
Le copio al columnista Pío García su frase inicial de un artículo suyo en LV, suscrito sin duda el último Día del Padre, quizá que inspirado porque San Cortinglés no se portó bien con él, o vaya Dios a saber por qué deprimidos pensamientos pasaron por su atribulada pluma (en los que escribimos, mente, corazón y pluma es lo mismo)… La frase en cuestión es la siguiente: “Los padres importamos poco, y es justo que, como mucho, nos regalen unos calcetines”.
Lo de importamos yo me permito corregirlo por lo que aportamos , ya que, seguido, matiza una aseveración un tanto aclaratoria: “nuestra contribución al acto fundacional de la vida es mínima, y, por lo general, poco memorable”. Y comenta, entre otras cosas, que él estuvo siete horas plantado junto a su mujer, cogiéndole la mano, y encima quedó mal visto por salir a echarse un cafetillo… Quisiera consolarle: en mi época, no nos dejaban arrimarnos al paritorio, y tampoco salíamos bien librados, si bien que por el hecho contrario, pues, en definitiva, las que sufren el dolor y el parto son ellas, no nosotros, así que, por lo menos a mí, Yahvé me ha castigado con media docena de cólicos nefríticos… Si le conforta algo, si él sale – o eso dice – malparado en cuanto a reconocimiento, somos legión los que salimos malparidos por lo mismo.
Además, en el comentario que hace sobre nuestra “poco memorable contribución al evento fundacional”, ha de tener en cuenta un detalle que, por lo general, se nos pasa a casi todos, y es el de que, como todo día santificado por la Iglesia, eso sí, apadrinado por el comercio, es en nombre y en honor de San José (por designación divina todos los papás somos Pepes), y San José, según siempre la Sancta Institutione, no tuvo la más mínima contribución a tal evento fundacional de nuestro Jesús, que fué por el alpiste de un ángel devenido en santo pichón.
Hete ahí la causa de que, por ese aspecto de la cuestión, nuestra paternidad se considera más de Registro Civil que de tálamo… Fíjense hasta qué punto se contradijo la tal Iglesia, que se molestó en inventarse un linaje real (el rey David) para un José al que no dejaron mojar en la sopa… ¿de qué le sirvió al pobre si no lo pudo transmitir?.. ¿no sería el palomo mensajero del tal rey David, el que le pasó la Real, si bien no transcendental realeza?.. Ya digo: todo un contrasentido… Así que no debe hacerse su alma tripas por ello; pues si se mantiene una tradición que se considere como tal desde la existencia de las cajas registradoras, eso tiene el mismo valor que el santiguarse tras estornudar.
Sin embargo, reconozco que la fuerza de la costumbre marca surco, crea hábito, y que los hábitos crían vicios… Y tenemos los vicios, inducidos, claro, de santificar lo que es insantificable por rentable que sea, para así generar un negocio saneado. De forma que no exista fiesta sin negocio, ni negocio sin fiesta… Y si no, piensen en una, una sola, de las establecidas, que no genere pasta gansa, por muy bendecida por epíscopos curiales que ésta sea. Digo más: cuánto de más enjundia, de mayor facundia (ejemplo: Navidad)… Y esto es un hilo conductor que nos lleva a la productividad por la religiosidad, lo reconozcamos o no queramos reconocerlo. Miren la Semana Santa – ahora de dos semanas – como otro ejemplo: lo procesional al servicio de lo profesional.
Pero bueno, en fin, en mi ánimo estaba contestar a mi colega el articulista, dándole la razón en sus apreciamientos, sí, pero también tratando de quitarle el mal rollo que llevaba aparejado el asunto … Un triste servidor de los frailes se esforzó en implantar en su joven familia el principio de la falsedad de tal invento, así que mis hijos, en consecuencia, lo han conservado así para conmigo. A rajatabla. Si bien ignoro si es así con respecto a sus hijos, por lo que ni me llamo a engaños ni a desengaños, sino que conozco y reconozco el paño y el apaño del rebaño… ¿Capicci..?
En cuanto a lo que parece que los recuerdos no encajan ni son los mismos al establecerse en una carretera de doble circulación, no se preocupe tampoco. Debe ser normal. Natural. A mí también se me ha hecho ver que he acumulado más cosas torcidas que derechas; que lo que yo creía como bien, desde otra óptica se ve como mal… Tranquilo, hermano, algún día conseguiremos rescatar algo bueno entre tanto malo.
Sí que tengo que opinar sobre algo en lo que no estoy muy de acuerdo con mi querido compañero de apuntes: todos esos pequeños recuerdos, simples detalles, actos menudos, que él desgrana con sentimiento, es mejor – si me lo permite, claro – no hacer de ello un rosario de exposición. Es mejor guardarlos y silenciarlos. El sacarlos y exponerlos nos lo pueden interpretar como un reproche, o como una excusa justificativa, a saber… y es mejor callárselos, no decirlos. Naturalmente, es solo que mi personal punto de vista sobre el asunto, nada más, y puede que hasta tampoco lleve razón en esto, como en lo otro…
Lo que es cierto – e inevitable – es que cada ser humano ve la misma película desde su propia y exclusiva butaca, y nunca, o casi nunca, saca las mismas conclusiones, y mucho menos coincide en cómo contarla. Muchísimo menos cuando toca vivirla… Y aquí, la genética, el Adn (el Adán), la sangre, solo aporta lo más superficial y físico, la cáscara más externa de las personas, lo que hemos heredado pero no somos. La pura materia orgánica…
La experiencia que vale, la que sirve, la que aporta la evolución, no tiene parentesco alguno. Es de ser a ser, de alma a alma, de espíritu a espíritu; jamás es un cuerpo a cuerpo… Y por eso mismo, amigo mío, busquemos nuestras auténticas y genuinas identidades y relativicemos lo que solo son entidades. Cuando antes lo entendamos, mejor, menos nos pesará la mochila y más ligeros andaremos el camino.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com