Mi buen amigo Pedro Pozas Terrados, me pide que le prologue su último libro: Hojas Caídas, un regalo de sí mismo a cuántos lo lean, aunque esté dedicado a su siempre amada y añorada Leonor, así pasen los siglos, y a sus queridas hijas… No solo me siento honrado, también me siento agradecido. Prologar un libro que se ha escrito con los entresijos del alma supone un privilegio para cualquier emborronapáginas como yo, y a cuyo pedido me apresto con la mejor, y más temerosa también, de las disposiciones. La mejor que puedo hacer, por la voluntad en regalar mi humilde aportación, y la más temerosa quizá por no saber estar a la altura de sus textos y vivencias.
Solicita mi aportación el mismo día que estoy escribiendo, por motivo del Día del Libro, uno de mis artículos: “Lectores y Escritores”… Y al ponerme a leer su preámbulo del libro que me envía, no puedo otra cosa que sorprenderme, porque, al inicio de uno de sus párrafos, escribe que “para todo escritor hace falta que exista un lector que lea sus llamadas”, algo casi exacto a lo que yo mismo había razonado en otro párrafo de ese mismo artículo. Esas… llamémosle “sinergias”, porque de alguna forma hay que nombrarlas, suelen darse cuando existe cierto grado de coincidencia en el pensamiento… Y Pedro y yo, a lo largo del tiempo en que nos conocemos, coincidimos en los ejes centrales de lo que consideramos importante, aunque en nuestras mutuas periferias luzcamos distintos “avíos”…
Afirma el autor que, a veces, compagina la prosa con la rima “porque los versos libres abren más caminos que los marcados por reglas”. Efectivamente, así es. Pero a eso creo que se le llama versatilidad, amigo mío… Un escritor así, es como la persona ambidiestra, que escribe igual de suelto con ambas manos; y el que vierte su sentimiento tanto en prosa como en verso es un autor versátil, como lo es también en aficiones y materias… En el origen de nuestro conocimiento, él me pidió mi colaboración en un capítulo para uno de sus libros sobre sus queridos simios… no por mi entendimiento en la materia, claro, si no por mi sentimiento hacia ella, tema del que más sabe sin ningún género de duda, y del que yo soy lerdo, aunque sensible.
Sin embargo, coincidimos en la escritura, y en “buscar el camino en el sendero cósmico de las estrellas”, remedando sus propias palabras. Por eso también que, posteriormente, igual le pedí yo a él que me prologase mi libro “Cosmogénesis”, porque sabía que podía interpretar, en toda su profundidad, mis locas elucubraciones… Poco, muy poco importa que moldeemos figuras diferentes, incluso con materiales distintos si, en el fondo, nos anima el mismo espíritu universal de entendimiento. No es éste un ditirambo mutuo traído por las circunstancias, que nadie se llame a engaño ni tome esta aportación por lo que no es. Tan solo es la constatación de un hecho.
“Hojas Caídas” está estructurado en cuatro estaciones, como la sinfonía de Vivaldi, puesto que es la música de las palabras: cuatro cantos en el nacer del día, maitines, laudes, prima y vísperas, como en los esclarecidos claustros de la sabiduría del recogimiento. En Pedro Pozas son el Canto a la Naturaleza, el Canto a la Tierra, el Canto a la Esperanza y el Canto al Amor… Y no es un capricho en un autor dónde, como los monjes con sus rezos, la naturaleza, la tierra, la esperanza y el amor se funden en su mismo y único concepto: la causa y el efecto, y el fin de todo. Es el alma del mundo.
El primero de ellos es como un abrir los ojos a nuestros actuales días, llenos de rabia, indignación, y dolor por la aparente maldad y patente ignorancia. Es como un canto – yo diría mejor un grito – a la humanidad que conforma la sociedad de hoy, e intenta penetrar en las mentes de las personas antes de convertirse en gente, y que es insensible a los puntos neurálgicos que necesitan de sensibilidad. Y donde clama que la realidad que estamos construyendo no es la realidad real… El segundo, nos devuelve a la existencia armónica de la naturaleza. Su mensaje lo basa en que “un poeta es sensible al mundo natural”, sin embargo, la esfera de la creación que él dibuja en su visión cósmica y de ecosistemas está dentro de los seres humanos desde ese mismo acto creacional Si el poeta es capaz de sentirlo y transmitirlo, el resto deberíamos ser capaces de captarlo en nuestro interior… “buscad dentro de vosotros y lo hallaréis”, dijo aquel profeta galileo.
El tercero, es un intento de unir el hoy con un mañana mejor. Por eso mismo es un canto a la esperanza. Es una especie de búsqueda de un sendero blando y suave en un camino abrupto y pedregoso; o como buscar la luz entre girones de oscuridad; o cómo encontrar para nuestro cansado “yo” una almohada donde reposar logros y anhelos incumplidos o interrumpidos, que luchan entre sí dentro de nuestra cabeza… El último, es como el culmen de todo, el núcleo final, la piedra filosofal. La armonía del Universo que habrá de fundir la desarmonía de la Tierra por nuestra propia acción desarmónica. El pegamento del amor, que no es igual que el amor al pegamento, que nosotros practicamos por entenderlo así.
Y así que el autor, querido lector y señor mío, le invita a perderse en el piélago de palabras que forman y conforman sus vivencias… Pues, si se fija, y después de leer su prosa y su verso, lo repasa con detenimiento, todo lo que se escribe en este libro no es solo lírica. Dentro palpitan experiencias vivas y humanas de gozos y sufrimientos comunes a todos los seres humanos…
Declara su primera admiración por Julio Verne, sin embargo, no se deja capturar por la imaginación desbordada, ni se entrega a raptos de fantasías. Sus composiciones tienen un poso real, de experiencias gozosas y dolorosas, que estallan como un volcán enredado en sus versos. Su imaginación reside en la riqueza de sus metáforas, no en irreales aventuras… Quizá sus contactos con Félix Rodríguez de Lafuente, o con Jean Cousteau, sean los que más le hayan influido en sus arraigos y querencias a los animales, a nuestros hermanos primates muy especialmente, a toda la naturaleza como Gaya, e incluso al orden natural en general… Y así, equipado de tales parámetros, hay que leer este libro que me permito recomendarles.
…Porque no es un libro de comprar, leer y estanterizar (permítanme el palabro inventado, y sepan disculpármelo). Es un libro de cabecera, para leer a pequeños sorbos, paladeándolos y pensándolos; digeriéndolos y dirigiéndolos (al espíritu, al alma) y buscándoles hasta la médula. Es un libro de mesa, no de estante, para tener a mano cuando se tenga la necesidad de echar un trago de su potente ambrosía… no sé si me entienden… Ya saben: HOJAS CAÍDAS, de Pedro López Terrados, editado por Visión Libros.
Pero, sea como fuera, mi deseo es participárselo a Vds. y compartirlo con Vds… Que lo gocen tanto como yo lo he gozado, aunque nunca se dé por acabado… Buen provecho, y queden ustedes satisfechos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com