica, que no siempre se cumple el machadiano dicho que todos los ríos vayan a parar al mar: que muchos se secan y se agostan antes de llegar a él; que unos se filtran entre pedregales; de otros se aprovecha su caudal final para regar; otros van a parar a pantanos, que a su vez… Y es cierto. Pero eso no quiere decir que no marchen al mar. Van allí, si bien que por caminos internos de la tierra, y no por los externos. Los acuíferos también son ríos que van a parar al mar… Indefectiblemente.
Quizá penséis los que me seguís, que he elegido para hoy un tema un tanto triste y deprimente… Bueno, según cómo, y sobre todo, según desde dónde, se mire. Si desde el nacimiento o desde la desembocadura. Ambos panoramas tienen su propia perspectiva, su propia belleza, amigos míos… Los que estamos próximos al delta de nuestro estuario, y nuestros más queridos camaradas de curso nos han precedido al gran océano, somos más proclives a cambiar tristeza por paz, no sé si logro hacerme entender…
Y no confundamos la depresión con la conformación. Solo los niños y los necios (los primeros por sabios y los segundos por necios) no aceptan lo único que es innegable de la vida… Cuando se es joven, vivimos los años; en la madurez, vivimos los días; y en la vejez, vivimos las horas… Al principio corremos el camino; luego lo andamos; después lo paseamos. Y ahora nos sentamos en sus mojones de esa senda para ver marchar a nuestros compañeros, si bien sabemos, y eso reconforta en buena parte, que tomaremos nuestro cruce para volver a reunirnos más pronto que tarde. Por eso, a mi edad, las despedidas son menos despedidas, aunque no por eso menos dolorosas; pero no son un “adiós, hasta la vista…”, si no un simple “hasta luego”.
Es… lo confieso, en lo único que coincido con el catolicismo devenido del cristianismo (no confundir ambos términos por favor): en la esperanza de un mar al que desembocar – aunque mi mar me lo pinte a mí mismo distinto – pues eso es patrimonio de la propia esperanza, y no de dogma alguno… No deja de ser un consuelo.
“La vida, lo que quiere es vivir y morir, comenzar y terminar”. (C.G.Jüng)
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com