(de Britannica)
Hoy voy a abrir un melón, si me lo permiten, con una frase de Thomas A. Édison, nada menos: “Hay tres clases de personas: quienes piensan; quienes piensan que piensan; y luego están aquellos que prefieren morir antes que pensar”…
Naturalmente, es un pensamiento de uno de los grandes, por lo tanto, un gran pensamiento, hablando, precisamente, de eso mismo: de pensar. Los del primer grupo son minoría, comparado con la totalidad de personas que habitan esta humanidad. En realidad yo suelo separarlos entre “gente” y personas… Los individuos que se dejan pensar constituyen la “gens” humana; piensan en grupo, colectivamente, tribalmente, casi todo el tiempo; y solo aquellos que se salen de tal circuito piensan por sí mismos, independiente del resto de los demás. Por eso una cosa es el “pensamiento social”, intervenido y pastoreado, pues más bien son el destino de los pensamientos elaborados para su consumo; y la otra profesar un auténtico, verdadero y genuino librepensamiento.
Los del segundo grupo, los que “piensan que piensan”, somos una mayoría confusa y difusa, donde, como decía mi buen y valorado amigo el cura Antonio, “metámosnos tós y sálvese el que pueda”. Y como bien dice Édison, aquí militamos todos los que creemos que pensar es una facultad general para desarrollo personal, unos acertados u otros errados (los herrados, con hache, sería más bien los del tercer grupo, aún sin reconocerlo, claro)…
De hecho, en éste segundo, se suele dar la situación de que casi todo el mundo – por no decir todo – creemos que pensamos por nosotros mismos, a pesar de dejarnos llevar y arrastrar por el pensamiento colectivo… En realidad, en este mogollón existe una interfase individual que está “aprendiendo a pensar”, pero sin atreverse a enfrentarse con el rechazo frontal y social que forman los de la Caverna, de Platón.
Los del tercer grupo, los que “prefieren morir antes de pensar”, encuadra a todos aquellos que, bien por pereza, bien por comodidad, o bien por cobardía, no se arriesgan a pensar por ellos mismos… Son los genéricos del “a mí me va bien con lo que creo, no quiero pensar en otras posibilidades”; aquellos del “déjame tranquilo, soy como soy, no te molestes”; los del “no tengo necesidad de pensar nada, así que…”. Jesucristo fue extremadamente duro con ellos: en una ocasión en que un joven le manifestó su intención de seguirlo, Jesús le dijo, “pues déjalo todo, y ven y sígueme”. El otro le contestó: “sí, lo haré, pero deja que entierre a mi padre, que acaba de morir”, a lo que el Maestro le escopeteó: “deja que los muertos entierren a sus muertos”… Examinémoslo en su correcto contexto, a ver si encaja:
Esa es una brutal y lapidaria frase, si la pensamos superficialmente, y más aún, atrapados por el actual y equivocado concepto “buenista” o de lo políticamente correcto… La interpretación religiosa en la de “sigue a mi Iglesia”, nautralmente. Pero lo que Cristo le dijo al joven aquél y a los que estaban pegando la oreja era, precisamente, que había que soltarse de todos los conceptos costumbristas y caducos, de tradiciones muertas, etc., para seguir una idea revolucionaria de librepensamiento como la que él representaba (y que le costó el retiro forzoso, por cierto); no hay diferencia – fue lo que en verdad quiso decir – entre un muerto real y un muerto en vida: ambos están muertos.
Está claro que ni para Jesucristo ni para Édison, el hecho de pensar era la cotidianidad repetitiva que se pasea por las mentes del personal; ni el “a ver qué hago hoy de comer”; ni “la pascua encima y mis zagales en cueros”, o “ha ganado mi equipo, he ganado yo, todos hemos ganado”… El pensamiento es un don elevado muy poco practicado, para ambos dos. Se trata, más bien, de dudar de lo que se da por establecido; de plantearse los “porqués” inmediatamente detrás de los “qués”; de cuestionar lo que se da por incuestionable; de preguntarse más y asentir menos.
Cristo no dijo nunca tened fe en lo que todos la tienen. Jamás. Lo que dijo fue algo que sonaba a disparate: “ordenad a aquella higuera que se seque, y se secará”, y aún más: “pedid a aquella montaña que se aparte, y se apartará”… En román paladino, el pensamiento es, precisamente, para sobrepasar lo cotidiano; para ir más allá de lo admitido; para preguntarse a sí mismo por lo transcendente, o por lo trivial e inmanente; para abocarse al precipicio de la caverna platónica. También Édison afirmo que él no había inventado nada (y miren si inventó cosas), si hubiera pensado como el resto de la gente. El que sepa pensar que piense, pues dijo que solo las había descubierto.
Es justo y saludable pararse a pensar entonces, hasta qué punto pensamos o solo rumiamos papilla ya digerida… En la realidad de nuestro día a día, la inmensa mayoría nos dedicamos a repensar lo que se nos dice que pensemos, a través del programado pan y circo a tal efecto y medida. Y eso no es pensar, eso es “ser pensados”. Ser pensados por otros que nos construyen la sociedad que a ellos les interesa y en la que nos rebozamos con fruición.
Por eso mismo que tales sociedades, todas, llegan a su fin: precisamente porque no tienen ningún fin… Y la nuestra, lo creamos o no, está llegando a su fin; y los “Tiempos Líquidos” de los que Baümann habla en sus libros son, exactamente, los que actualmente vivimos: sin finalidad, sin sentido, sin consistencia ni consecuencia ni subsistencia… La única y sola verdad es que el sistema evolutivo de la humanidad se realiza a través del pensamiento, o sea: si no pensamos, no evolucionamos; y la evolución es una ley universal que funciona, bien sea por las buenas, o bien sea por las malas…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com