TODO SIGUE EN NOSOTROS

de FotosAntíguas

Es curioso cómo el subconsciente se maneja entre los sueños de cada cual por no se sabe qué motivo concreto, pero, sin duda alguna, por alguna causa específica a la que no llegamos en nuestra ordinaria comprensión. Son retrocesiones, más o menos recurrentes, a una época de nuestra vida pasada, en escenarios que conocimos… quizá más de lo que suponemos, dados los detalles con los que los volvemos a re-vivir, en ese mundo onírico que se alimenta, no solo de nuestro propio inconsciente, si no también estoy seguro de ello, del colectivo de toda la humanidad… Por supuesto, ignoro por qué ocurre esto, por mucho que haya podido leer a Freud, o a Jüng, y no me arrogo, en absoluto, ningún tipo de aspiración a logrqrlo tampoco. Eso se lo dejo a ustedes.

Justo enfrente de mi casatienda, donde crecimos mi hermano y yo, a la izquierda del otro lado de la calle, se extendía el Café de la Feria, solo en todo su enorme enderredor, con seis puertas que daban, mitad a mi calle, mitad al paseo paralelo, como el principal… Se hubiera tenido que llamar Gran Café, o casi mejor aún, Casablanca, pues en aquél especie de Marcombo garciamarqueño que eran entonces Los Alcázares en sus otoños e inviernos, en su interior daba la sensación de que iba a aparecer Humphery Bógard de un momento a otro, acompañado del brazo de Ingrid Bergman, “tócala otra vez, Sam”… Su gran salón, abierto y sin divisiones, rodeado de ventanas, estaba sembrado de veladores de mármol sobre patas de hierro fundido, y sillas de rejilla y palo negro… Los altos techos, enyesados, dejaban caer un par o tres de ventiladores de considerable tamaño, hélices de madera barnizada aprovechadas de aviones… ¿Polikarpov quizás?, de la base aérea, que daban cansinas vueltas removiendo un aire espeso de humo de tabaco. Mirando al largo mostrador, que ocupaba la mitad de la longitud del local, servido por el eterno e inmutable Adolfo, a mano derecha, se alzaba un pequeño escenario, que, esporádicamente, acogía la actuación de algún que otro cómico de la legua, alguna tonadillera, algún mago raído y consumido, o alguna aparente dedicación hecha oficio a la fuerza… y en busca en su itinerario de sacar algo con que disimular sus carencias, o el ruido de sus tripas…

Pues bien… ese es el inevitable marco de mi repetido cuadro onírico y vital. Me sueño a mí mismo entrando a ese local (que para mí, en algún momento, fue mítico) viviendo la sensación de plenitud y liberación de poder acceder libremente, como en una especie de iniciación de niño a jóven adulto que ya puede traspasar el santuario, acercarse al altar oficiado por el sempiterno Adolfo, y poder pedir el servicio que uno ya se podía permitir pagar de su propio y muy escaso peculio… Y aunque yo sé, o me imagino saber, de qué viene, lo cuento aquí hoy a ustedes por si alguien sabe de qué vá… Bueno, también lo cuento porque sé que, una vez puesto por escrito, que es como una confesión consciente con uno mismo, esa recurrencia suele, si no desvanecerse, sí que diluirse en el cántaro de la existencia… de ese del que, a pequeños tragos, terminamos todos bebiendo, por muy promiscuo que eso pueda parecer.

Y fíjense qué raro: Ese admirado y admirable Café de la Feria, que en mi sueño aparece como inamovible, inalterable y eterno, que nunca jamás cambiaría, también tenía alrededor un amplio espacio, circundado de un cerco de muro bajo y alambre ralo, con un pequeño espacio encementado en su lateral este, y que servía en los veranos, cuando a ese Marcondo rodaban las cuatro perras de sus aledaños, para acoger alguna orquestina y algunas vocalistas, algunos faralaes recosidos y descoloridos, que trocaban días de baño y hostería completa, quizá algún otro corto estipendio, por lucidas actuaciones nocturnas, en las que los críos rompíamos el refuerzo de cañizo para poder robar una parte de aquellas largas y despreocupadas noches estivales… Pero ya digo: esta otra acepción del Gran Café de la Feria, la tengo archivada en otro cajetín de recuerdos, sin acceso a recrearse, una y otra vez, en mis sueños iniciatorios…

No… es el interior, no el exterior, lo que vuelve, y regresa, y se te coloca ante ti mismo. No es el ambiente abierto, luminoso, ensanchado y semifestivo del verano. Sí, en cambio, el escueto, concreto y concentrado de los inviernos, cuando el lugar se comparte, se reparte, y se hace arte y parte entre sus verdaderos, auténticos y genuínos dueños… Lo iniciático se desarrolla entre propios, no entre extraños; se celebra entre encontrados, no entre llegados. Y lo interior no comparte lo exterior, porque, aunque forme parte de un todo, no es el alma de ese mismo todo… por si algún alguien me llega a comprender.

¿Qué por qué cuento hoy esta extraña historia, que puede aburrir a las ovejas?.. Pues, al menos, por un par de cosas: para exhorcizarme a mí mismo de vivencias, recuerdos y sensaciones, y, ya de paso, a los que conocieron conmigo ese lugar avivarles los suyos; y a los que no lo conocieron dibujarles un cuadro lo más fiel posible del mismo, eso sí, claro, inevitablemente a través del colador de las íntimas vivencias… Hoy quizá que, de existir, habría que declararlo eso de Bien de Interés Cultural, o algo así. “Un lugar con encanto”, como rezan las guías para atraer visitantes que no tienen la más remota idea de lo que están contemplando, pues no es lo mismo verlo que haberlo vivido, claro…

Pero esos mismo lugares, como otros que aún viven y perviven, y colean de vez en cuando en mis sueños, y que considero propios e inalterables, partes indisolubles de mí mismo y en mí mismo, mezclados en las tripas del alma, también fueron parte de sus gentes, de sus habitantes, y patrimonio de sus pueblos y sus recuerdos. Por lo tanto, pequeñas partes de unas hisorias que formaron la Historia.(*)

(*).- El Café de la Feria comparte esa Historia de historias con el Hotel Balneario La Encarnación, todo muy unido a la primera Base de Hidroaviones de la también Historia de la Aviación Española, que conformó una época, unos sucedidos, unos personajes, de la que nos consideramos herederos…

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

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