Muchos son los que se quejan de los tropiezos y dificultades en su camino, y no les quitaré yo la razón… El otro día me decía un conocido que estaba harto de problemas, aburrido de dificultades, y a punto de tirar la toalla y mandarlo todo a tomar por saco. Intento decirle que, si no puede echarle otra cosa, le eche un poco de filosofía al asunto. No sé si podrá resolver algo, pero le ayudará a soportarlo, y, a veces, hasta puede hacerle ver los problemas que le agobian desde otra perspectiva menos angustiosa. Me gustaría echarle una mano, pero, a menudo, la tal mano está en cambiarle el punto de vista y encararlo desde otro ángulo.
En los caminos siempre hay piedras. Pero las piedras no tropiezan con nosotros, somos nosotros los que tropezamos con las piedras… Las piedras no son las culpables de nuestros tropiezos. Ellas tan solo están ahí, y nosotros somos los que andamos el camino donde ellas están. Eso es algo con lo que debemos contar y asumir. Existen piedras que se pueden apartar, o mover un poco; como existen otras que forman parte del paisaje y tan solo puedes soslayarlas de gordas que son; como hay otras que son muy pequeñas, pero se te meten en el calzado y no te dejan hacer tu andadura; como las hay atravesadoras de caminos, y has de trepar por encima de ellas… Y hay de las que, siendo pequeñas y livianas, a nosotros se nos aparecen como grandes y onerosas sin serlo.
Yo me he pasado mi vida “activa”, por llamarla de alguna manera, quitando piedras del camino, propias e incluso ajenas… Ahora, cuando se acerca el cruce de ese camino, y ya me pilla mayor, tan solo me limito a rodearlas, a circunvalarlas; a tomar conciencia de las posibilidades de mis medios y mis fuerzas, cada vez más contados los primeros y mas cantadas las segundas. Eso sí, he acumulado a lo largo del andariaje alguna experiencia, la de los numerosos charcos en los que he empapado mis sandalias, y veo que no solo me puede servir a mí, sino también a algunos pocos que pueden aprovecharse de ella. Si les vale de algo, ahí están.
Las preguntas que suelen nacer al hilo de tal cuestión suelen ser reiterativas: ¿y qué hacen todas esas piedras en nuestros caminos?.. ¿y por qué leches su existencia?.. ¿y de qué sirven, sino para estorbar nuestro peaje?.. ¿y quién o qué puñetas las ha puesto ahí?.. Todas las preguntas son lógicas; todas tienen su propio sentido; y todas tienen su propia respuesta. El amigo que citaba en el primer párrafo, el que iba a mandarlo todo a tomar por el saco (no acabo de entender lo abrupto de la frase: si agarrar el saco y echárselo a las espaldas; o a tomar por dónde del tal saco, y nunca sé cómo se llena el saco y dónde vaciarlo). El caso del saco es que, normalmente, puede servir de desahogo, pero, como debes seguir tu camino, la jodida piedra no se mueve del sitio, y, antes o después de nuestros juramentos, allí sigue para ser enfrentada.
En cuanto a las respuestas a esa serie de preguntas del párrafo anterior, están contestadas dentro de la frase grabada en el frontispicio del Oráculo de Delfos mil años antes de Cristo: “Hombre, conócete a ti mismo”… Consejo, por cierto, que aún no se ha tomado en consideración por parte del ser humano. Y eso, a pesar de que Jesús se negó como rey temporal (cuarentena en su desierto) para conocerse a sí mismo y que lo conocieran los demás… “Mi reino no es de este mundo” (S.Juan,6:15); o como San Agustín dejó dicho: “¿Cómo conocer a Dios sin conocerme a mí mismo?.. habiendo dado la clave el mismísimo Cristo siglos antes: “niégate a ti mismo”.
Y creo, me parece a mí, me barrunto, que en ese conocimiento residen el qué y el porqué de las jodidas piedras del puñetero camino… Si en verdad nos conociéramos a nosotros mismos, sabríamos que somos partes del problema; que formamos parte de las propias piedras; que somos partes individuales de un todo, que, dotados de conciencia propia, evolucionamos hacia el autoconocimiento cosechando experiencias, y no todas buenas, por cierto. También sabríamos que tales aparentes pedruscos estarían programados expresamente como tales objetivos a superar; que no son piedras, sino propósitos; como igual conoceríamos que en esa misma planificación tomamos parte como seres autoconscientes (aquí no lo somos) en otra dimensión de nuestras existencias; y ya porque viene al paso, decirles que nuestra vida forma parte de esa tal existencia sin llegar a ser ella misma.
Y aún y así, tan solo nos conoceríamos un poco, un apenas nada… No sé si es la intención lo que lleva a la reflexión, o, al contrario, es la reflexión lo que lleva a la intuición. O quizá funcione como una vía de circulación en ambos sentidos, según el caso de cada persona… Nótese que digo persona, no personal, mucho menos gente. El “conócete a ti mismo” es individual e intransferible, no podemos gentificarlo. La misión de cada cual es “aportarlo” a la masa, no “delegarlo” en la masa… no sé si sabré explicarme para que ustedes lleguen a entenderme.
Existe una sutil distinción que, a estas alturas de evolución colectiva, se nos escapa generalmente; y es que la masa está formada de individualidades, y lo que parece – porque nos hemos dejado manipular nuestro pensamiento – es que las individualidades estamos hechos de masa. Cuando eso no es así. O no debe serlo. Hasta los que se aprovechan y nos manejan hablan sin cortarse un pelo sobre la “masa social”, convirtiendo a esa sociedad en pura masa a la que dar forma… Sin embargo, es un error de calado. Hemos de despertar a la realidad de que todos y cada uno de nosotros somos depositarios del todo, y tenemos la responsabilidad de saberlo, contarlo, y obrar en consecuencia.
Hoy se habla mucho de “creadores de contenido”… Es una muy vieja profesión reencontrada en el fenómeno de las “redes”… ¿pero de qué clase de contenido?; ¿de qué naturaleza?; ¿de qué calidad, o de qué cualidad?.. Merecería la pena analizar para qué sirve y a qué está destinado: si para dormirnos o para despertarnos.; si para formarnos o para adocenarnos; si para informarnos o para desinformarnos… Díganmelo ustedes, por favor.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com