Es una palabra ésta, la equidistancia digo, que se ha puesto de moda. Todo el mundo presume de ser equidistante, pero no es cierto. Al menos, totalmente… En tiempos polarizados como los que vivimos, es muy difícil practicar una buena equidistancia… Yo, por ejemplo, lo intento, pero no sé si lo logro. Independiente de mis tendencias políticas y/o ideológicas, me esfuerzo por distanciarme de ellas, y juzgar por igual a los de un lado u otro, sin dejarme llevar. Y aún y así tengo mis serias dudas, si he de ser sincero… El escenario en el que nos movemos es un “si no estás conmigo, entonces estás contra mí”, y las inevitables ideas son cada día más belicosas, de tal modo, que nos distanciamos de los contrarios y justificamos a los propios con la misma cerrilidad y entusiasmo, y esto es todo lo contrario a la práctica de la verdadera equidistancia.
La equidistancia auténtica está en comerse una tortilla de patatas… Es posible que el agricultor patatero sea un “solasol” explotador de inmigrantes, o no. Que el granjero criador de gallinas sea un redomado socialista de “toa” la vida; que el transportista de los productos esté a la izquierda de Stalin; que el mayorista que los comercia sea del PP duro o maduro, o incluso, si no la cocina usted, que el cocinillas del bar donde se la cepilla sea un separatista de tomo y lomo… Cualquier combinación es perfectamente posible. Pero nosotros paladeamos la jugosa tortilla de patatas ejerciendo la más perfecta equidistancia con todos y cada uno de los agentes que han intervenido en el susodicho plato. Es que ni nos preocupamos…
…No así en cualquier otro lance de nuestra existencia, en que boicoteamos y/o llamamos al boicot general contra cualquier sujeto, por ejemplo, por magnífico artista que sea, por haber intentado sobrepasarse con alguna fémina; o borramos de los anales a cualquier genio de la literatura universal porque en un pasaje de sus obras llama negro a un negro; o condénese y niéguese a tal o cual, por muy premio Nóbel que sea, por ser un tanto homófobo, tal que así; o que nadie mire, hable, trate, lea, y todo el mundo de la espalda a esta persona, a pesar de sus magníficas aptitudes, por una equivocada actitud… Sean cuales fueran los atributos que alguien atesora en materia de arte, ciencia, medicina, cineasta, cantante, escritor o lo que fuese, han de ignorarse y enterrarse todos sus méritos, porque tiene un baldón en la inquisición de lo políticamente correcto. Hay que ajusticiarlo públicamente… Sin embargo, mientras nos metemos entre pecho y espalda la suculenta tortilla de patatas, no le miramos el carnet de identidad al que ha batido los huevos. ¿A que no..?.
Sabemos que las ideas políticas o del nuevo puritanismo dictatorial y obsesivo no se comen, que son como las setas, que si no las conoces y te equivocas pueden matarte… Pero, en general, podríamos decir que sí que sí, que a la hora de comer, o nos mostramos perfectamente equidistantes, o la indigestión la tenemos garantizada… También, también nos mostramos equidistantes cuando algo nos lleva al hospital y estamos jodidos: que nos dá igual lo que sean el/la especialista que nos trata, los enfermeros que nos cuidan o los/las auxiliares que nos procuran el bienestar… En muchísimo mayor grado somos equidistantes si estamos esperando un órgano que ha de salvarnos el pellejo. No conozco un solo caso que se muestre condicionado por ser el donante de izquierdas, derechas, abusador, misógino, homófobo, sexista o racista. Para nada…
De lo que se deduce que practicar la equidistancia, o no, más que una cuestión de conciencia, como debiera ser, es una cuestión de conveniencia… Aunque lo hagamos inconscientemente, vale, que sí, que precisamente por eso mismo. Pero que, más que un acompañamiento en nuestra vida, es un apañamiento… Un aquí sí, aquí no, según mi personal interés en cada momento. Y eso es, precisamente, lo que deberíamos hacernos mirar.
Porque, en realidad, la equidistancia es una ley geométrica, euclidiana por más señas, según la cual, es el principio de armonía que mantiene en pie cualquier construcción u obra… Ejemplo: si no hubiera equidistancia entre los elementos de la cúpula de la Basílica de San Pedro, ésta se desmoronaría sobre fieles, curia y Papa que estuvieran debajo, por muy sagrada protección que éstos disfruten. Lo único sagrado ahí es su hechura, el que las medidas sean equidistantes entre sí…
En los seres humanos actúa exactamente igual: si no somos equidistantes entre nosotros mismos, con cuántos, y con cuánto nos rodea, nos derrumbaremos interiormente y desconfiaremos unos de otros. La equidistancia debería ser un ejercicio de obligada enseñanza en escuelas e institutos: exteriorizar, relativizar, ponerse en la piel del otro, mirar en la distancia, juzgar con perspectiva… Todo eso significa equidistar. Y, el caso, es que nos iría mejor, mucho mejor, en todo: en política, economía, justicia, sociedad, educación… incluso en salud. Criaríamos en nuestras entrañas menos odio y menos mala leche, que son sentimientos nocivos que enturbian nuestra salud y nuestra inteligencia… Pues el peor enemigo de la equidistancia es lo de “es de los míos”, o “no es de los míos”… Ya me entienden ustedes.-
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