LA VERDAD DE LAS COSAS

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El filósofo griego Epicuro – estoy hablando nada menos que de tres siglos antes de Cristo – sostenía que el mundo y cuánto en él había no lo había creado ningún dios, sino la colisión y combinación de átomos. Los epicúreos confiaban que tal idea liberase a la gente del miedo irracional a los dioses y a cualquier poder divino (creado, claro, por los hombres). Esa era la base de la escuela epicúrea… Imagínense tan avanzada filosofía hace 2.400 años, nada menos.

Naturalmente, a San Agustín le disgustaba sobremanera esa teoría por idéntica razón: porque desmontaba cualquier autoridad divina, sobre la que el cristianismo reinante, versus catolicismo, había apoyado y construido todo su poder e influencia… por lo que se dedicó a combatir el epicureísmo con todas sus fuerzas hasta eliminarlo del panorama filosófico, que el clásico romano Lucrecio había convertido en poesía creando escuela. Según Virgilio, “dichoso quién pueda saber la razón de las cosas, y todos los miedos y el destino implacable arroje bajo sus pies, y el estruendo de Aqueronte avaricioso”…

Por supuesto, cuando las creencias se construyen sobre la ignorancia, el “saber la razón de las cosas”, que decía el autor romano, “se convierten en una quimera que cercena el derecho natural de todo ser humano”… Sin embargo, ese derecho a saber y conocer, vive como utopía a lo largo del tiempo, hasta que el conocimiento va desnudando esa verdad de las cosas, y demostrando que nada excluye a nada; a pesar del esfuerzo que los fanáticos emplean en imponer el fundamentalismo en las ideas de las personas.

Hoy, en la actualidad, la física más básica y elemental concede toda la razón, y lo demuestra con hechos, al principio atomista de aquel primitivo, y prematuramente apeado, epicureísmo… Y, sin embargo, no está reñido con la idea de un preestablecido orden anterior por parte de una disposición superior (llámela cada cual como quiera)… Lo uno no excluye a lo otro; incluso, si me lo permiten, hasta se complementan. Cuando Stephen Hawkings estableció su teoría del Big-Bang, de hecho no negó a Dios – como se empeña en señalar la iglesia católica – sino que, por el contrario, señaló la puerta material (conversión de la energía) de entrada a lo espiritual, que él respetó sin emitir opinión alguna, ya que no era su campo de investigación. Todo lo demás que se ha dicho a tal respecto, motivado por intereses totalmente espurios, es absolutamente falso.

El problema está (y en este caso persiste) cuando una de las partes se encuentra a sí misma insistiendo en su auto/otorgada – si bien que inexistente – infalibilidad; en su inventada sapiencia y suficiencia, porque se ha creído y ha hecho creer su más absoluto e inequívoco dominio sobre la idea de Dios… En el caso que nos ocupa, la ciencia buscó, busca y seguirá buscando lo que la religión asegura haber encontrado unilateralmente. Es una cuestión de actitud. Pero la actitud conforma la aptitud, y aquí se ve claramente que el que se cree omnímodo, falla, y el que practica el “buscad y encontraréis” está en el camino correcto, y por eso mismo obtiene resultados.

Quede claro, para quién dude, que tan solo expongo mi opinión personal. No busco hacer catequesis alguna, nada más que ejercer la libertad de pensamiento, y de racionamiento, al que todo ser humano tiene derecho (puro epicureísmo, por cierto)… Aquellos – y aquellas – que me siguen, comprobarán que este inciso aclaratorio lo incluyo, casi ya por sistema, en todos mis escritos. Pero eso es debido a que la ortodoxia y el dogmatismo suelen atacar con rabia ciega mis ideas, y yo creo que lo que en realidad atacan, más que las ideas, es el librepensamiento, esto es: el derecho a expresarlas.

Y es, quizá, porque vivimos tiempos contradictorios; una época de crisis y de cambio de paradigma; de polarizaciones brutales, donde se mezcla el vino de la nueva cosecha en odres viejos, que se niegan a contenerlo combativamente y con todas las fuerzas y medios de oposición a su alcance… Vivimos una era de enfrentamientos, donde lo peor y lo mejor de la sociedad está sobre el tapete de la mesa del mundo. Es, claro, la impresión que a mí me da; y es lo que, puede ser, transmito en buena parte de mis artículos. Ustedes sabrán y podrán juzgar en la misma libertad que yo opinar.

En este de hoy, el mensaje que he querido exponer es que hace casi dos milenios y medio, las ideas nuevas – y que hoy se confirman por la ciencia – ya eran combatidas por el dogma; y que ayer, como ahora, la luz y la oscuridad ya libraban sus batallas en el supuesto, y cambiante, orden de las cosas… Y que la Historia demuestra que la segunda siempre se ha hecho pasar por la primera. Es la idea, inoculada del ideado demonio, tan vieja como el bien y el mal, el mal y el bien…

Pero la verdad está en todo a la vez que en ninguna parte. Esa es la realidad… Nada ni nadie posee la verdad entera y absoluta, y miente aquél, o aquellos, que aseguran tenerla. La verdad lo penetra y compenetra todo (como los átomos epicúreos, precisamente) pero no reside en ningún lugar concreto. Los que dicen que la buscan puede que sean sinceros, pero los que aseguran que la tienen, mienten…

Es tan solo que un ejemplo gráfico e ilustrativo: La estatua colosal de Atenea fue decapitada y destruida por las hordas de los primeros mal-llamados “cristianos” en el siglo IV. Muy posteriormente, un equipo de arqueólogos logró rescatarla y reconstruirla con los restos encontrados… Hace diez años tan solo, una vez más, la obra de arte, símbolo de una civilización y cultura, fue de nuevo salvajemente mutilada, ahora por el llamado Estado Islámico… Díganme ustedes en cual de los dos opuestos está la verdad, si ni siquiera habita la razón, mucho menos el conocimiento.

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

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