(de MuyInteresante)
Me acuso padre de que, a veces, de vez en cuando, aprovechando la promiscuidad que brindan las redes, realizo un muy pequeño experimento sociológico, aunque tenga poco de lógico según los que así opinen… El caso es que, al rebufo de que el Real Madrid ganó su “niñabonita” (el quince) de la Copa de Europa, y que el Manzanares pasaba por allí, solté tres o cuatro minimensajes facebookianos aludiendo al gregarismo del madridismo (podía haber sido barcelonismo, murcianismo, capitalismo, comunismo o siemprelomismo), a ver qué pasaba, si es que pasaba algo.
Y, por supuesto, pasó lo que tenía que pasar: lo primero de todo es que me acusaron de tener envidia de los del Madrid (¿?)… porque yo era un perdedor. Cojonudo. Luego, como yo soltaba cuerda desenganchándome de toda marea forofa, apareció un clásico: sentirse ofendidos e insultados, y, en consecuencia lógica, comenzar a disparar en grupo baterías propias de insultos, que son variados, e incluso, algunos, ingeniosos, tratando de calificarme de resentido por no felicitar a cuántos se sienten “ganadores” aunque no lo sean (los únicos son los “héroes y dioses” que cobran millonadas por ser simples mercenarios contratados para vestir tan sentidos colores). Pero, en fin…
La experiencia ratificó sobradamente mis suposiciones a tal respecto: quién ataca a la manada sale corneado hasta poniéndose de lado, y lo digo, claro, en el sentido figurado. Y porque me sale en pareado… En este país, el que no es gregario más vale que se lo calle y se esconda…o camufle. Lo único que, ya a tal respecto, me queda que decir, por si algún caballero de alto plumero leyese esta especie de artículo/ensayo, si bien lo dudo muy mucho, es que les doy mis más sentidas gracias por participar, y, aunque no lo crean, les pido mi no menos sincero perdón, si es que se han sentido atacados, ofendidos, o insultados por ello (y me consta que sí, que desde luego).
La conclusión es precisamente de eso mismo: de gregarismo a todos lo mismo; de la sensibilidad de la piel de cada cual, que unos la tienen extremadamente fina, y otros, como este servidor, que la tienen de galápago viejo… Soy consciente que mis mensajes hirieron susceptibilidades patrioteras hasta hacer sangre; y que sus estoques y banderillas a mí me hicieron cosquillas, por también decirlo en verso. Pero el caso, que es lo verdaderamente importante, es que se saca una buena columna de tal experiencia, toda vez que apunta a un tema generalizado en nuestra sociedad, y, por eso mismo, de importancia. Creo que merece, al menos, echarle una pensadica.
Me parece que fue Kafka (toco de oídas) quien dijo algo así como que “no existe la ofensa, ni el ofensor, tan solo el ofendido”, y se corresponde como un calcetín a su par con el de nuestro español refranero “no ofende quien quiere, sino quien puede”, al que yo añado que solo puede poder el propio ofendido… En este caso resulta paradogico que el que no quiso (yo) pudo, y los que quisieron (ellos) no pudieron, pero es que este curioso mecanismo es así como funciona. La gente se ve retratada cuando al retratista solo le interesa el paisaje (en este caso concreto, el paisaje forma parte del paisanaje)… Y esto ocurre con todos los – falsos – agravios que queramos incorporar a cualquier colectivo… Abogados Cristianos contra artistas, o lo que sean; procesionistas y cabildistas contra librepensadores; tradicionalistas contra escépticos; caínes contra abeles y no me toques los cascabeles…
La comparación es similar a la del concepto “pecado”, del que ya Jesús en un pasaje del Evangelio, dejó muy claro de que “sale de dentro del hombre, pero no entra de fuera del hombre”. Tan solo tienen que molestarse en cambiar “pecado” por “ofensa”, o por “insulto”, y les dará el mismo resultado. El insulto reside en la persona, no fuera de la persona; la ofensa la alimenta uno mismo, no nadie más… Es el Ego el que se molesta, no el Yo auténtico y genuino del ser humano. No es nada paranoico, todo se reduce a un problema egóico, y la solución reside en la autoeducación. Y digo lo de “auto” porque no esperemos que venga de fuera lo que ese mismo “fuera” está usando y abusando constantemente con y entre nosotros para así dominarnos a través de nuestros falsos honores y muy falseados orgullos. No digamos lo que entendemos por dignidad.
Precisamente esta última reside en sentirse libres de tales ataduras a cualquier hato o aprisco. En no permitir que la opinión generalizada, o gentificada, nos afecte en absoluto como personas individuales humanas que somos. Es más digno el que es libre de tales servilismos que el que se encadena (en nombre de “su” libertad además) a tales panycircos, a tales dependencias sociales y socializadas…
Si les sirve de algo, este servidor de las monjas lee y escucha toda opinión y/o tendencia contraria, ajena o no a la suya propia, y, en lo posible, me blindo de sentirme ofendido por nada ni por nadie, y, por eso mismo quizá, expreso igualmente mi opinión en libertad… mientras nos dejen ejercer tal libertad de opinión. Y si tal opinión se toma como ofensa, insulto o ataque, sin haber sido mi intención, no es que yo insulte, sino que los hay que se sienten insultados. Es más… incluso si hubiera intención, si no existe predisposición en aceptarlo, no se daría tales inmaduras reacciones. Nosotros mismos fabricamos nuestras ofensas y nuestros insultos hacia nosotros mismos.
Naturalmente, uno es lo que quiere ser: susceptible a todo o libre a todo. Mi batalla personal de un tiempo a esta parte es librarme, cada vez más, de tales erradas y herradas susceptibilidades… aún sabiendo que no es sencillo, pues, en contrapartida, como en la ley de física, “se desarrolla una fuerza de igual intensidad que actúa en sentido contrario”. Intento explicarme: en lo que me libero de sentirme insultado, como, en consecuencia, suelto mi opinión, aún sin ánimo de ofender a nadie, siempre existen los que se dan por atacados e insultados, en una especie de círculo vicioso por la también ley de Causa y Efecto que, en estos casos, más parecen ser las Leyes de Murphy…
En fin, sea como fuera y lo que fuese, conmigo no se molesten en ofenderme ni en sentirse ofendidos. Si usan el sentirse insultados como chantaje moral para callarme, me creo que no va a funcionar, aunque utilice la prudencia de contar moscas, que no sé… O sea, una muy lamentable pérdida de tiempo por ambas partes.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com