Para HEY!

Tas mi período hospitalario, cuya experiencia envié a Hey!, y por el que recibí numerosas muestras de comprensión (doy desde aquí las gracias por ellas), no hay nada como estar bajo mínimos para despertar la solidaridad ajena; y desde lo que afronto después esto que llamo “período de restauración”… Un estado de interiorización; una especie de hibernación, que intento compartir con los que me piden que así mismo lo haga, pues esas “Reflexiones desde el Hospital” – o eso dicen y aseguran – les fueron muy interesantes, y, en algunos casos, hasta de franca ayuda. Ojalá y así fuera, pues no tendría sentido alguno entonces el seguir comentando lo que no deja de ser una penosa experiencia.
Lo que afronto después no es otra cosa que un largo impasse en busca de arreglar los daños colaterales de aquel ataque epiléptico que me arreó como consecuencia de otras consecuencias (valga la redundancia según los médicos). Y que se centran en un par de piezas dentales rotas y una fractura interna de tibia, que me llevarán un tiempo el restaurar, y el resto de lo que me queda de tiempo en valorar la rastra de sucedidos… En manos de mi amiga dentista queda lo primero, y en el saber de mi amigo traumatólogo dejo lo segundo. Lo de la paciencia del paciente queda a su consideración. Como igual queda en pendiente saber cómo ha quedado el hábitat del terrado tras el seísmo, que se dilucidará – o no – tras la correspondiente neurografía, o como se llame el tal examen.
Así que, cuestiones mecánicas aparte, que son condicionantes pero no determinantes, lo que sí puedo compartir con todos vosotros es que esta inmovilidad a la que me veo sometido (sujeto a una férula y a un andador que me condicionan hasta la exasperación), me vuelve a plantear, en conciencia, la diferencia entre el SER y el ESTAR, que en otras ocasiones he planteado en mis artículos, desde disposiciones más teóricas que prácticas seguramente, dada mi autoperspectiva actual.
Me miro y me veo tan dependiente de mis trastos postizos y de mis allegados, que me siento aún más condicionado a mi “estatismo” forzado que me limita y me irrita, y me deprime; el que me impide “ser” lo que era, hacer lo que hacía, comportarme como solía. Ahora me veo clavado en mi “estar”, mucho más encadenado que antes, más sometido y menos autónomo que cuando esta malhadada racha, que se inició hace meses, se cebara con mis ya no pocos 78 años que arrastro por edad… Y sí, me cabreo como un mono, lo reconozco, aunque crea que los monos gritan más que se cabrean (es mi opinión, claro) y chillan y escenifican más que lo que luego hacen y cómo se comportan. Son más listos que nosotros.
Sin embargo, muy bien puedo estar equivocado, y por eso lo comparto con los que me siguen, a ver qué piensan los que también piensan… Porque, si todos lo pensamos bien, lo que nos evita el tener que ESTAR más sometidos a nuestras limitaciones, es, precisamente, ESTAR en otras cosas. Simplemente, estamos más tiempo en unas que en otras, nada más, pero eso no significa que SEAMOS más, ni menos que antes. Pensémoslo juntos. Es cierto que en cuántas más cosas estamos, más experiencia nos procuramos, y que eso ayuda a saber SER, en definitiva.
De hecho, a veces, por el contrario y al revés de lo que pensamos, el verte atado a un ESTAR forzado, puede empujarte a superar la limitación buscando más libertad en el SER… en realidad, de “tu” SER. Y me acuerdo de las múltiples e inacabables enfermedades que postraban a Santa Teresa, fíjense qué disparate, dirán muchos… O en la privación forzada de libertad que sufrió Nelson Mandela, de la cual opinó que jamás en su vida le había otorgado tanta libertad mental. Y es que, en realidad, el concepto de SER, unido al de Libertad, reside en la mente, y no en el aparataje de nuestro cada vez más limitado cuerpo físico.
Así que si yo me siento jodido y constreñido en mi libertad de SER por mi forzado ESTAR, es porque soy más tonto que Abundio el de los pavos… Al menos, ésta es la aparente conclusión. Examinemos entonces, por si las moscas, la otra cara de aquesta moneda; el Plan B de toda existencia: Que en el fondo de toda cuestión, en todas las vidas de todas las personas de este puñetero mundo, esté enfocado y centrado en la adquisición de experiencia. Que sea el auténtico y genuino objetivo de todos y cada uno de nosotros… ¿Qué o quién me dice a mí, entonces, que no tenía programado el sufrir – digamos vivir – esta aparentemente, o no, frustrante experiencia?.. Tal conclusión no le puede servir a nadie que no sea a mí mismo, eso es un hecho, y ya no sé si un derecho…
Por lo tanto, mis queridos amigos, ésta es mi tal conclusión, por si a alguien le sirve de algo… No es mi deseo defraudar a nadie de los que me han pedido esta especie de segunda parte de mis reflexiones hospitalarias; pero es que tampoco es mi voluntad el impartir lecciones morales a nadie ni a ninguno…
Dicen que nadie aprende de lecciones ajenas, y es cosa muy cierta esa; pero no dejan de ser advertencias que ilustran. Y, al final, todo ejemplo suma en la adquisición de conocimiento… Un muy querido amigo – de los que ya me esperan a otro lado del espejo – me decía que “la cultura es parte de la salvación del alma, si es que ese alma estaba dispuesta a salvarse”. Nunca le faltó razón a su muy acertado aserto. La cultura forma y conforma el conocimiento. Hoy a eso se la llama “empatía”, empobreciendo la profundidad de su significado. Pero siempre se le ha conocido por sabiduría… concédanle, al menos, una pensadica.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com