…Nos queremos… ¿Qué es quererse?.. La etimología del verbo querer es desear. Nos deseamos en el mejor, o en el peor, de los casos, o sea, de los sentidos, pero no salimos de tal deseo. El más positivo de ellos es la “querencia” por generosidad, pero también es el más raro por valioso, y se parece pálidamente a lo que llamamos “amor” tan rimbombantemente. El negativo, el que más abunda, es la querencia por necesidad… el la/lo quiero porque lo necesito, y, una vez satisfecha la tal necesidad, se va aflojando el querer, pues hay menos que desear, o de qué depender… A veces confundimos dependencia con querencia, y parte de las veces de esas mismas veces esa dependencia proviene de la costumbre… ¿Cuántas otras ese “quererte” resulta ser un camuflado “quererme”?.
Discúlpenme los que me leen si éste de hoy lo inicio de una manera tan cruda y dura. Me lo ha desenterrado de las tripas del alma un soberbio artículo de Luz S. Mellado sobre Las Cosas del Querer, como cantaba aquella vieja copla. Ella también desmenuza matices que nos suelen pasar desapercibidos cuando soltamos un espontáneo “tequiero” a alguien próximo y cercano a nuestros afectos… Y entiéndanme, por favor, no hablo en tales casos de insinceridad, ni de falsedad, ni de deshonestidad; solo hablo de sentimientos humanos para ser más concreto; y como seres humanos que somos, limitados por nuestra propia humanidad, en que hasta nuestros afectos parecen ponerse condiciones mutuas, cuando Dios es el absoluto incondicional por naturaleza.
Y ruego me perdonen si hiero, involuntariamente – bien lo sabe ese Dios – susceptibilidades personales (toda susceptibilidad es personal) en las que ni deseo entrar, ni por lo tanto, salir de donde no he entrado… Pero lo único que intento exponer es que nuestra naturaleza no puede reflejar otra cosa que nuestra propia naturaleza… eso sí, mejorada y sublimada en lo que a cada cual nos haya sido posible, que nunca diré yo que no, faltaría más. Y estamos tan sujetos y condicionados a la materia que sentimos a través de ella, mal que nos pese. Así que, del afecto a la querencia pasando por la atracción y deseo hay tal gama de grados, niveles y fases, que bien podemos confundir la “nuestra”, o la que “conocemos”, por el modelo o prototipo de “lo que debe ser”, sin permitirnos la mínima duda en nuestro muy “firme” concepto.
Aquí, naturalmente, no existe un libro de instrucciones, ni un manual, ni catecismo a los que agarrarse. Cada cual tiene el propio ejemplo que ha mamado y/o le ha sido dado en el reparto de suertes y “des-suertes” de su vida. Su experiencia personal, ya saben… “Cada cual cuenta de la feria según le vá” dice el castellano refranero. Y la feria, nuestra feria, comienza en la primera crianza, según la primera familia y sociedad a la que pertenece. Y lo caro o barato de los “tequieros” empiezan a cotizarse en “bolsa” según el baremo establecido en la tarifa inicial del contrato; y no digo “oficial” porque aquí, como en muchas otras valoraciones, no existe oficialidad alguna, ni confesión, iglesia o religión que así lo establezca, por mucho que lo afirmen. Y en eso mismo me baso.
Por otro lado, nuestra genética tan solo se refleja en nuestros cuerpos, no en nuestras almas. Las entidades que lo habitan no son hijos de la materia, sino del espíritu, por lo que no podemos “quererlos” sin antes “conocerlos”… Nos queremos, pues, primero atraídos por el aspecto fisicomaterial que nos envuelve, para, después, acercar nuestras personalidades y “enamorarnos” y aceptarnos, si bien hasta ciertos puntos. No existe lo incondicional e ilimitado en el amor humano, tan solo que en el divino. Por eso los “tequieros” suelen ser más literarios que literales, porque queremos hasta el límite de des-querer… Lo de amar viene de amor, y el Amor viene de Dios, no tiene fronteras, ni límites ni condicionantes. Usar el “en-amor-arnos” por el “querer-nos” siempre me ha parecido una cierta suplantación (claro, es mi opinión).
Y ya que hablamos desde el conocido “por el amor de Dios” anteponiéndolo al nuestro, no sé si se habrán fijado en su imagen dejada por el gran maestro e iniciado Miguel Ángel en su obra cumbre de la Capilla Sixtina. La silueta y contorno de la capa en la que se envuelve tiene la forma de… ¡un cerebro!.. El maestro nos transmitió una clave con un significado oculto que en realidad tiene varios prismas: el toque divino en el dedo del hombre es el regalo de la imagen y semejanza “mental” de Dios… Y Dios lo dotó de Mente; otra faceta es la que dejo dicho Cristo: “Buscad a Dios dentro de vosotros, y no fuera de vosotros”. Dios reside en nuestro interno interior, en nuestro “Yo” más profundo, esto es: en nuestra mente. La imagen del cerebro humano en la expresión gráfica de la dimensión mental de Dios. Y esa, y no otra, es la gran, enorme y trascendental diferencia: que no amamos igual.
Nosotros queremos creer (otra vez “queremos”) que lo hacemos con y desde el corazón, pues nos implica sentimiento… Creo que estamos equivocados, sinceramente. El corazón es un órgano, una víscera material que tiene sentido pero no sentimientos. Ni siquiera los sentimientos son trascendentes, a poco que se fijen. Los sentimientos son vulnerables, pueden ser fácilmente heridos, sin embargo… ¿creen, con toda sinceridad, que Dios pueda sentirse herido y vulnerable?.. Desde luego que no. ¿Y porqué nosotros sí?.. porque nosotros actuamos, queremos y deseamos desde las tripas, desde las vísceras, desde los órganos. Dios lo hace desde la Mente. Y su mente actúa en consecuencia, no sufre; tan solo la nuestra nos hace sufrir a través de nuestros “egos”, porque somos seres egóicos… Por eso Dios no actúa desde el sentimiento, sino desde el pensamiento.
E incluso aquí llegamos a confundir y mezclar los términos: usamos la misma definición para describir el “sentir” físico con el “sentir” emocional. Y eso es, precisamente, por que a nivel inconsciente equiparamos el sentimiento a la física… y puede que, en parte, llevemos algo de razón; que solo lo físico puede producir sentimientos, como lo mental razonamientos. A lo mejor en el caso del hombre, la mezcla de ambos dos, sentimiento y razonamiento, nos procura el conocimiento, piénsenlo… y miren que acabo diciendo “piénsenlo” como principio y fin de todo proceso.
Por eso que, volviendo al tema que nos ocupa, siempre he creído que revestir nuestra siempre limitada “querencia” de amor, que es ilimitado, no convierte a la primera en lo segundo… Querer no es amar, creamos lo que queramos creer. Pueden ser de la misma esencia, pero carecen de la misma potencia… “No confundamos la velocidad con el tocino”, nos decía aquel, mi recordado maestro, don Joaquín…