Me he empanado un tocho científico de más de seiscientas páginas, “El Código de la Vida”, de Walter Isaacson (Pengüin Libros)… Es la biografía de la genetista y premio Nóbel Jennifer Doudna, parte de la historia en la laaarga investigación genética desde sus inicios, su participación en ella, y su influencia, determinante, en el futuro de la especie humana… Sus últimos capítulos están dedicados a nuestro reciente Coronavirus, y a por qué, cómo, cuándo, y de qué forma y manera, y a qué se debe que se pusieran en marcha la batería de vacunas que, en tan corto espacio de tiempo, inmunizó, y logró “gripalizar” – permítaseme el vulgar símil – lo que comenzó como una pandemia, mortal de necesidad.
No pretendo aburrirles, a estas alturas, con cuestiones científicas, por muy divulgativas y sencillas que sean de entender, ni mucho menos. Como tampoco es mi intención montar una controversia entre defensores y “condenadores”, negacionistas y afirmacionistas, provacunas y antivacunas, o terraplanistas y evolucionistas. Ni hablar. A lo largo de los dos últimos años he podido comprobar sobradamente que el “no es no” es una fuerza oscura y ancestral que el ser humano lleva enredada a sus tripas genéticas, que se opone a cada salto evolutivo y a cada descubrimiento (como ocurrió cuando Galileo, Miguel Servet, Darwin y otros); que se mantiene, más o menos oculto, a lo largo de los siglos, y que reaparece cada vez que hay un cambio decisivo para la humanidad; y que no se atiene a razones intelectuales, científicas o lógicas algunas, si no a la más estricta negación de todo.
Pero lo cierto y verdad, es que se debe a esta fuerza natural y regresiva, de resistencia al cambio… ¿Qué cuál ha sido el cambio?.. pues, en este caso, ni más ni menos que la propia naturaleza de las vacunas. Por circunstancias, yo diría que por obligada evolución en las investigaciones científicas, se ha dado un salto de la vacuna biológica a la vacuna genética. Eso es todo. Los adelantos en investigación genética, de enormes posibilidades, por cierto, tienen sus poderosos detractores, con el freno y marcha atrás echado desde el principio, con el temor y la moralina como diques a sus evidentes ventajas. Y tienen capacidad, medios, dinero y potencial suficiente como para armar todo un universo de temores, bulos, fake news, etc. engendrados y abonados en los miedos más recónditos de la especie humana. La conservación es enemiga visceral del riesgo de avanzar desde que el mundo es mundo.
La cuestión era que, cuando se abrieron las puertas del infierno del Coronavirus, las investigaciones para erradicar el cáncer, el alhzéimer, el sida, la leucemia mieloide, o la anemia calciforme, entre otras enfermedades degenerativas, estaban en fase adelantada de estudio a través de la genética, y la comunidad científica puso el foco en priorizar una solución para dar respuesta a la epidemia coronavírica que amenazaba convertirse en la peste del siglo XXI, ya que por el método biológico hubiera costado años y millones de muertos… A estas alturas, completado el Mapa del Genoma Humano, el usar el ARN como “mensajero” de una enzima para que las células “fabriquen” anticuerpos, en vez de inoculando los virus de la propia enfermedad, supone ganar veinte veces un tiempo que se necesita para salvar esos mismos millones de vidas… La respuesta, pues, es lógica y de estricto sentido común.
Si tiramos de Historia, la llamada Peste Antonina (siglo II) mató a diez millones de personas en un mundo la cuarta parte poblado del actual. En la época de Justiniano (siglo VI) se cobró 50 millones de vidas humanas. La llamada Peste Negra del siglo XIV se llevó por delante a 200 millones de personas. La moderna Gripe Española, se cobró más de 40 millones de vidas… Y nuestro Coronavirus actual apenas ha sobrepasado el millón y medio de fallecidos, en un mundo superpoblado como el nuestro. El negar esta evidencia es negar la propia historia. Y el no querer ver que la diferencia está en la pronta vacunación masiva, rozaría la más ciega irracionalidad y fundamentalismo.
Se dice que la ciencia es evidencia, y el no reconocimiento falta de conciencia… Y lo que es evidente es que, a partir de ahora, todas las vacunas serán genéticas, o no serán. Guste o no guste. Lo contrario sería fanatismo e ir en contra de la propia evolución científica, e incluso humana… Para bien o para mal, lo sepamos usar mejor o peor, la eficiencia de la ciencia siempre ha prevalecido sobre los prejuicios humanos… aún cuando éstos sean interesados. Si hemos avanzado en algo ha sido gracias a ella, y las personas, al final, siempre han acudido al médico después de haber consultado al brujo de la tribu…
Esto no quiere decir que los hechiceros no tuvieran su tiempo y su lugar en la historia. Y que haya que reconocerles el nivel de su sabiduría en su momento. Pero si Dios (ya que los inmovilistas suelen hablar en su nombre) hubiera querido inmovilizarnos en la edad de piedra, o en la edad media, no hubiéramos llegado al punto de poder recrearnos a nosotros mismos… Por eso nunca entenderé a los que niegan el Plan de Dios en nombre de Dios mismo. No comprenden nada, pero son capaces de enmendarle y negarle al propio Dios lo que está concediendo… Y eso mismo, y no otra cosa, es lo que está ocurriendo.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com