Desde mi refugio campestre, suelo bajar una o dos veces por semana al pueblo, para – como se le dice ahora – “socializar” un poco con la gente… Antes se conocía por “relacionarse”, que también valía y servía, y se entendía perfectamente, pero el nuevo “sura” del politiyihadismo correcto establece que socializar es más progresista, suena como a más izquierdista, y, sobre todo, eso sí que sí, resulta más socialista… Bueno, pues bien, pues vale, pues socialicemos…
…Y, como digo, salgo de mi caparazón, me tomo un par de cafés, hablo con unos, con otras y con otres; me paro a charlar con comerciantes; trato con toda clase y condición de personas y personajes; me tropiezo con antiguos excompañeros de armas, de luchas y fatigas de cuando Torre-Pacheco era un pueblo envidiado y envidiable, próspero y pujante, y todos, absolutamente todos y todas, opinan casi que al unísono: la decadencia del pueblo es total; el empobrecimiento se palpa a ojos vistas; los comercios cierran a mayor velocidad que abren, y cuando abren es a manos de árabes o hindúes (nada que decir contra ellos, conste en acta, esto es motivo de otro análisis); los referentes decanos no los quieren ni las familias; los que aún siguen abiertos ya solo piensan en cerrar y que le venga el maná de un cada vez más milagroso traspaso; los carteles ayer emblemáticos hoy son ruinosos y decadentes entre las pocas referencias supervivientes… Y todo es angustiosamente palpable… Hablo con el representante de un medio que se mantiene en parte gracias a la publicidad, y su testimonio es catastrófico… Todo languidece en una lastimosa cuesta abajo.
“Las decisiones que se toman desde el Ayuntamiento son contrarias a lo que se debe de hacer”, me suelta alguien que sabe lo que se dice. Y compruebo que, entre los ciudadanos, el descontento es cuasi general: por la política de mercados, de empresas, comercial… incluso de fiestas. “Todo parece ir dirigido a cargarse el pueblo”, me larga otro en la línea de la desesperación, y que está buscando la ubicación de su negocio en otras latitudes municipales. Más huecos en las calles… “Mis hijos se han ido a vivir fuera del pueblo” me dice un empresario agrícola… Ya tengo amigos que se despidieron de mí con un “me largo de aquí, Miguel”, y el descontento va como creciendo directamente proporcional a la inoperancia de una administración local que aparenta no saber, o no querer – el no poder yo no lo creo – atajar el derrumbe de un pueblo antes puntero… Estos son los testimonios. A mí, personalmente, me duele, por la experiencia que compartí, y me afecta, y me avergüenza, pero hay que estar muy ciego para no ver lo que resulta tan palpable.
Que los propios ciudadanos tenemos buena parte de culpa en ello, es muy cierto, y ya lo he denunciado repetidamente en estos artículos… Pero la responsabilidad de los administradores locales en este desastre es manifiesta: no solo no se esfuerzan en revertir la situación actuando en consecuencia (existen fórmulas) si no que sus propias políticas económicas van encaminadas a destruir su tejido empresarial. Son injustas y nefastas… El sistema de cubrir sus propios servicios y consumos por el sistema de licitaciones es el mejor ejemplo de ello: un empecinamiento ciego de ahorrar atacando la fuente de sus propios ingresos… e incluso haciéndoles una competencia absolutamente desleal y abusiva a aquellos que los mantienen de sus impuestos…
En otras palabras – aunque más sangrantes por no menos verdaderas – prefieren que el dinero que les cobran en impuestos se los lleven empresas ajenas, foráneas, e incluso multinacionales, antes que revertirlo en los mismos que se los pagan. Una manera de enriquecer a otros empobreciendo a los propios; una extraña manera de administrar el dinero de nuestros ciudadanos que nos pagan. Una forma de agotar las reservas de las que uno vive… Yo no sé si esa multitud de funcionarios habrán pensado – aún en sueños – que sus sueldos, de los que mantienen a sus familias, son mantenidos a su vez por esos mismos impuestos de sus conciudadanos empresarios, a los que cada vez los hacen más difíciles y precarios de subsistir, y a los que se les responde poniéndoles la zancadilla, porque se ha roto el principio de compensación: el ser clientes de sus clientes.
Uno de esos “clientes” del ayuntamiento (que no al revés) afectados, casi que me echa a patadas de su establecimiento(por lo que fui y ya no soy)… “esas alimañas ¡!…” y sigue una reata que no voy a repetir aquí. Está justamente cabreado. Yo intento comediar: ¿y las asociaciones empresariales, y la Coec…?.. “¿Esos?.. han comprado su silencio, se han vendido a subvenciones, son unos mantenidos…”. Está desaforado, prefiero poner tierra por medio. Graves acusaciones, a fé mía… Y pienso triste, muy triste, que, en mis tiempos de tonto útil, no vimos una chica por colaboración alguna… bueno, mejor no pensar…
Ignoro si éste de hoy tendrá contestación o consecuencias, o si se cubrirá con la espesa capa de silencio acostumbrado… Si las tiene, asumo que serán leñeras y anatemizantes para mi persona. Pero me daré por contento si algunos álguienes recogen el guante y las vuelven positivas para los colectivos que hoy están pagando por su propio entierro… Y si no sirve de reacción para nadie ni para nada, pues, entonces, es porque, en verdad, cada pueblo tiene lo que se merece… Y lo que habrá que hacer es rezarle un responso.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ