Hay días en que uno se levanta torcido… Se ve a sí mismo en la sociedad que tenemos; los políticos que lo rodean y que lo representan por vía vicaria; del mundo y sus estadistas… y me dan ganas de una de dos cosas, como decía Pérez-Reverte en uno de sus artículos: o coger el portante y marcharme a una cueva de la montaña más alta, tirar el móvil desde allí y vivir solo conmigo mismo aunque no me soporte; o bien montar una organización tipo Spectra y dedicarme a limpiar el planeta de los hijoputas de Putin, Netanyahu, Orban, Trump, Miley, etc., siguiendo por los de segunda y tercera fila, hasta dejar el planeta más limpio que el jaspe.
Naturalmente, ni tengo valor para lo primero ni pasta para lo segundo. Así que le pego cuatro gritos a la perra, me escancio en la madre que la parió, me arrepiento (o no) después por los daños colaterales, y luego me digo gilipollas a mí mismo por tomarme estos… u otros berrinches parecidos o igual de malparidos. Por supuesto, el cual, la tara, el defecto, la incapacidad, la impotencia, reside tanto en mí como en cuantos me rodean, si bien que con una clara diferencia: a los demás les da igual – al menos aparentemente – y a mí me parece como que no.
Tan veo que al resto se la trae al fresco, que incluso me da la sensación que les gusta, que les encanta; se afanan en colaborar con entusiasmo en el consumismo suicida; en el panycirquismo ciego; en el desmonte del clima; incluso hasta en votar todo populismo que nos transporte a fascismos pasados… Y cuando digo fascismo me refiero tanto a los de derechas como a los de izquierdas, que de ambos hay, y cada vez más y más dañinos… Y miro el nacimiento de la democracia, y ya no la reconozco, ni me reconozco en ella, de tanto que hemos cambiado ella y yo…
Así que en esos días que me levanto con mal pie, busco la pastilla que me corte la diarrea anímica, y veo que no está en mi botica; ni sucedáneos de felicidad artificial en las farmacias, que son peor el remedio que la enfermedad, por cierto; pero que tampoco te las recetan en la Seguridad Social, salvo que sean las drogas legales que no dejan de ser drogas, claro… Estoy perdido, me digo a mí mismo sin dejar de mirarme un interior, al que grito y me devuelve el eco vacío del tal yo mismo… Si acaso, un confuso y confeso: ánda, jódete y sigue viviendo…
A estos respectos, el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Karen Amstrong, ha recurrido a un método para entender el mundo, que él profesa y recomienda al resto de sus demás. Dice que se apoya en un par de medios, a los que llama Logos y Mithos, dos conceptos bautizados de la cultura griega, y en los que basa su catecismo holístico… Pues no a otra cosa se refiere en sus planteamientos, que no son sarmientos, precisamente.
Logos es la ciencia, sea matemática, física, química, quántica… toda, absolutamente toda, pues es aquello que hoy “nos remite al crecimiento a través de la razón”. El anclaje a una verdad y realidad superior que se nos revela combatiendo la ignorancia… Y el Mythos es el entendimiento que brindaba a nuestros antepasados las respuestas que escapaban a la razón, y que se convirtieron en leyendas… “Mythos nos ayuda con la parte emocional, y a enfrentarnos con todo aquello que no puede controlar la razón”…, o sea, comprobar cómo el Mythos es re-descubierto por el Logos, o sea…
Resulta que, sin yo saberlo, es mi método ciego: tratar de explicar lo uno y lo otro, o lo uno con lo otro… Y luego viene lo demás, esto es: que en los momentos de temor, de desconcierto, de soledad, de angustia, de vacío, los seres humanos necesitamos pensar que nuestra vida tiene sentido. Los hay que prefieren no creer en nada, que es lo más cómodo y fácil, aún lo más incierto también. Y los hay – la gran e inmensa mayoría – que lo buscan en el poder y en el tener, en el narcisismo y el hedonismo, en el dinero y el plumero… En éstos suelen mezclarse los descreídos, que son más creyentes que los que se dicen creyentes y solo son imitantes; y los practicantes de la disolución, que se dicen a sí mismos, por ser parte de la solución.
En esta confusión babélica habríamos de aplicar el principio de que no se puede creer sin actuar. Lo uno y lo otro. Así que, según en qué dirección se actúa, en eso se cree; no en lo que decimos, pues luego hacemos lo contrario. Eso es tan solo que pura coherencia… Un fiel, seguidor y creyente de las tradiciones, procesiones y religiones, por ejemplo, no busca, y como no busca, tampoco encuentra. Se aferra a sus propias cadenas de anclaje. El Mythos debe explicarse desde el Logos, que es el que rescata el verdadero sentido del Mythos…Por eso mismo estamos andando los caminos al revés de como debiéramos (al menos es lo que parece), y de ello habremos de responder y pagar las consecuencias derivadas. Es una ley universal, creamos o no creamos en ella.
“La idea de la transcendencia no puede ser un dogma teórico, sino un presupuesto de la razón práctica.” (Kant)
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com