Ahora hace exactamente un año que comenzó la calamidad penitencial del Cóvid.19… “Procura sujetarte al monotema”, fueron las instrucciones emanadas desde la Redacción para encarar los efectos de aquel tren que se nos había echado encima… Un año justo después, vemos que es el tema Cóvid el que nos ha sujetado a nosotros, el que condiciona toda nuestra puñetera existencia, y el que ha vuelto nuestra vida por los forros… Ya no es necesario que nos esforcemos en enfocar nuestras crónicas al tema, es que, invariablemente, nos vemos obligados a volver a él porque se ha convertido en parte intrínseca de nuestro día a día, de nuestras vida y vivencias normales y cotidianas, si es que podemos llamar normal a una situación así… y recuerdo a un personaje de “La Bibliotecaria de Austwitz”, cuando dice que la normalidad no es la naturaleza de las cosas, si no la repetición de esas mismas cosas.
Es cierto. Tendemos a creer que lo bueno es lo normal y lo anormal es lo malo. Pero lo normal no es ni bueno ni malo, si no lo constante que puede llegar a ser lo uno o lo otro. Cuando empezó esta… ¿experiencia?, todos pensamos que era una cuestión de un par de meses o tres, o así interesó el hacérnoslo creer. Así que se montó un escenario bonito para sacar del confinamiento doméstico una gesta de héroes… Que si aplausos programados para los protagonistas primeros, principales papeles de reparto, que se note lo agradecidos y disciplinados que somos, para, alargado el tiempo, acabar por aplaudirnos a nosotros mismos… Aquello no eran unas semanas de buen teatro y una nueva normalidad de premio y aprobado general. No. Aquello fue la constatación de que la nueva normalidad no era lo normal que tuvimos, y que, quizá, nunca ya volveremos a recuperar totalmente… Todos y cada uno de nosotros hemos tenido que reinventarnos a nosotros mismos, en nuestros roles, como si, a mitad de interpretar una función, de golpe y porrazo, se distribuyesen nuevos papeles y hubiéramos de cambiarlos, adaptarlos y adaptarnos, y aprenderlos sobre la marcha…
Cada cual sabrá el suyo. Veo a los niños funcionar y son admirables en su poder de asimilación de las nuevas normas y las nuevas formas… Yo sé el mío, como imagino el de otros como yo. De una escena de exteriorización a una de interiorización. Ya no trabaja ni socializa uno en la calle, ante unos otros, si no ante un espejo, para ti mismo… Si tienes la actitud – y la aptitud – de compartirte de este modo con los demás y para contigo mismo, puede servirte de equilibrio, si no es así, tendrás que buscarte solo el fiel de tu balanza. Pero me temo que, en el caso de los de mi edad, no disponemos de mucho margen de tiempo como para pensar que esto es circunstancial. Al menos para los de mi generación en adelante ya no lo es, en modo alguno… Esta pandemia nos pilla a trasmano, en jubilosa jubilación, enredados entre los abalorios del “Inserso-voyage” y la próxima cita del especialista del seguro. El comeorejas aquél del Imperator le decía “no te olvides de que eres mortal”, y este bicho trompetero y bacilo escopetero no está diciendo “no te olvides que con pasado mañana te quedan cuatro días, y yo seguiré aquí, esperando”… En pocas palabras, soy consciente que perdemos mucho de lo poco que nos queda.
Son los que vienen detrás quienes han de trabajarse la inteligencia y la conciencia si quieren conservar un futuro para sí mismos y para sus hijos… Porque el año que llevamos es el prolegómeno de los que vendrán. Y ya nada volverá a ser igual, si no quieren repetir plato en el menú que les queda sobre la mesa. Esta pandemia no se acaba con ninguna quijotesca vacuna de Bálsamo de Fierabrás alguna. Tardará años en domesticarse (o sea, hacerla doméstica) totalmente, si es que lo hace de forma y manera absoluta, que yo lo dudo… Y aún si así fuera, habrá otros Cóvids, y otros murciélagos, y otros equinos, y otros cerdos, y otras vacas más o menos locas, que pongan nombre y firma a una nueva servidumbre, a una nueva preocupación, o a un nuevo sarampión… Nuestra factoría de realidades ha puesto en marcha una película con muchas secuelas, como los terremotos, pero con pocas escuelas. De ahí que nadie aprenda lo que esta pandemia viene a enseñar…
Porque la génesis de ésta y de toda pandemia reside en el clima. En el clima que creamos y/o cambiamos. En el cambio climático que, con tanta parsimonia, nos lo estamos tomando, porque, en el fondo, no nos interesa frenarlo… Y no nos interesa porque afecta tanto a nuestro sistema de vida, mejor dicho: a la forma de vivir nuestra vida, que no estamos dispuesto a cambiarla. La realidad es que estamos instalados en el consumismo, en el hedonismo y en el yamismo, y nos sentimos muy cómodos. Los conceptos “consumismo responsable”, “vertido cero”, “reciclado necesario”, o “transporte imprescindible”, están muy cerca de vender “lo verde”, pero muy lejos de convertirlas en nuestras prácticas habituales… No estamos por la labor, como diría el predicador…
Así que sí. Ha pasado un año, y seguimos en ello. Y lo que nos queda. Por eso, si en este primer año solo hemos pensado en evadirnos del problema encasquetándonos una vacuna, más vale que en la prórroga aprendamos que estamos viviendo los efectos de unas causas, y que si queremos terminar con lo primero, habremos de cambiar lo segundo…