En realidad somos más jóvenes de lo que creemos (como especie humana, digo)… La vida compleja en la Tierra como planeta, donde ustedes y yo estamos incluidos, apenas llega al 10% de la Historia de nuestro mundo; y aunque el ser humano viene de la bacteria, nos guste o no nos guste reconocerlo, la verdad es que la biología parece haber nacido de la geología, y no al revés… si bien que ambas vienen de la química. Por mucho que nos choque tal aseveración, luego a luego habremos de pensar que hasta Darwin se quedó corto en sus apreciaciones, y mal que les pese a esas comunidades pseudoreligiosas y cerriles, y montadas en el dólar, del terraplanismo más absoluto de la más absoluta burricie.
Pero lo cierto y verdad es que, de los 4.500 millones de años, calendario arriba calendario abajo, que se calcula que tiene la tierra, durante los primeros 4.000 millones aquí no hubo nada, ni brizna de hierba, ni insecto, ni el más miserable gusarapo, ni un jodido microbio… lo que se dice nada: el abismo bíblico, el vacío absoluto, Caos, energía prístina. Luego, en los últimos 500 o 600 millones de años, las primeras bacterias empezaron a asomar y a formar los microrganismos más simples, que dieron lugar a vegetales y a la vida en toda su complejidad, desde los mares, quedando el ser humano, el más tardón en aparecer, para el último montón de años, o cosa así…
Dicen los que saben de esto que, entre tanto, el planeta era una masa de hielo de tres pares de narices. Se le conoce por el Criogénico.. y solo después de una intensa actividad tectónica y volcánica dió inicio a enormes cantidades de carbono orgánico; un aumento del oxígeno atmosférico; y una especie de acomodación de los litorales continentales, a fin de prepararnos el apartamento que habríamos de habitar los que habíamos de venir después. En fin, poco más o menos y a grandes rasgos, la cosa fue así, y se desarrolló sin prisas pero sin pausas, como lo hacía aquél Adolfo Suárez, tomándose su tiempo… Como Dios manda, que manda con la medida de la naturaleza. Y la naturaleza, ya deberíamos saberlo, es lenta pero segura; lo que tiene que hacer lo hace, aunque a nosotros, sus piojos, se nos haya olvidado que tiene que hacer lo que tiene que hacer.
Por eso, que el día de Dios dure mil millones de años para nosotros, no debería de extrañarnos… Dicen que empinó el mundo en una semana. Bueno, poco más o menos (yo, personalmente, creo que esto aún no lo ha dado por acabado, y estamos en el séptimo día), pues a nosotros se nos ha dado el tiempo, pero Él se ha quedado con el reloj… A mí me da la sensación, tras tan largo plazo para montar el mecano, en el que se recreó en su juguete sin prisa ninguna, que en la parte final del invento, antes de colocar la última tesela del puzzle, se le ocurrió echarse unos ayudantes, bien para coronar la obra con la bandera, o bien para empezar su desmontaje, que eso nunca se sabe… Pero sí que es sabido que a los críos les encanta sacar juguetes de la caja, pero luego cuesta mucho trabajo el que los guarden; así que, a lo mejor, somos un poco eso: la desmontadura de la arquitectura.
Salvo, naturalmente, y dada la parsimonia con que esta Inteligencia global se toma las decisiones, en vez de un desmantelaje y derribo, hayamos entrado en un período de reformas… ya saben, tirar un par de tabiques, correr una pared, instalar un solárium… no sé, algo así. No lo podemos saber. Y lo ignoramos porque, al ser los últimos plantados en el tablero, aún no sabemos si jugamos de peones o de alfiles, si bien que somos bastante torpes en nuestro cometido – al menos aparentemente -. Otra cosa, claro, es que hasta esta torpeza esté prevista y controlada, al menos hasta cierto punto… y que el aprendizaje esté incluido en el obraje.
Aunque, quizá esta también aparente “arrancá de caballo y pará de burro” con nuestra salida al escenario a última hora de la obra, cuando el cortijo del tío Edén esté a punto de caramelo, tenga un propósito definido que se nos escapa, aún a pesar de montarnos un aparatoso Génesis para tratar de explicar y explicarnos a nosotros mismos lo que puede que no tengamos ni zorra idea… Es lo que pasa – al menos a mí me pasa – cuando intento conciliar el mito religioso con la constancia científica: que cada cosa forma parte del otro caso, va encajando todo de p… madre, pero siempre queda suelta la última pieza del andamiaje: la del ¿por qué?, y/o la del ¿para qué?..
Supongamos que Dios, como demiurgo que actúa para sí solo, se pregunta a sí mismo para qué, o para quién, hace lo que está haciendo; que montar un tinglado de tal envergadura para Él solo es una divina estupidez, y que antes de que acaben los fuegos artificiales ya los considera aburridos, porque ser el autor, el actor, el director, el espectador, el que silba o aplaude, pues como que no mola… Entonces, como no hay nadie más que Él mismo por allí, que está más solo que la una consigo mismo, decide desdoblarse en Sí mismo, mirarse a Su propio reflejo, desatomizarse en miríadas de miríadas, y aparecer como reflejos con conciencia propia y libertad de arbitrio sobre tal obra… Al fín y al cabo, todo es su propia energía creadora e inteligente, y nada queda fuera de ella… “Qué idea más divina he tenido – se dijo – y vió que era bueno”…
Pero le faltaba la guinda, su guinda… Y era que esas minucias conocedoras de sí mismas y de su propia entidad y personalidad, también tuvieran conciencia (descubrieran) de su identidad divina… Es como si Dios quisiese experimentar sus propia divinidad, porque, al sentirse por estar, solo, igual deseaba sentirse verificado, reconocido, reflejado, en Sí mismo. Es como el autor que no se conoce y fabrica un espejo para re-conocerse… En nuestro caso, a través de nosotros, sus piltrafillas. Ya sé que les cuesta seguirme, pero inténtenlo, pues merece la pena.
Entonces va y lanza una especie de prototipos avanzados y directos de Sí mismo encarnados de criaturas, unos avatares, unos Hijos de Dios en vivo y en directo, unos Él mismo in corpus et ánima; con el encargo de meternos en la testa que nosotros formamos parte del proyecto; que, en definitiva, somos Su plan; que le jodería mucho tener que rescatar su parte personal en la inversión, y hacer con los restos materia bastarda que quemar (disolver) en el cosmos, cuando esto acabe y termine de embalar.
Una cosa así, o parecida, entiendo yo cuando la ciencia, que es hija de la genuina conciencia, dice que, al igual que con el Big Bang empezó todo, con el Big Crunch acabará todo; que suena así como “a hacer gárgaras, chicos, que yo me largo”… Aunque Dios, nunca, jamás, podrá largarse de Sí mismo.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com