He escrito muchos artículos sobre el Tiempo, y, sin embargo, aún de vez en cuando, continúan solicitándome que siga tratando el tema… Esta vez, un grupo de lectores me pide si puedo tratar sobre la “naturaleza del tiempo”, poniéndomelo cada vez más difícil, porque, vamos a ver, si me duelen las muelas de decir que el tiempo como tal no existe, a ver cómo ahora explico yo la naturaleza de algo inexistente. No obstante, como me gustan los retos interesantes, voy a intentar rizar el rizo, aunque me salga un churro.
Veamos: existimos nosotros, que disponemos de una doble naturaleza físico-psíquica, y el tiempo reside en, por y para nosotros, no tiene naturaleza propia… El tiempo, si acaso, es un ciclo que armamos nosotros, y que solo fluye entre un acontecimiento y otro que nosotros mismos montamos. Por ejemplo: entre dos eventos transcurre un tiempo determinado, cuyos intermedios los medimos en base a unas herramientas que llamamos reloj, o calendario, o agenda, o lo que sea, pero eso no es el tiempo, sino unos medidores de lo que solo fluye. Y lo que fluye es de una relatividad pasmosa.
Si tomamos este espacio que fluye de eventos y acontecimientos, de obligaciones, compromisos y trabajos, lo comprimimos (sensación de falta de tiempo), nos produce estrés y, en definitiva, nos esclavizamos a él. Pero si lo vaciamos de todo ello, entonces, por el contrario, lo dilatamos y podemos fluir en él y/o con él, lo cual nos libera. En el primer caso, es que el tiempo se hace dueño de nosotros, y en el segundo nosotros nos hacemos dueños del tiempo… Esa sensación es la experiencia que todos pueden analizar entre la vida de empleado y la de jubilado, por ejemplo; entre trabajando y vacacionando…
Naturalmente, requiere un cierto aprendizaje. Y es abandonarse al fluir de ese “tiempo”; fluir con él dejando que él fluya (que no influya) en nosotros; intentar, en lo posible, usarlo en vez de que nos use… En ese momento, su “naturaleza” cambia, y cambia porque la cambiamos nosotros. Cuando estamos enfermos, preocupados, o somos presas del dolor, el tiempo deja de fluir para imponer su influencia: dependemos – si bien que aparentemente – de él para sanar, solucionar los problemas, acabar con el dolor, etc. Inconscientemente nos atamos a él, sin dejar de ser un acto voluntario por nuestra parte. Esto es algo que también cualquiera puede comprobar… Sin embargo, en estado de salud y de paz, que es el natural del ser humano (si no lo es se debe a nuestra anómala forma de vivir) los ciclos del tiempo los ponemos nosotros de manera inversamente proporcional a su “normal” (¿?) estado de fluidez. Esto es: más acontecimientos = más cíclico = menos fluimos con él y en él.
Existe un ejemplo que lo ilustra bastante bien y que todos experimentamos continuamente sin reparar en ello: el tiempo que estamos durmiendo… Si no tenemos un motivo extraño que nos lo impida, cuando pasamos al estado de sueño el factor Tiempo desaparece. Totalmente. No solo carecemos de esa sujeción, de esa influencia y pertenencia, es que fluimos libremente sin tener el más mínimo conocimiento de él. Nos despertamos apaciblemente y no sabemos si ha pasado una hora, ocho, o doce; si ha transcurrido un día o varios. Nos damos cuenta, ya despiertos, cuando establecemos el primer evento (acontecimiento): el despertador, la luz, los ruidos, la próstata… solo entonces contabilizamos el tiempo pasado en el plano onírico.
Se sabe que esas horas nocturnas de sueño las empleamos para restablecernos y no caer en la enfermedad y la locura. El cuerpo (la parte física del segundo párrafo) baja a niveles mínimos vitales para recomponerse en reposo; y nuestra parte psíquica (también mencionada en ese mismo párrafo) para nivelarse y reponerse mentalmente del maltrato de la vigilia. Esto es una realidad admitida y comprobada, lo que hace a uno preguntarse cual es la vivencia positiva y restauradora, y cual la negativa y destructora… Pero sí que nos indica algo importante con extrema claridad: que la materia necesita vigilia para alimentarse y cuidar del aseo y sanidad del cuerpo; y que la psiquis (lo espiritual) vive su existencia tan ricamente y sin la servidumbre de la materia en otros niveles o fases diferentes a ésta (yo al sueño lo llamo “interfase”), y libre de la ilusión del tiempo.
Otra cosa muy distinta, y que no viene al caso en este artículo de hoy, es la cosa freudiana y psicoanalítica de interpretaciones de esas experiencias soñadas (filtradas) a la psiquis, y todo eso… Lo que en éste nos interesa es lo que me preguntaban sobre la naturaleza del tiempo, que, como verán, en estado de vigilia parece tener una muy definida y relativa naturaleza entre fluyente y condicionante, y en estado onírico aparenta no tener ninguna. Y, como un servidor de ustedes siempre dice, debe ser el motivo de tal causa, ¿no?..
Y a lo mejor el motivo no es otro que el también muy repetido axioma de Teilhard de Chardín: “no somos seres materiales evolucionando en espirituales, sino seres espirituales experimentando en la materia”. Entonces, claro, el tiempo solo operaría en la experimentación material y a través de lo espiritual, lo cual es tan solo que un condicionante. El problema sería que, en vez de nosotros condicionar al tiempo, el tiempo nos condicionara a nosotros (la herramienta no debe dominar la mano que la maneja), pues eso demostraría el escaso grado evolutivo alcanzado… Otra cosa y caso es que empecemos a darnos cuenta de lo que en realidad somos, y de ahí, precisamente, la naturaleza cambiante (o no naturaleza) del puñetero tiempo…
Espero haber cumplido. Sean benévolos conmigo.