Julia Navarro, en su novela “De Ninguna Parte”, lo pone en boca de uno de sus personajes, un terrorista islámico: “Qué es más difícil, matar o morir?.. Si prescindimos de la identidad del que suelta la frase, la verdad es que nos suena a tremenda, nos produce confusión y desasosiego. Matar, morir, es lo mismo, pero no igual. Se mata a otros, y muere uno mismo, dilucidamos, y luego analizamos los qués, los quiénes y los porqués. Pero cuando sabemos que la frase la pronuncia un terrorista, nuestros biotipos nos lanzan un análisis como más… “objetivo”, porque nos es relativamente fácil establecer conceptos como fanatismo, venganza ciega, odio inoculado, integrismo, dogmatismo, fundamentalismo…
Y todo eso, aún siendo cierto, porque es la verdad, donde no buscamos mucho es en los motivos, las causas y los orígenes de todo ese rosario de sangrientos y negros ísmos que se dan por supuestos… En realidad es que nos resulta incómodo indagar las razones que llevan a personas, a seres humanos, a sentir como causas sagradas el aniquilar a otros seres humanos y hermanos, a otras personas. Nos resulta, reconozcámoslo, trabajoso ahondar en las razones, mucho menos en las causas, de tan criminales efectos; del principio y origen en que se generó tales consecuencias. El porqué de tanto odio y tanta sangre.
Lo primero que nos preguntamos a nosotros mismos (si es que nos metemos en esa cavilación libres de perjuicios y prejuicios) es cómo es posible que jovenzuelos como nuestros hijos y nietos puedan pensar o sentir así; y obedecer como seres sin alma ni cerebro a ciertos imanes y gurús politicoreligiosos que les lavan la mente y los utilizan como mártires-kamikaces, como proyectiles humanos, como inmolantes presos de un odio infinito… Lo segundo a lo que nos lleva esa autopregunta es que esos zagales, cuya mayoría han ido con los nuestros a las mismas escuelas e institutos, pueden albergar tal profundo sentimiento de rechazo que los lleva a ser presas fáciles de sus buitres religiosos. Y nunca, jamás, se da ningún efecto que no obedezca a una causa.
Si somos capaces de ver con claridad y reconocer esa causa, puede, es posible, que veamos que ese rechazodio proceda de otro rechazo similar (ya saben la ley física de que una fuerza desarrollada en un sentido genera una igual o superior en sentido contrario)… Y que el problema de la sociedad occidental – políticos y ciudadanos – es que hayamos desarrollado unas leyes de principios, pero no de finales. Me explico: mi principio es luchar contra la xenofobia, por ejemplo, y dicto normas, pero al final no sé aplicarlas, ni en la educación, ni en la tolerancia, ni en la convivencia, ni en la práctica…
…Y digo más, aún a riesgo de que me señalen como traidor, mal patriota, o algo peor, pero, sobre el rechazo social y la intolerancia, estamos poniendo encima del tapete de las calles a generaciones de jóvenes que los odian como los antiguos cruzados a Saladino, que es como apagar fuego con gasolina… Y muchos, muchísimos adultos los justificamos y nos unimos a ellos sin darnos realmente cuenta, o a lo peor sí, y que estamos armando un fanatismo contra otro fanatismo.
Y esto es así, entre otras cosas, casos y cegueras, porque nuestra ignorancia es constantemente alimentada por partidos políticos, tipo Vox, que, en base a bulos, falsedades, generalidades y mentiras (la Policía e Interior no dan abasto a desmentirles sus embustes) hacen creer a una opinión pública inculta una realidad paralela absolutamente falsa… Y que busca, precisamente eso: la guerra, el choque, la confrontación que justifique sus medios, y con ellos, sus propósitos.
Es justo una copia descarada y descarnada de la estrategia que los nazis plantearon con respecto a los judíos… Historia pura y dura, pero Historia de un pueblo que ahora repite lo que ha aprendido con el pueblo palestino, en una espiral de nunca acabar. Así como la eliminación en los sistemas educativos de nuestras nuevas generaciones de la ética, la filosofía, las humanidades, la capacidad de pensar, ni nada que los reste de ser gente y los devuelva a ser personas, seres humanos… ¿Para qué pensar en otras posibilidades si a mí me sirve con lo que tengo?.
Es, precisa y exactamente, la frase, simple y sincera, aún simplona y simplista, que una persona adulta me soltó para que la dejara en paz en otras consideraciones. Ahí está todo: “¿para qué pensar si a mí me vale?”.. ¿para qué pensar por mi cuenta, si ya me dan pensado lo que tengo que pensar?.. Me atrevo a decir que esto es así por la prueba del algodón: a poco que uno mire, ve que es la opinión de la masa; las mismas palabras, los mismos argumentos, los mismos “chips”, indénticos clisés. La gente vota con ideas implantadas, no propias.
Uno de los mantras más mantras, por ejemplo, es: “es que ellos no se integran, no quieren integrarse, no se fían de nosotros”… Pues así será si nosotros lo hemos hecho así, pero mi experiencia personal, si no les molesta a ustedes, claro, es que no tengo un solo caso de esos extranjeros inintegrantes, ni uno solo, con los que he mantenido amistad, que no se haya comportado y compartido como verdadero y leal amigo. Incluso cuando, a pesar del tiempo pasado, nos encontramos por la calle, me abrazan y me tratan con toda la confianza y afecto del mundo.
Es lo que veo, es lo que siento, y es lo que digo… Naturalmente, no me extraña que me veten, me cancelen y obstaculicen, incluso que me llamen perro-mozárabe. Otra prueba más que demuestra que no ando muy descaminado. Soy una voz incómoda; me consta que cada vez más cercanos no soportan lo que digo cuando lo digo; y que prefieren mirar para otro lado porque “a mí, o a mi cuñado, o hermano, le pasó una cosa que…”, como si eso no pasara igual con gente de nuestra casta. Pero es lo suficientemente cómodo como para adoptar una postura radical; y que prefieren mirar para otro lado porque creen llevar toda la razón del mundo. Con esos y esas el razonar y el discutir es lo mismo.
Lo entiendo, lo comprendo, y no se los reprocho, pero me apena profundamente, y me entristece hasta la médula… Cada vez me conozco menos y a mí mismo entre el resto de los demás, y, a veces, me pregunto si vale la pena mover esta basura…