(de OkDiario)
Hace cuatrocientos años (apenas un soplo en la historia de la evolución humana) de forma y manera significativa se fueron acumulando espectacularmente descubrimientos científicos, desvelando el Universo y la física que lo movía; la estructura física y la mecánica del pensamiento humano; y toda una revolución de conocimientos, impulsado por grandes mentes como Newton, Copérnico, Galileo, Darwin, Freüd, Einstein, Hawking, y docenas más de relevantes investigadores, teólogos, filósofos, pensadores…
Se quiso dar a entender, al menos hasta no hace mucho, que la ciencia podía explicar el origen universal de cuánto existe, sin la necesidad de un Dios creador… Fue, de hecho, el origen, a primeros del siglo XX, del triunfo intelectual del llamado “materialismo”. Se produjo una fratricida división entre religión y materialistas, hasta tal punto que la Iglesia encasquetó la ominosa y excomulgante etiqueta de “materialismo ateo” a todo avance científico en tal sentido.
Incluso llegó a mover la sangrienta maquinaria del Santo Oficio contra todo aquél que se atreviera a avanzar en cualquier disciplina de investigación. Desaparecida la Santa Inquisición activa (aún sigue actuando de manera coactiva), el anatema de materialismo ateo aún sigue vigente ante cualquier avance y descubrimiento, con Stephen Hawkings por su teoría del Big Bang, o los recientes descubrimientos sobre genética.
Sin embargo, y a pesar de todo, de manera tan imprevista como sorprendente, como si de un boomerang se tratara, resulta que el conocido por Péndulo de Foucolt, encarnado quizá por péndulo de la ciencia, se puso en movimiento en sentido inverso… quizá deberíamos decir “aparentemente” inverso, que es como suceden estas cosas, adquiriendo cada vez una mayor e insólita fuerza… ¿Qué ha ocurrido para que un impulso hacia delante parezca ser uno hacia atrás, o sea, al origen de todo?..
Los descubrimientos de la Teoría de Relatividad, el propio Big Bang, en materia de Física Quántica, en la Expansión del Universo, y de la complejidad – y al mismo tiempo simplicidad – biológica; que fueron llegando como impulsados en cadena uno tras otro… ¿o habría que decir el uno por el otro?, han logrado dinamitar las certezas ancladas y nacidas de ese imaginario colectivo que se forjó al principio del siglo pasado, hasta tal punto y extremo que aquel materialismo, como creencia férrea que se pensaba que era, está en proceso, en la actualidad, de pasar a ser una creencia irracional, toda vez que, sorprendentemente, está apenas comenzando a descubrir, precisamente, a ese mismo Dios creador del que afirmaba “no ser necesario para explicar la existencia del mundo”… ¡Manda güevos!, como decía aquél político de vecina plaza.
Ahora vivimos una especie de paradoja, donde el ateísmo (científico) cree cada vez más en Dios, y las Iglesias pierden cada vez más a “su” Dios… Naturalmente, la religión sigue en sus trece de excomunión de todo aquello que no se avenga a sus dogmas, que para eso los han parido ellos, sin tener necesidad de demostrar nada. Tan solo que con el catecismo y la fe impuesta. Tales posturas coloca a la ciencia en la prudencia, y a la religión en la ofuscación. Tanto, que ha perdido el sentido de aquél auténtico, genuino y verdadero “buscad y encontraréis” que le fue transmitido: la ciencia ha buscado, y ella ha ocultado (parábola de los talentos).
Me da no sé qué recordar que hace décadas, lo digo muy en serio, varias décadas, mis artículos sobre este tema versaban de la siguiente guisa: Contaba que hace al menos cuatro mil años – la cosa empezó en Egipto – el sacerdocio, que fue el primer estamento humano de clase instituido en las culturas de las civilizaciones, comenzó, poco a poco, a iniciarse en los caminos de la sabiduría práctica, convirtiéndose en sanadores, astrónomos (antes astrólogos), matemáticos, químicos e investigadores varios… fue el germen de la ciencia. De una ciencia que habría de, posteriormente, tomar un camino empírico, distinto al de la religión. O sea, el operativo y el contemplativo.
Uno dedicado a buscar, investigar, probar, fallar, acertar, experimentar, caerse y levantarse, tampoco exento de luchas intestinas e intereses; y los otros dedicados a hacer clientela seglar, a monopolizar a los dioses; a dominar a las gentes y a entronizarse en el poder. Nada ha descubierto ni en nada ha avanzado, como su hermana la ciencia, pero mucho ha inventado: el dogma, el pecado, el rito y el mito… La lucha, en definitiva, entre templo y laboratorio. Y ya entonces, me aventuraba a soltar que, tras la separación y la guerra civil, bien podría venir la re-unión, la nueva asociación, el re-encuentro de lo que un día estuvo unido bajo un solo y único palio: el del conocimiento. Y cada vez estoy más convencido que no existe más camino que ese. Discúlpenme, si acaso, por haberlo previsto.
Pero para ese reagrupamiento, sin duda que enriquecedor, hay que quemar toda la ganga que ambos polos han acumulado, y aquí cabe poca duda de que las religiones e iglesias tienen mucha que hacer desaparecer… La síntesis es tan laboriosa como la que está recorriendo la ciencia para volver al punto de partida. Como el culmen del pensamiento de Niestze, que para negar a Dios hay que terminar volviendo a Dios; dicho en román paladino: será “La Muerte de Dios” – como él titulaba – cuando descubramos al auténtico, genuino y verdadero Dios.
Tras esas décadas de predicar mis tontunas en el más vacío desierto, aparece “Dios, la Ciencia, las pruebas”, que al menos habla en ese esperanto de esperanza, (valga la redundancia) y descubro aquello en lo que tanto creí a lo tonto, y me asusta y maravilla… Son casi seiscientas espesas páginas que un muy lejano día creí posible. Una muy ardua lectura, que, si quieren, yo mismo se las puedo ir traduciendo lo más di-vulgativamente posible, e ir pasándoles esas grandes y enormes cosicas que componen la verdad más única… Para mí será un placer, mientras pueda hacerlo, y me dejen, claro…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com