Aquella factoría de milagros que era el Club Fénix – antes Cámping – en Los Alcázares de los sesenta, siempre funcionó con media docena de iluminados tirando del carro y el amparo y apoyo de un escaso pueblo dándole calor y color. Los grises plomizos de la dictadura imponían límites y silencios a los sueños; las filtradas advertencias otorgaban prudencia a los pasos; y la ilusión de hacer cosas que contravenían en la mayoría de los casos nos lanzaba al riesgo por hacerlas realidad… Yo siempre intuí que el chirrido de nuestras acciones estaba amortiguado porque Eduardo era un funcionario local destinado por “el Régimen”; algunos otros, como Efrén, hijo de militar, y algún otro tapado ángel que nos guardaba y tutelaba ciertos excesos.
Los Juegos Florales, título genérico admitido para administrar expansiones literarias, era quizá el mascarón de proa de nuestras aventuras por suministrar cultura… Cuando convocábamos aquel invento, una espita revestida de poéticos ribetes, pero donde se podía expresar, en muy medida prosa, las inquietudes que nos baqueteaban por dentro; aquella resabida “Flor Natural” de premio gordo, o algunos accésits con los que colábamos meritorios trabajos; aquella Marcha de Aida que festoneaba de “tiramisú” el acto, como romántico gesto de acompañamiento… Mi padre solía invitar a su amigo y poeta Carlos Fuentes, que, tácitamente, nos daba cobertura de legitimidad oficial y seguridad política ante el… digamos “estamento único” al que estábamos sometidos a través del Movimiento Nacional y su Falange.
Todo quedaba a un nivel localista bastante discreto, si bien, poco a poco, las participaciones foráneas fueron ensanchando el horizonte: a nivel comarcal, primero; luego venían trabajos de todas partes de nuestra región… quizás que llamados por un vago resplandor más que por las raquíticas añadiduras pecuaniarias que podíamos arañar a nuestras escasas aportaciones y pobres posibilidades (salían discretas reseñas en La Verdad, y en Línea), que otorgaban una pálida patina a los que cultureábamos por tan esqueléticos gallineros… Acuérdense los que la hayan visto, lo de las tristes y agónicas tertulias de la película La Colmena, de Mario Camús.
Nuestros ya cuasi “Certámenes Literarios” se convirtieron en la joya de la corona de aquel ilusionado, e ilusionario, “entretenimiento” de unos pocos que veían crecer en su maceta el humilde albardín que habían plantado. Y más de secano que las propias piedras… Los del Movimiento empezaron a removerse, y se cursó aviso a la Jefatura Local de que extremaran la vigilancia y control sobre aquel grupo de zagalones inquietos que no necesitaban de anises para regordar.
Era noche cerrada cuando nos reunimos en la oficina de Telégrafos. El tiempo andaba revuelto de levante, y Eduardo inquieto y nervioso… Aquel año la convocatoria se nos había ido de “pinche madre”, como dicen los mejicanos. No solo de México D.F., también de Argentina, aparte algunos de Barcelona, Madrid o Valencia, nos habían llegado trabajos. Los “oficiales”, como Carlos, estaban asustados, y el resto supimos que a aquel invento se le habían ido las costuras. Pintaban bastos.
En fechas siguientes todo sucedió vertiginosamente… Aquello no podía quedar en nuestras manos. Se habían sobrepasado los límites, y el “régimen”: la Falange Española y de las J.O.N.S., el Gobierno Civil y todo el aparato y autoridad nos cayó encima de nuestros escasos lomos, inmovilizándonos… El protocolo fue asumido desde la cabecera del poder político regional; el familiar y escueto escenario del Cine Carthago ya no acogería el acto, que se haría en el “incomparable marco” de la Plaza de Armas de la Academia de Suboficiales del Aire; y el jefe supremo del operativo sería don Joaquín Esteban Mompeán, como entonces Secretario, y representante responsable de Gobernación Civil de Murcia.
Aquél, ya último, claro, Certámen Literario, sirvió para darse lustre todo el aparataje, autoridades y personalidades del Régimen, que fueron invitados a lucir sus mejores galas, plumas y poder en tan magno acontecimiento… “internacional” de cultura nacional e hispanoamericana. En el lucimiento de la tradicional Marcha de Aida, por supuesto, fueron colocados debidamente engalanados los “hijosdalgos” e “hijosdalgas” de relevantes personalidades, como es de suponer…
…Y a nosotros, los del Club Fénix, los del Comité Organizador, los responsables y hacedores del invento ido de las manos, se nos puso de acomodadores del magno evento… No nos privaron de la libertad, pero nos quitaron la dignidad. Estuvimos, sí, pero recibiendo y acomodando en sus localidades a los dignos e ilustres asistentes del yugo y las flechas. Y viendo el espectáculo desde el destierro del patio de butacas. Fue el perfecto acto de humillación que pudieron discurrir y al que se nos pudo someter como ruín venganza y escarmiento.
Fue el último estertor. Ni los incultos poderosos estaban por mantenerlo, ni los ilusos desgraciados podríamos rehacernos… Y si se repetía, ya sabíamos la respuesta; y ojito con abrir la boca, porque entonces las consecuencias no serían tan benignas para nuestra integridad…
Hoy, sin embargo, existe libertad, pero no hay voluntad. Existen medios, pero no inquietudes… En la actualidad, que se puede, no se quiere; y se está por otras cosas de más suculentas ignorancias, que es lo que lo ocupa todo, absolutamente todo. Los poderes han logrado lo que siempre quisieron: hacer de las personas gente, y de la gente, masa. Y con democracia incluída, por supuesto; y con la izquierda decidida, por otro supuesto… Salvo que, claro, haya algún negocio “enmascarilleado” en ello del que aprovecharse.
Miguel Galindo Sánchez / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com