Leyendo un artículo de la reconocida escritora Rosa Montero, con el que una seguidora me contesta, muy bien contestado por cierto, a otro artículo mío: “No somos el cuerpo”, me llama la atención una curiosa definición que hace la insigne autora, refiriéndose al mismo como “el álien en el que vivimos”… La verdad es que resulta muy original tomarlo desde tal perspectiva. Sin embargo también podría tomarse al revés, justo al contrario: que nosotros seamos el Alien que vivimos en nuestro cuerpo. Ambas dos acepciones serían perfectamente plausibles, a modo de elucubración, al menos. No me digan que no…
…Aunque yo, personalmente, más bien lo veo al contrario, déjenme explicarles: si el término ALIEN significa exterior, de fuera, allende… el cuerpo, desde luego, es del todo de aquí y no de fuera de aquí. Nada de “alien” hay en unos compuestos químicos nacidos de nuestra propia gleba, y que son los que componen el 99% de nuestros cuerpos; los conocidos como carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, que son los ladrillos con que se levantan nuestros habitáculos, esto es: “furufalla y glea”, como hubiera dicho mi abuela.
Sin embargo, los auténticos “nosotros”, los que nos movemos y vivimos dentro de, y animamos esa armadura de carne; los que tenemos conciencia de nosotros mismos; los que nos incorporamos “de ánde sabe qué ni quién”, sí que somos más externos que internos… No digo yo que vengamos de Ganímedes, que tampoco, pero no nacemos aquí, sino que nos incorporamos (o nos incorporan) al proyecto de aquí. Mi parecer es que no venimos de ningún lugar físico concreto, sino de una dimensión inconcreta… Me gusta creer que somos de todas partes sin ser de ninguna.
Y no creo basarme en teorías, sino en hechos constatables en todos y cada una de las vidas humanas que han/hemos pasado por esta especie de escuela-cuartel. La prueba fundamental es que, al nacer, animamos el cuerpo, le otorgamos “Ánima”; y al morir, lo “des-animamos”, lo abandonamos, y entonces se descompone en las mismas materias de las que se compuso para hacernos un traje… “Hola, caracola, unas décadas dentro haciendo la ola, y otra vez a la puñetera cola…”. Y cada mochuelo a su olivo, como dice el refranero castellano. También el Eclesiastés tiene su cita al respecto: “el polvo, al polvo”… y si te he visto, no me acuerdo, que esto lo digo yo.
Por eso dije entonces lo que hoy repito de que NO SOMOS el cuerpo, sino que ESTAMOS en el cuerpo. Es que no es lo mismo. Nosotros, con nuestro culto a las imágenes, con nuestra iconolatría a cuestas, hemos acabado por adorar lo que no es, y lo que no somos: la cáscara. Igual que adoramos las imágenes de nuestros santos y de nuestros dioses y diosas, exactamente adoramos nuestra propia imagen… En realidad somos idólatras que buscamos a Dios a través de nuestras admonitorias imágenes, propias y/o ajenas; y hemos olvidado que somos Aliens de algo mucho más grande que nosotros, que nos contiene, y de lo que somos su contenido. Pero solo somos capaces de ver unos ojos, una cara, un cuerpo, inertes y sin vida, que se manifiestan como ídolos artificiosos y artificiales, pero no sabemos captar “qué”, o “quién” se manifiesta.
Según el mito del Génesis (todo mito encierra una verdad) alguien amasó una “forma” de barro de la tierra (materia) a la que se le insufló un “soplo” de vida (alma, espíritu). En nada desdice el principio físico-químico de la cosa… pero el tal “hálito” es un soplo inmaterial, inyectado de otra parte… El aparente problema reside, creo yo, en la inversión intelectual (una especie de golpe de estado mental) que se da al mismo, cuando se afirma en su relato que “…y el Hombre se miró, y se avergonzó porque se vió desnudo”.
Una absoluta barbaridad… Aquél ser se tuvo que asustar, o escandalizar, o sorprender, por todo lo contrario: porque se vió vestido. Era una entidad espiritual y libre que, de pronto, tomó conciencia de que estaba dentro de un buzo de carne animal, prisionero de una funda material, y no se conoció a sí mismo… Y no es que se tapara unas vergüenzas de las que ignoraba tanto origen como significado; ni que se ocultara de dios alguno, sino que se ocultaba de sí mismo porque no se reconocía como tal ser… Aquí, los puritanos y falsarios exégetas de la religión inventaron su primer y principal pecado: el sexo; cuando lo que en verdad se mandó es que lo utilizaran para crecer y multiplicarse en la forma que le había sido dada.
Pero esto, como dice Willye Wilder, es otra historia… La cuestión es que el motivo real, el auténtico propósito de todo esto nos ha sido escamoteado por los hacedores de patrañas y constructores de iglesias, que solo buscan el dominio mental sobre esa misma humanidad. Cuando ha venido al mundo algún “Avatar”, como Jesucristo mismo, a liberar de tales cadenas, han tenido buen cuidado de silenciarlo en base a la misma y más antigua estrategia: creando un culto a su cuerpo, a su resurrección y a su(s) imagen(es), y subvirtiendo en buena parte su genuina doctrina. Lo que yo llamo eliminar al mensajero y manipular el mensaje.
Por eso la gente funciona a través de tales manipulaciones… Y por eso glorificamos los cuerpos/imágenes en capillas, altares y procesiones; cuando tan solo son (debieran ser) un medio idealizado. De ahí que el “álien” de Rosa Montero está mal ubicado por efecto de tal defecto… Nuestra misión, en realidad, es buscar el “álien” que en verdad somos, y encontrarnos en lo posible; a ver por qué leches estamos aquí y qué releches estamos haciendo… o deshaciendo.
Una mentira de miles de años no se desmonta en unos pocos. De hecho, al personal “creyente” puedes demostrarle la falsedad sin equívocos; poner lo genuíno ante sus ojos; o incluso el más probado sentido común o de lógica. Es igual, seguirán creyendo, defendiendo y practicando el embuste inculcado por sus dogmas. Algo mayor, mucho más grande, que nuestros débiles y parcos esfuerzos, tendrá que ocurrir… vamos, creo yo.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com