QUIZÁ NO SEA OPORTUNO, PERO…

Una nuera me contó que a mi nieto el mediano le había dado un dolor, y que el zagal – que ya se educan avisados de las cornás de las enfermedades del cuerpo – encogido en su retortijón, le dijo que lo llevara a urgencias, pues no fuera a ser algo de apendicitis… Afortunadamente, el médico que lo vio le diagnosticó unos simples, si bien molestos, gases comprimidos. Un “flato atravesao”, en lenguaje llano y marrano para que ustedes me entiendan. Lo que se cura con un simple y rotundo ruido…

Y eso me catapultó a mi prehistoria de chiquillo, en que esas mismas torceduras venidas por apéndice, u otras parecidas, en aquella época venían con riesgo de estación términi, ya saben… Y cómo, entonces, cuando la gente se moría a chorro por un “quítame allá esas pajas”, incluidos los críos de nuestra edad, la gente adulta – al menos a nosotros entonces – procuraba protegernos de tales temores, ocultándonoslo en lo posible bajo una capa de secretismo y de palabras a medio hacer, en voz baja, a modo de rezo susurrado, ininteligible salvo para ellos…

Esto no quitaba que, en nuestra particular escuela de la vida, entre nosotros, siempre hubiera algún avisado que nos ilustrara hasta el límite de la sabiduría, por supuesto, en aquellos corrillos que se formaban espontáneamente en los asuetos de aquellos recreos de aquella escuela, y que, a veces, nos atraían más, por lo morboso del tema que se trataba, que los variados y arriesgados juegos a los que nos entregábamos con la mucha fuerza y poca cabeza de nuestros escasos cuerpos…

Pues un primo tenía yo…(contaba uno, creo que el Ochoa) que le dio de pronto un dolor miserere una noche, y, gritando como un chino el pobretico, le dijo a mis tíos: “mire usted, pare, a ver no sea que me hayo dado un apéndice, que me duele mucho y estoy mú malo… y se lo llevaron corriendo a la Casa de Socorro, pero se le reventó antes, y se le envenenó tó el cuerpo de pus y la bilis… y se murió, el pobre”…

…Y todos nos mirábamos con ojos de cordero degollado, con el acojonamiento propio agarrado a la garganta; con el ánimo encogido alrededor del ombligo, como la camiseta que llevábamos debajo… Ni un solo comentario, silencio temeroso; si acaso algún ahogado y tembloroso “Joel…” escapado del más puro miedo. A ver quien de los escuchantes se hubiera atrevido con alguna bromica, o algún comentario ligero. Aquello no era una película, coñe, aquello era una historia real sacada de la vida nuestra de cada día…

Y es que la época aquella no daba para mucho más… Un compañero de colegio, “el Risicas”, un día dejó de venir a la escuela… Nadie dijo nada, ni el maestro – el bueno de don Joaquín – soltaba la mínima explicación; solo rumores en los recreos por aquí o por allá, de que estaba “mú malico”; luego, después, si alguien lo sacaba a colación, se deslizaba algún siseo, que “se había ido”, o “se había muerto”, largaba otro, a sotto voce, con careto compungido… Nunca supe la verdad a ciencia cierta…

Hasta cierto punto, era un tanto lógico que los mayores nos mantuvieran un tanto al margen, con el mayor ánimo de alejar de nosotros los, por otro lado, tan inevitables pensamientos de nuestras cabecicas…Y es que, a pesar de todo, nosotros pensábamos, por pequeños que fuéramos. La moral imperante no ayudaba precisamente, sino todo lo contrario. Era terrorífica… Yo me acostaba tras un día de haber escuchado algo de aquellas enfermedades mortales que te mandaban de golpe y porrazo al otro lado, y lo primero que se me venía al coco era un “¡ jolines, y yo sin confesar..!”, y esa noche soñaba con el infierno recién encendido.

Afortunadamente, todo eso ha cambiado. Ya no es para tanto. Los críos hablan tan normal del fenómeno (que no lo es) de la muerte, como algo triste, sí, pero no terrorífico… Me da la sensación que lo encaran de forma natural, como debe ser. Al menos, ya no se oculta tanto, como antes, los viajes de ida y vuelta de la vida: se nace y se muere. Inevitablemente. Y se asume, y se admite. Ineludiblemente… Al menos, es lo que a mí me parece. Y eso está bien, por lo menos está mejor de lo que estaba…

Y aún creo, fíjense ustedes, que se puede mejorar. La vida viene con la muerte, en un pack. Ser toma lo uno y se coge lo otro (es mejor acogerlo que cogerlo). Es hasta posible que regresemos al lugar de dónde vinimos a habitar un cuerpo, por pura y simple lógica; pues si hemos nacido a esta realidad tuvimos que morir a otra para venir aquí. Así pues, lo de “vida” y “muerte” son simples nombres que hemos encasquetado a realidades distintas, a estados diferentes… Tan solo debe uno prepararse anímicamente para esa seguridad que es, y aprender a despedirse de los que nos acompañan y que cogen un tren que los lleva a otra parte. Quizá a regresar al lugar de donde vinieron, ya digo…

Perdónenme el tema de hoy. Quizá a muchos (aún) no les guste que los toque, pero posiblemente sea una dimensión ésta que tenemos pendiente de abordar de forma y manera coherente… con permiso, y a un suponer, claro…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

www.escriburgo.com

miguel@galindofi.com

Escriburgo

Durante 30 años fue vicepresidente de C.O.E.C.; durante 20 años Juez de paz; durante 15, Director de Caritas... Es autor de cinco libros. - Ha fundado varias ONG's, y actualmente es diplomado en RSC para empresas; patrón de la Fundación Entorno Slow, y Mediador Profesional.

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