
Parece ser que los viejos documentos hallados en Nag Hammadí, Egipto, y que son conocidos por los Evangelios Gnósticos (si bien también existe cierta cantidad de cuyos temas se repiten en algunos Apócrifos), siguen “dando lana” que escardar, por decirlo de una manera gráfica y para que me entiendan ustedes… Todo lo estirado por la National Geographic , en manos de los mejores expertos y exégetas, sigue avanzando resultados.
Naturalmente, soy perfectamente consciente que el hacerme eco de esos importantes hallazgos solo interesa a una más que reducida parte de los que suelen leerme (lo de seguirme, ya es otra cosa), y que una granada mayoría se sentirán molestos – que no es mi voluntad se vean ofendidos ni insultados – por el mero hecho que no se ajustan a la ortodoxia canónica de la iglesia católica… No me cansaré nunca de repetir que el insulto y la ofensa residen en los que así se sienten, ni siquiera en quiénes lo desean, si es que lo desean, pues no existe voluntad en ello. Tan solo son interpretaciones, libres y distintas, con todo el derecho del mundo a buscar la posible verdad que en ellas reside. Tan solo eso.
Por ejemplo, en un pasaje del Génesis, se recoge una cierta diatriba de Dios con Adán: “Yo soy el Señor, Yahvé, tu Dios, y no ningún otro… Fuera de Mí no hay otro Diós… Tú no tendrás otro Dios que a Mí…Yo soy tu dios, Yahvé, un Dios celoso”… Naturalmente, y de forma muy atinada, dentro de los textos clasificados como “el Apócrifo de San Juan”, el autor, o copista, responde con gran acierto: “Diciendo esto indicaba a los ángeles (…) que habían otros dioses. Pues, si no los había, ¿de cuáles iba a estar celoso?”…Y todo esto ocurre porque nos han hecho un traje a la medida mental del credo que hemos de creer, y se nos ha ocultado de forma sistemática que existen más evangelios, como el de Felipe, el de María, el de Judas, el de Pedro, el de La Verdad; y muchos Apocalipsis, como el de Pablo, el de Adán; o los protoevangelios de Santiago, o de Andrés…
Estamos hablando de distintas versiones de los mismos hechos; de diferentes testimonios de los mismos personajes, que se nos han dado a conocer unilateralmente desde hace milenios… Incluso existe una muy curiosa e importantísima participación femenina en todos los documentos, y especialmente hermosa (o a mí me lo parece); una parte bellísima de lo que se ha clasificado como la CANCIÓN DE EVA: “Yo soy la parte de mi madre, y soy la madre; y soy la esposa, y soy la virgen; yo soy la que estoy encinta, y soy la comadrona; yo soy la que imparte consuelo por las penas”, cuyo pasaje especialmente bello, y de una sabiduría inmaculada y primitiva.
Con las mejores intenciones, y muy dispuestas entendederas, muy cierto, se podrá anteponer que sí, que bueno, que vale, pero ¿quién asegura y garantiza que los contenidos de tales textos sean los que dicen la verdad?.. Por supuesto que nadie. Pero ¿quién avala que no lo sean?.. Pues nadie tampoco… Es posible que todos tengan una parte de verdad, y que ninguno la tenga toda; puede que lo cierto está en el conjunto y no en las partes; que haya que buscar en lo abierto, no en lo cerrado; y ser generoso con las posibilidades, y no mezquino con las realidades.
Yo, personalmente, rechazo al que rechaza; niego al que niega; desconfío del que se cierra; y no creo al que condena… Por el contrario, me abro al que se abre, no escucho al que exige, sino al que ofrece, dialogo con el dialogante, y no me fio del oficiante. Eso, como principio. Por ello, que unos textos hayan sido sistemáticamente perseguidos, negados, destruidos u ocultados durante veinte siglos, lo que suscitan en mí es curiosidad y respeto, y probabilidad… Si los niegan, los ocultan, los temen y los persiguen será por algo, por algún motivo y causa, porque no quieren que se divulguen y se sepan otras posibles certezas de lo que siempre se dio bajo dogma. Y tal posibilidad la transfiere la respetabilidad que unos otorgan y otros niegan.
De vez en cuando, algún retazo de investigación salta a la luz, lo mismo que las polillas bailan ante las bombillas, y entonces, se van añadiendo hilos de comprensión, como las puntadas que van terminando una obra antigua y de siempre… La verdad cierta es que, durante los dos o tres primeros siglos de cristianismo, e incluso durante una buena parte del cuarto, se escribieron cientos, quizá miles si añadimos las sucesivas copias y/o interpretaciones, de evangelios. Copias de otras copias, o firmando con nombres de otros autores más conocidos; otros por encargo de diferentes escuelas… Unos quitando, otros añadiendo, otros combinando y mezclando, otros corrigiendo, o sacando nuevas historias de historias viejas…
Solo unos pocos, los llamados Canónicos, fueron cribados por aceptados; con otros apartaron a los Apócrifos, más o menos tolerados; o los conocidos como Gnósticos, que simplemente fueron perseguidos y destruidos, salvo unos pocos que se salvaron al ser ocultados, y fueron quemando conforme aparecían según en qué manos… El porqué esos pocos sí y esos muchos no, fueron por razones eminentemente especulativas, y por intereses exclusivamente políticos, donde incluso hasta una parte de su componente paulista se le desnudó de contenido.
El emperador Constantino, en sus Concilios de Éfeso, Elvira, Nicea, construyó un cristianismo muy “sui géneris”, y a su exclusivo interés Iglesia/Estado… Incluso los Evangelios de la Infancia de Andrés, de Pedro, de Santiago, conocidos como los “protoevangelios”, ocultos y silenciados, eliminan toda la niñez y primera juventud de un Jesús, un tanto improcedente… Pudiera llegar a entenderlo, pero, entonces, ¿por qué no han de respetarse igualmente los demás, si son de los mismos?.. Y como digo y repito siempre: lo que no es respetuoso tampoco es respetable. Cada cual lo entienda como Dios le dé a entender.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com