Si existe una palabra, una definición, un concepto, oscuro, sinuoso, y que utilice cien camuflajes y subterfugios, es, probablemente: Economía… Va desde la propia naturaleza administrando en su simpleza sus medios y recursos, hasta las grandes oligarquías que, en su buscada complejidad, intentan – y logran – monopolizar esos mismos medios y recursos naturales, pasando por la más sencilla y humilde familia que lo único que intenta es llegar a fin de mes sin tener que dejar de comer cada día… aunque sea poco. De estos últimos cada vez son (somos) más, y de los que medran de ellos cada vez hay menos pero son más ricos. La llamada globalización ha venido a ser más implosión que explosión: la extensión de la pobreza por la concentración de la riqueza. Y la tecla para conseguirlo ha sido tan sencilla como elemental: desinvertir en cultura para invertir en ignorancia. Para eso también ayudan los economistas, entre otros…
Decía el gran pensador y escritor, filósofo, humanista y también economista, José Luís Sampedro, con la experiencia y sabiduría que le otorgaban sus muchos años de (antes de banquero) Catedrático de Estructuras Económicas, entre otras cosas, que, al final de toda esa aparente fachada de complejidad, los economistas se dividen en un par de clases: “los que trabajan para hacer más ricos a los ya ricos, y los que trabajan por hacer menos pobres a los pobres”… Por supuesto que, añadía, en esto hay matices y subdivisiones formadas por los intereses particulares de los propios economistas, de forma que los que trabajan para los ricos suelen equiparse, a su vez, en dos: los que solo les importa forrarse el riñón aprovechando la situación y vivir de las rentas cuando esto explote; y los que cuidan que esto no explote del todo para que a ellos y sus empleadores les dure el chollo lo máximo posible… Y los otros, solo intentan encajar con holgura en el sistema a los pobres de los que viven, al fin y al cabo.
El econo-rico cuenta con el colchón de una numerosa cohorte sometida a los poderosos, que trabajan para banqueros, oligarquías, grandes distribuidores de energía, alimentos, etc… El econo-pobre, al revés, solo cuenta con las dificultades que los propios políticos y gobiernos (cada vez más agentes encubiertos del gran capital) interponen para la supervivencia de los que, al fin y a la postre, establecen las normas y las reglas de juego a través de las leyes. Los gobiernos – da igual el matiz del color – lo único que hacen a tal respecto es intentar mantener vivo el corral de gallinas y que pongan huevos, del cual cobran sus muy buenos sueldos a través de los impuestos, y por otro intentar mantener contentos a sus verdaderos amos, los dueños de los grifos de los que manan leche o vinagre, según convenga…
Por otro lado, y para lograr el milagro, intentan que la ciudadanía esté más educada y enfocada, y dirigida, al ocio, al consumo y al entretenimiento, que en el saber y el conocimiento… Por eso mismo – y repito lo de arriba – invierten más en ignorancia que en cultura… Así está montada una sociedad, la nuestra, a la que ahora se le exige moderación y sacrificios, pero sin dejar de arrear y jalear el hedonismo. Dos opuestos bien dispuestos. A veces, de la interactuación y convivencia de estos grupos de clase de “economismos”, surge una especie de híbrido, un género de producto intermedio, al que podríamos llamar “economistasustado”, que es de los que se ven venir la tostada, aún trabajando para los pudientes, y advierten a sus colegas que trabajan para los avaros, que, si siguen abusando, esquilmando, robando y atropellando, no va a quedar después de donde seguir mamando… pues la vida humana, al fin y al cabo, es la materia prima con la que trabajan y de la que viven. El ciclo es tan simple como simplista: nos venden a precio de oro lo que nosotros mismos producimos a precio de miseria.
Llegan a comprender, llegado el caso, que los daños, ya no solo a los bolsillos de los ciudadanos, si no también a la propia Democracia, son graves si se llega al extremo de deteriorar, además de la vida humana y su subsistencia, también la necesaria normalidad democrática y de coexistencia: polarizar a la gente; convertir en cámaras políticas a las instituciones, al poder judicial; unos medios de comunicación semicomprados y serviles; la manutención del populismo… Y todo para aumentar la cuenta de resultados de unos pocos que acaba por dañar, y someter, a unos muchos, pero que siempre acabará siendo un mal negocio para todos. Acuérdense que fueron ellos los que financiaron la ascensión de Hitler, y de Mussolini, y de tantos otros que, llegados al poder, se lo quedaron para ellos solos.
Así es como estamos ahora mismo en este país. Sería bueno y aconsejable que las grandes empresas y los grandes empresarios, y todos sus políticos vasallos, que los hay a mogollón y haciendo cola, ocupando todas nuestras estructuras, se pusieran al lado del economista pobre al servicio de los pobres, y ayudaran, ya no a los más necesitados, que también, pero sí a la maltratada lógica, y al olvidado sentido común…Díganles, y dígannos, por ejemplo, no que van a repartir bolsas de caridad en los supermercados, si no que les van a obligar a bajar los precios bajándoles ellos los impuestos a los alimentos más necesarios, o eliminando a los avarientos distribuidores intermediarios; o que van a frenar la inflacción que se come al personal bajando los ivas de los que ellos, como gobierno,se inflan; o a eliminarlos de las energías limpias para cargarlos en las contaminantes; o que van a dejar de sobrecargar las facturas de la luz para compensar a los oligarcas gasistas; o que van a dejar ya de hacer el discursito doble para defender su propio status…
Está por ver aún la rebelión de esos pobreconomistas de J.L.Sampedro, que hablen claro y alto, y abran los ojos de los pulgones, de sus clientes pobres, y que prediquen hasta el evangelio de la insumisión fiscal si preciso fuere, si eso ayuda a corregir el rumbo de este Titánic… Si sus hermanos, los inmediatamente ricos, dicen estar acojonadicos, ellos debieran estar igual de soliviantados. Aunque eso suponga confesar que la economía se enseña y se aprende con tiza y en pizarra. Y que, en el fondo del arcón, tan solo hay lo que al final queda: engañados y engañadores…
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com