
Un amigo de trasosmares me pregunta si me he leído el Quijote, y, a qué asocio su lectura… Contesto: sí, tres veces: una, como si no lo hubiera leído, en la escuela a tierna edad, superficialmente y por imperativo educacional. Había que trasegárselo a la vez que el Catecismo Ripalda; luego, sobre los doce o catorce años, por curiosidad y prurito, y entonces le saqué un sabor a querencias maduras que me atrajo; y después, años más tarde, de joven, porque me apeteció rascarle el fondo de la olla, y quería creer que me aportaría el definitivo juicio sobre el mismo… Error: El Quijote nunca ofrece una lectura definitiva, sino evolutiva, así se lea trescientas veces.
Y sobre lo que asocio su lectura, es, concreta e inequívocamente, al concepto de justicia, sin ningún lugar a dudas… Alonso Quijano es la propia y mismísima Justicia en busca de Leyes justas en las que apoyar su idealismo, a lomos de un viejo y cansado penco, por desolados caminos manchegos, y en un mundo ajeno a ello… La palabra “justificar” viene de Justicia, pero no es justicia, sino justificación (a veces, hasta de lo más injusto). El personaje sabe que Leyes y Justicia están relacionadas entre sí, pero, en el fondo, se relacionan poco y mal, y, en su “locura”, sale a buscar lo que lleva y siente en su interior, aunque sabe que no lo va a encontrar.
Hoy Don Quijote está más de triste vigencia que nunca… En la actualidad existe una superlegislación, desmedida y casi degenerada, de movimientos codificadores y constitucionalizados; un enjambre de leyes, reglamentos, decretos y normas que abonan y aterrizan en la anomía, que es lo opuesto a su objetivo… “No hagas muchas pragmáticas” (leyes), aconseja Don Quijote a Sancho, al ser nombrado gobernador de la ínsula de Barataria. “Si las haces, que sean pocas y buenas para que puedan cumplirse, pues las pragmáticas que no se guardan es lo mismo que si no fuesen”.
Jamás en la Historia han existido tantas leyes a la vez que tantas calamidades en el mundo… Leyes teóricamente paridas para impartir Justicia, y que vienen a generar injusticias mayores. Eso representa el famélico personaje del Quijote – o así lo creo yo -recorriendo el mundo de su creador (Cervantes) con un escudero puesto por el guion a fin de disimular su desesperanzada soledad… En la mejor tradición aristotélica, en su Ética, se dice: “lo equitativo es justo, pero no en el sentido de la ley, sino como una rectificación de la justicia legal”. Parece un contrasentido, pero no lo es: lo justo reside en la equidad – lo equitativo – y para eso se necesitan leyes justas en su número justo, y justas en el sentido de justicia. Don Alonso era la encarnación de ese mismo y exacto, y cáustico, sentido.
La sensación que hoy nos embarga es que las leyes sirven solo que para fiscalizarnos; de que los jueces son meros robots que aplican con mero rigorismo los Códigos Penales, Civiles o Fiscales, como máquinas automáticas más expendedoras que interpretadoras… “No cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama de juez riguroso a la del compasivo”, aconseja a su fiel escudero a la hora de ejercer el buen gobierno. El mismo hombre que fabrica SU justicia, acaba padeciéndola.
Aquí, en este punto, Cervantes y Santo Tomás parecen ponerse mutuamente de acuerdo. Dice el segundo: “justicia sin misericordia es crueldad, y misericordia sin justicia es disolución”; aserto que, en boca quijotesca, se traduce en: “si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”… Tan es – o fué – así la cosa, mi buen y querido amigo, que, cuando, hace ya demasiado tiempo, me nombraron Juez de Paz de mi pueblo, don Quijote fué lo primero que me vino a la cabeza. De verdad. Lo juro por Tutatis.
“Pero si a mí me impresiona Cervantes (como dice el gran escritor J. Manuel de Prada), más me impresiona que los españoles desdeñemos las lecciones de su Quijote”… Es que esto, por lo menos a este pecador de la pradera, me llama mucho la atención: se dice, se cree, se presume, que los españolitos somos quijotes andantes… ¡y una muy señora eme!.. Nos parecemos al Sr. Quijano lo mismo que un bocadillo a un ladrillo. Hemos bajado 25 puestos en la Agencia Internacional de la Percepción de la Corrupción; estamos escalando puestos en racismos, negacionismos, extremismos y fundamentalismos; y cada vez somos más falsos que un euro del Palé.
Así que yo lo redifiniría, actualizándolo al ahora más hoy, como que el Quijote personifica al español que no pudo ser; en un personaje antispanish; en un ser contrario a su medio natural, como lo fue Jesucristo para el mundo de ayer y para el de ya mismo…Lo de identificar al Quijote, como obra universal que es, con los españoles, está bien como postal; o como posar con un torero, o para vestirlo de faralaes y vendérselo a Próspero Merimée.
Pero ya está, no existe más que una postura que se traduce en royalties. Jamás he sentido más alejado y ajeno a don Quijote de España, su patria, que hoy en día… Y digo su patria por decir algo, pues no tenemos ni puñetera idea de lo que esa tal palabra significa. Muy bien podría haberse recorrido la estepa siberiana y haber sido escrito por Dostoyewsky, que a nosotros nos hubiera dado igual… salvo, claro, para la cosa del turismo, naturalmente…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com