El otro día ví en un Telediario que la gente de la muy turística Canarias se tiró a la calle, harta de un turismo asolador y depredador que ya empieza a hacer más daño que bien. Los canarios, que viven del turismo, ya no pueden vivir con el turismo… Los manifestantes criticaban sentirse personas de segunda o tercera categoría en su propia tierra; se lamentaban de ya no poder vivir en sus propias ciudades; y proclamaban haber sido desterrados de su propia patria. Un paisanaje expulsado de su paisaje. Sin embargo, este fenómeno se está extendiendo por los mapas, y ya apunta a ser general.
En España ya han surgido protestas en Málaga, Valencia, Madrid, Barcelona, Galicia, Baleares… al igual que en principales ciudades europeas ancladas (encadenadas) al turismo. Los motivos de queja son tan claros que nos debería avergonzar tan solo señalarlos: viviendas impagables; espacio público escandalosamente privatizado; brutal afectación negativa del medio ambiente; homogenización comercial; gentrificación y colapso viario; ruído generalizado, y la apertura a un turismo de fiesta y borrachera espantoso… entre otras cuantas lindezas más. Es éste un modelo económico descontrolado que expulsa a los vecinos, funcionarios y trabajadores; que “desalma”, sí, con “ele” de alma, a las ciudades, y condena a la precariedad a la inmensa mayoría de la población.
El periodista especializado Javier Salas, dice en un acertado y concentrado análisis: “Récord de turistas, récord de pobreza”… ¿Cómo se puede dar tan aparente incoherencia?.. pues porque cualquier movimiento, sea social o económico – siempre es ambas cosas – desproporcionado, altera el equilibrio natural de las cosas. Y el turismo se ha desatado en un fenómeno masivo y destructivo, invasivo y asolador, absolutamente desequilibrador del sistema social, económico, y, por supuesto, natural, normalmente establecido de convivencia. Y es por la monstruosa desproporcionalidad que suele darse.
En Canarias leí pancartas como “vivimos del turismo, pero también nos está matando”, y oí declaraciones de vecinos como “no vamos contra el turismo, sino contra su nula planificación”; y otras tantas manifestaciones por el objeto, como por ejemplo “no es un ataque, es una defensa”… Y todo suena, o al menos a mí me suena, a una triste paradoja. Ciudades y pueblos entregados, maniatados a un solo y único amo: el turismo, viviendo exclusivamente de él, y que ahora no puede vivir con él… Hay funcionarios públicos en tales lugares que no pueden pagarse el alquiler; potenciales vecinos que no pueden aspirar a una vivienda; otros que su tiempo de descanso digno y de su propio ocio le es despojado por el ocio ajeno…
La pregunta que me asalta (y yo puedo estar equivocado, que conste) es: ¿cómo se puede exigir a la Administración una planificación que nosotros mismos hemos hecho saltar en pedazos?.. ¿quién destina nuestros propios pisos a vivienda turística, sino nosotros mismos?.. ¿Quiénes exigen a esa misma Administración la continua entrega de espacio público para terrazas y hostelería?.. ¿Quién ha convertido a España en el país del mundo con mayor número de bares, sino nuestra iniciativa personal?.. ¿Quiénes han hecho de nuestro país una potencia turística, entregándonos a un solo polo de desarrollo económico?.. Como dice el refrán “entre todos le matamos y él solico la espichó”. La voluntad de ser lo que somos es tan compartida, que no podemos más que echar la culpa a esa Administración por el hecho de hacernos caso.
En Barcelona se había dado el extremo que incluso las líneas de autobuses urbanos 19 y 24 perdieron su utilidad pública ciudadana porque eran invadidos por masas de turistas constantemente para visitar el Parque Güell, según la propia televisión local BTV; y eso mientras ediles y ciudadanos, por otra parte, aplauden sus récords de visitas turísticas, y lanzan sus campañas borriqueras de “Bienvenido Mr. Marshal” temporada tras temporada, evento tras evento, en una carrera competitiva de a ver quién trae más festivales de ruido y basura, más masificación y más historias y tradiciones, sean éstas inventadas, o no…
Cualquier pensamiento racional al respecto no puede justificar ambas polarizaciones a un tiempo… Se están empezando a escribir artículos, estudios y ensayos que intentan explicar, ya que no responsabilizar, claro, y dar soluciones a un problema que se extiende como una mancha de aceite en toda la geografía. Las “conclusiones” de “expertos” que solo demuestran que no tienen ni zorra idea de cómo ponerle los cascabeles al gato, abundan por doquier. Puesto que de eso solo se trata.
Un hombre sabio del campo, con la cultura de su sencillez a cuestas, me dice que “una bestia que solo ha escuchado Arre, no entiende lo que quiere decir Soo..”, y creo que es lo más atinado que se ha dicho al respecto, según mis también cortas entendederas… Hemos construido entre todos un turismo sociológico, descontrolado y masivo, tanto externo como interno, depredador y compulsivo, que solo sabe salir arreando sin pararse en barras. Lo hemos criado, cebado y (mal) educado en la práctica del aluvión. Nos hemos hecho a nosotros mismos un país de camareros, cocineros y gerentes-de-bares, y encima volcamos en sus contínuas reivindicaciones, las ayudas públicas… Y ahora, empezamos a pagar las consecuencias.
Entiendo y comprendo que a muchas personas no les guste este artículo. A nadie que haya hecho profesión de la gentificación le va a hacer gracia estos comentarios. Lo comprendo. Pero solo me limito a constatar un hecho concreto, que está ahí… Personalmente, pienso que todo lo que se desmanda se puede intentar frenar y corregir; y que empezar a introducir factores correctores no es malo, llegado el caso. No es la primera actividad socioeconómica a la que se le han impuesto frenos ante el desboque, ni tampoco será la última. Los que saben, sabrán… Yo solo sé que un ganado en tropel es mucho peor que cuatro hatos sueltos. Y que cada cual lo ate o desate como su interés le dé a entender, claro.