¡…Oño!.. es lo primero que se les va a escapar con solo leer el título. El paso siguiente será preguntarse qué ocurrencia se me ha pasado por lo que tengo por cabeza para escribir sobre este tema; y después es posible que no me sigan leyendo, o a lo mejor sí, pues el tema de la muerte aún despierta resabios y la necesidad perentoria de tocar madera, incluso en los individuos más avanzados mentalmente… Es un temor consecuente y subsiguiente que tenemos agarrado a subconsciente, imbuído en nuestras creencias desde la niñez por las religiones e iglesias; y que casi ya forma parte de nuestra más acendrada genética.
Pero es que, una persona cercana y querida, me lo pidió de la forma que, precisamente, más fuerza conlleva: diciéndome el miedo a la muerte que últimamente le asaltaba, que es la manera más inconsciente de solicitarlo… No obstante, me he tomado mi buen y laaargo tiempo en hacerlo, pues dudaba si sería bien recibido, o mal entendida mi intención por aquellos que aún me siguen. Así que, tras darle un par de vueltas, me dije a mí mismo: ¿y cuándo te ha coartado a ti que te baje el índice de audiencia… o leyencia?. Así que aquí estamos, intentándolo hacer lo mejor posible.
Se preguntaba el gran Heidegger (retóricamente, claro) para qué puñetas nacer si hemos de morir. Sin embargo yo creo que por eso mismo: porque son dos partes de un mismo camino, de un mismo todo, de un mismo lote; porque son indivisibles lo uno de lo otro; porque son causa y efecto de sí mismoS; por puñetero sentido de lógica… Para mí, novelero como soy, es la discreta dama que nos acompaña en todo lo largo, o corto, de nuestra vida. Las feministas acérrimas ya dicen que por qué dama y no caballero; y sí, vale, me sirve, lo que ocurre es que, personalmente, prefiero ser asistido en el trance por la cálida delicadeza de una dama a la fria corrección de un caballero.
La existencia humana es un contínuo nacer a niveles distintos y diferentes de realidades, y, por puñetera lógica, para nacer a unas hemos de “morir” a otras; hemos de “pasar” por unas y otras ineludiblemente, pues nunca estamos en las mismas… El concepto de biología mecanicista de la muerte es la de la cesación de los medidores vitales y la pérdida de conciencia, pero esta definición se queda a medio camino, pues, ¿qué es la conciencia, y dónde se pierde la tal conciencia?.. Si la conciencia no es material, ¿cómo se puede asegurar que “se pierde”?.. ¿Por qué no, simplemente, sigue en el mismo plano energético separada de la materia?.. ¿cómo se mide y se pesa la conciencia?.. Es realmente absurdo y de poco sentido común. Mucho más en la era de la física quántica.
Ya Aristóteles hablaba sobre la “inmortalidad del alma”, nada menos…Naturalmente, hace 25 siglos, el concepto de “alma” suponía el todo, pues un cuerpo era animado por tener ánima, que de ahí, precisamente, viene la definición de animal; pero hoy se sabe que hay algo más que eso. Voy a permitirme explicarlo como en una especie de regla de tres para que lo comprendan: el espíritu es al alma lo que la mente es al pensamiento, esto es, un estadio superior del que se alimenta y en el que se mueve el inferior. El cerebro piensa y el alma (ánima) trabaja, mientras el cuerpo físico a través del que se manifiestan (que no habitan) esté en condiciones de poder mantener sus funciones… Luego, la finalidad de los mismos pasa, y discúlpenme la borde manera de decirlo, de los órganos materiales a los órganos espirituales.
Por todo eso, el “concepto” de muerte no es la “concepción” de la muerte, aunque la raíz semántica sea la misma. El gran teólogo, científico y filósofo, Teillhard de Chardín, asegura que “no somos seres humanos teniendo una experiencia divina, sino que somos seres divinos teniendo una experiencia humana”… Y esto pone de patas arriba el sudodicho concepto de muerte, porque el mecanismo experiencial viene “de arriba abajo”, y de ninguna manera “de abajo arriba”, como creemos, o mejor: como se nos ha hecho creer. Y eso lo cambia todo.
La Iglesia define la muerte espiritual muy finamente como “estar separados de Dios”, pero eso es una falacia para vendernos su mediación como exclusivos representantes y suministradores en materia divina… Nunca podremos estar “separados” de Dios cuando formamos parte del mismo Dios (Dios es su propia obra). La católica ha dado el cambiazo de “alejados” por “separados”. Y, aún y así, lo de la lejanía es relativo, pero lo de la separación es imposible. Lo que entendemos por “vida” solo es un medio, y lo que entendemos por “existencia” es un fín.
Para el mismo Niestzche, que era un profundo pesimista, además de posibilista, decía que “la muerte era la eventualidad de otro horizonte posible”… No Existe filósofo ni pensador que, incluso desde una concepción atea y negativista, no acepte que el binomio vida-muerte forma parte de una misma mecánica. Incluso Einstein, que no creía en modo alguno en el diós que le imponía la religión, al final tuvo que rendierse a “la evidencia y la inevitabilidad”, para decirlo con sus propias palabras, de un Dios cósmico y universal que le diera sentido a su ciencia… Y “Dios no juega a los dados”, como su famosa frase lo define. Ni siquiera con la vida/muerte de las personas.
Desde mi gnosticismo, que la gente suele equivocar su significado por ateísmo, por descreimiento (cuando “gnósis” significa conocimiento), y mi creencia de querencia, podría decir a esa cercana persona otras cuantas cosas más… pero quizá serían contraproducentes por su forma y manera de razonar; puede que por ella, o puede que por mí… Así que lo mejor es dejarlo aquí. Un plato se puede digerir, y dos pueden llevar a una indigestión que lleve a aborrecer el alimento ingerido… Así que adiós muy buenas, y que lo paséis bien…dentro de lo que cabe, naturalmente.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com