EXTERNALIZAR

Hoy día, usted puede fundar una empresa textil sin talleres, ni maquinaria propia, y sin mano de obra a su cargo; puede dar de alta un servicio de comidas a domicilio sin local, ni cocineros, tan solo que con cuatro cocinillas voluntariosos de la vecindad; puede lanzar una compañía de servicios médicos sin plantilla a su cargo; cualquiera puede abrir no importa qué tipo de negocio sin asumir en directo los azares de su naturaleza… Al sistema le da igual siempre que usted pague los impuestos de su Sociedad, o lo que fuera que sea. La bula se llama “externalización”, esto es: el motivo central de su negocio se lo hacen otros por responsabilidad propia. Yo a eso lo llamo “ajenidad”. Para eso están los autónomos, o ni eso la mayoría de las veces, para “ajenizarse” de toda dependencia.

No voy a criticar ni alabar esa práctica (una más, al fin y al cabo, para tratar de ganarse las habichuelas). Antes, se usaba una especie de modelo mixto, a modo de contratación de servicios externos y complementarios, para ampliar la oferta profesional de cara a la clientela; una especie de optimización de recursos… Hoy no. Actualmente existen miríadas de empresas intermediarias, y por lo tanto ajenas, a sus propios servicios como a sus propios productores. Son como fantasmas legales dentro de un sistema evanescente, muy apropiado a la sociedad que formamos de “Tiempos Líquidos” (Zygmunt Bauman). Pero entre las firmas de esta filosofía comercial están los mayores y más poderosas del mundo en la venta “on line”.

Cientos de millones de personas consumidoras nos hemos apuntado a esta “ajenidad”. Hemos puesto distancia por medio en la relación con el prójimo próximo tras el mostrador. Entre todos, hemos conseguido – unos dicen que para bien, otros que para mal – desterrar la cercanía del trato humano en nuestras relaciones comerciales… De ahí que el comercio de proximidad se esté muriendo, siendo reemplazado por la impersonalidad. Incluso las grandes áreas, donde aún se mantiene el hacinamiento, cuyo trato directo es mínimo, colaboró activamente en su día con el trato humano y directo de comerciante-cliente; de vecino a vecino; de humano a humano, de una relación social, de un intermediario personal e interpersonal.

A modo de cronista, estoy constatando un cambio producido, y aun produciéndose. Me falta perspectiva todavía para analizar lo que es mejor o peor, ya que vivimos la fase de cambio, y estamos empezando a sentir las calles vacías, muertas donde antes existía bullicio; y el empobrecimiento céntrico de las poblaciones, y las sensaciones de abandono en muchos lugares que, incluso en plena posguerra, latía la vida de la supervivencia y la colaboración…

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Siento como un tiempo que se acaba (las sociedades se formaron alrededor de la trata y del comercio), y uno que empieza, desprovisto del más leve trato humano. Pero yo voy de retirada, ya me afecta poco, salvo a recuerdos condenados a que la gente se sonría, o se ría abiertamente. Lo que venga, vendrá, y afectará a otras personas, a otra gente y otro gentío, que no cruzarán la calle para ir a que el tendero del barrio le solucione el problema de pitanza y de fianza… Hoy, nuestra necesidad depende de la distancia, y de que el satélite no se averíe… Pero, lo crean o no, los pueblos están quedándose sin alma.

Y eso me trae a otra cosa concretamente: a nuestra propia alma. He empezado el artículo por uno de los fenómenos que caracteriza a nuestra “sociedad líquida”: la externalización. Cada vez hay más empresas que lo externalizan todo, absolutamente todo, hasta su propia razón de ser (¿para qué abrir un local al que nadie vá a acudir?) … y yo, que soy un tipo raro dónde los haya, me pregunto a mí mismo, y ya de paso se lo traslado a ustedes, si así me lo permiten, claro: ¿hacemos las personas lo mismo con nuestra propia alma?, ¿la externalizamos?

¿Nos hemos convertido en sombras de humanos que han externalizado su alma personal? Sombras con el alma a cuestas, no dentro de sí mismos, sino externas, con toda su ajenidad. Hay quién la arrastra en su maleta con ruedas, mientras llega a una de las paradas de su vida para colgarlas en un armario, o mejor almario, y esperar a ponérsela cuando lo necesite; una prenda útil según para qué, y cada vez para menos cosas prácticas… Hay quién la lleva en la mochila, entre los trastos de viaje, siempre por si acaso; o la llevan al hombro, como una prenda para cuando refresque; o echada a la espalda, como un complemento de vestir; o dentro de una bolsa de mano, para eso, para tenerla a mano. Se pueden tener varias y/o de variados modelos, como un sombrero, un foulard, unos zapatos… según para combinar con qué.

Externalizamos el alma porque confundimos el contenido con el continente, lo recibido con el recipiente… Como en los negocios, procuramos ocuparnos de nuestras actividades asumiendo la menor responsabilidad posible sobre nuestras empresas. Por si vienen mal dadas, que nos vengan las mínimas consecuencias. Externalización: compromisos mínimos, conceptuales y relativos. Extremadamente útil, porque también permite echar balones fuera, culpas a terceros y a mí que me registren. Ya saben: “me ha fallado el transporte”, como dijo López Miras por no tener autobuses escolares dispuestos al empezar el curso. La culpa nunca es nuestra porque siempre es del otro…

Pero con el alma no se puede practicar la externalización por mucho que lo queramos o lo intentemos. No existe fisco al que pagar la cuota de protección, y obtener permiso de uso de bucanería alguno. En absoluto. No podemos transferir a la bolsa de mano, o a la mochila, o a la maleta, lo que en cada momento nos convenga, y luego, si no nos sirve o está sucia, hacerla desaparecer y comprarnos otra… El alma es inexternalizable, hagamos lo que hagamos. Eso sí: podemos engañarnos a nosotros mismos igual que a los demás, y hacer como que tenemos lo que no tenemos, o al revés, que no tenemos lo que sí tenemos, vale, pero nunca despistaremos a nuestra conciencia, aunque también creamos que lo hacemos. Jamás. Es imposible.

La conciencia no deja de ser más que un acumulador de experiencias, buena y mala, sin matiz. Y es, precisamente, el objetivo de la vida de cada cual, y de la existencia de todos. No tiene sentido vivir si no es para recoger la cosecha de lo que hemos plantado, y que producimos… Como decía aquél epicuro griego: “Nosotros lo plantamos, nosotros lo cosechamos, nosotros lo comemos, nosotros lo cagamos”. No podemos externalizarnos de nosotros mismos, como tampoco podemos huir de nosotros mismos; no podemos despistarnos de nuestros propios pasos… Cuanto antes lo aprendamos, mejor para usted, para aquél, para mí, y para todos.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

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