Siempre me gustó caminar… De pequeño, todo caminar supone un descubrir. Al principio, tu entorno, luego, un poco más, hasta que puedes hacer tuyos tu calle, tu barrio, todo tu pueblo, todo tu país, o incluso todo el mundo… Pero se hace entorno caminando, andando, a pie despacio… Un vehículo te lleva más rápido, pero no más lejos, pues cuando llegas aún estás en la salida, que es lo que realmente conoces… Andando no solo se hace camino, también se hace conocimiento, experiencia, y se hace vida. Cuando era un pequeñajo, tuve mi primer aparcadero a un par de playas de distancia (permítanme la medida, pero me era más fácil que decir a media docena de calles)…
Era fácil llegar, o que “me llegaran” a ello, por eso se me hacía aún más fácil escaparme y regresar al punto de partida. No había pajarillos que comieran migas de pan algunas, es que no había migas de pan ningunas, no sé si me entienden… Varios castigos de esos que se recuerdan en el tiempo y que me enseñaron que las distancias las anda uno a su debido tiempo, no cuando nos da la real gana, me enderezaron las piernas. Nada de esa forma de vivir y entender la vida (ya saben, obligaciones,disciplina y todo eso) queda ya hoy. Absolutamente nada… Cuando crecí un poco más, tampoco mucho, la escuela ya me pillaba prácticamente al otro extremo del pueblo casi, desde donde ya me desliaba yo mismo. Mi mundo humano y de lugares se ensanchó y creció en proporción al camino que había de recorrer. Y las experiencias. Y las vivencias. Todo en el coche de San Fernando: para ir, a pié, y para volver, andando… Poco más adelante, tuve que “aprenderme” medio pueblo, pateándolo a diario, en la repartida de periódicos, que tampoco era moco de pavo…
El resto de mis días hasta hoy, he practicado tal costumbre, desde, cuánto, y hasta que he podido. En mis viajes de media España, donde me encantaban las rutas a pata, con mis amigos; en mis escapadas a cualquier punto de la geografía de la región: andar una vía, triscar un monte…En mi quehacer laboral procuraba aparcar el coche allá donde fuere y hacer el camino a mis labores callejeando. Hasta la actualidad, en que me reservo una hora de primera mañana para repetir mis caminos contando hasta las piedras y cantando los charcos, si llueve, claro… hasta que mi espalda, riñonera o rodillas me lo permitan de buen grado, por supuesto… No es que haya sido Zatopek (tampoco presumo de nada), pero, sin exageraciones, he sido toda mi p… vida un andador, si no entregado, sí que convencido.
Sirva esta larga y andariega introducción, y válgale a los que me han seguido hasta aquí (otra manera de hacer camino), para, ahora, a estas alturas, o bajuras, o hechuras, de mi vida, ¡válgame el cielo!, enterarme que yo no me he trajinado mil caminatas, si no que he hecho “Trekking”… Así, con dos kas. Y yo sin tener jodido conocimiento de eso. Estaba, fíjense, haciendo lo que no sabía que era, ¡puñetera ignorancia!. Ya no se anda, o se pasea, o lo que sea, se hace trékking, y yo, a punto casi de que la edad me ponga fecha y meta a mis andariajes, como le pasó a Santa Teresa, pero menos, y ambos, Santa Teresa y yo, no sabíamos el nombre de lo que hacíamos… ¿será posible?..
Pero sí, lo es, y además padeciendo de una incultura pasmosa a tal respecto, óiganme mis lectores en confesión, porque, vamos a ver: salir, a un suponer, a subir al Cabezo Gordo (yo, en mi supino desconocimiento, lo hice muchas veces en mi primera juventud), o salir a andar por la ruta de las minas después, o de las costas mazarroneras, o la sierra cartagenera, por cercano y arcano ejemplo, no se puede, o no se debe, no se tiene que hacer sin unas ultrarresistentes y cómodas mallas tipo forclaz-travel-500 o así; o sin unas buenas y resistentes botas treck-100 por lo menos, o si no, que sean de piel, impermeables pero transpirables, ¡ah!, y con un refuerzo para terrenos pedregosos; y a ver lo que te pones en el cuerpo serrano, según el tiempo y marca, muy importante; naturalmente, equipado con una mochila tipo symbium-900 o allá, de al menos 50 lts. capacity, más diez que lleva adicionales por si las moscas, y que completa la cosa del Trékking ese… No hablemos de bastones de escalada porque ya es una chulada…
Enfín, que yo me he tirado toda mi vida creído de la muerte que estaba haciendo una cosa, cuando, en realidad, estaba haciendo otra… Una imitación, una especie de sucedáneo… Cuando, con mi mujer y unos cuñados, hace ya la pera, nos pegamos una pijada de caminar, Pirineos arriba Pirineos abajo, de la mañana a la noche, yo no estaba andando, si no que estaba gilipolleando… Ahora me explico cuando, en la sierra de Güdar, en Cuenca, un trekkinante me ilustró que mis pies no tenían el look necesario e imprescindible, y yo, inculto e ignorante de mí, casi que lo mandé a hacer caca…
Me planteo regenerarme y volver al camino (nunca mejor dicho) recto. Y no prevaricar más. Pero veo que salir a hacerme una ruta por el campo, a mal comparar, o lo de Caravaca para la cosa de las indulgencias, cuesta una pasta gansa que no me puedo permitir en mi actual estado de indigencia andante, contante y sonante, así que pido humildemente perdón a San Declatón bendito que en el camino está escrito, pero voy a seguir pecando… dentro de un orden (como decía mi buen amigo R.Baeza). Naturalmente, y aunque no vaya tan aparente.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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