(de Religion Digital)
Algunos (as) me dicen, con buena intención y educación (esto hay que resaltarlo en contra de un fanatismo que solo sabe negar con el ataque violento y la sinrazón), que siempre nombro peyorativamente a los dogmas de la Iglesia Católica, casi que por sistema… Es cierto, lo admito, lo reconozco. Y solo a ellos les contesto en este artículo, porque el comedimiento merece toda explicación y conocimiento al respecto, ya que poseen la capacidad de pensar y razonar que no tiene el dogmático (de dogma, precisamente) y los fundamentalistas.
Y a eso mismo voy: para poder opinar sobre la Iglesia hay que conocer su propia historia en el concepto íntegro y total de la Historia – la doctrina dogmática que desarrolla esa Iglesia nada tiene que ver con la Historia -, de ahí que me base en hechos probados y comprobados dentro de ese mismo concepto histórico… Vale. Existe una premisa primordial, y es que no se pueden dictar dogmas sin estar revestido de una autoridad superior a la humana, por eso mismo se apela a la divina. De acuerdo. Pero, para eso, habría que ser infalible, y de ahí viene, precisamente, que el primero y más importante dogma sea la de la infalibilidad (papal, claro), sin lo cual los dogmas dictados tienen muy poco predicado.
Puro sentido lógico. Lo que ya carece de lógica es que la gente, sus “fieles”, crean que esa infalibilidad viene desde el principio, otorgada por el mismísimo Dios, o, en su defecto, Jesucristo. Nada más erróneo… Durante 1.900 años de ese inventado Catolicismo, más que cristianismo, no ha existido esa “infalibilidad” como tal, aunque sí como intención, claro. Busquemos, pues, en la Historia, y hagamos memoria:
A finales del XIX, el Vaticano aún poseía un poder territorial, temporal y anacrónico, desde Roma a Ancona, hasta Bolonia y Ferrara, bajo el poder feudal de Pío IX… Desde 1859 a 1870, con la derrota de los Augsburgo en la guerra de Austria con Francia, le fue arrebatado todo el poder político, siendo confinado al final por las tropas italianas, al reducto, más representativo que efectivo, que hoy conserva la sede vaticana dentro de la propia Roma… Ni apelando a la herencia de San Pedro (no sé qué herencia pudo dejar Simón Pedro), ni al Concilio de Constanza, donde tres Papas, tres, se disputaron, pelearon y acordaron sus posesiones e influencia sin bajarse ninguno del santo pollino, le fue repuesto a Pío IX su ya perdido poder temporal…
…Así que tuvo que contrarrestarlo adquiriendo un poder espiritual sobre todo bicho viviente y reinante… ¿Cómo?, pues muy fácil autoproclamando en sí mismo la infalibilidad de los papas, y, con ello, naturalmente, su propia infalibilidad y el poder de dogmatizar… Así que, a finales de 1.869, y oliéndose la tostada, proclamó el Concilio Vaticano I. En los documentos previos no se mencionó el objetivo del mismo, aunque tres cardenales de la Inquisición y algunos otros poderosos, estaban en la encerrona. A los dos meses del Concilio, la mayoría del Colegio Cardenalicio se vió sometida a presión, chantaje y amenazas, ante la negativa a promulgar semejante disparate. Otros fueron castigados con arresto domiciliario. El propio Papa en persona atacó físicamente a uno de los opositores. A pesar de la movida intimidatoria y violenta, la primera votación solo doblegó al 47% de la Curia… Al fin, el 18 de Julio de 1870 (¿qué tienen los 18 de Julio para los golpes de estado?) fue proclamada por mayoría simple la Infalibilidad del Papa… Ya se tenía la sobreguarda divina para atar y desatar en materia de fe cuánto le viniera en gana al Vaticano, según siempre sus intereses, naturalmente… Hasta aquí los hechos históricos tal cual, que los de la fe… bueno, como ya estaba sujeta al dogma infalible, ¿qué importaba eso..?
De aquí el sangrante contrasentido: ¿cómo se supone que una fe, cualquier fe, esté sujeta a dogma, cualquier dogma?.. Es algo que se contrapone a sí mismo, porque una fe dirigida y obligada puede ser cualquier cosa menos fe. Es todo lo opuesto, en realidad. Y me da lo mismo que sean dogmas islámicos, que católicos, que judíos – no vayan luego largándome anatemas poco cristianos – pero la fe y el dogma son contrarios en sus naturalezas.
Podría seguir destripando la propia Historia de la Iglesia, pero nos quedaríamos sin espacio para plantear las lógicas conclusiones, y creo que, con lo expuesto, basta y sobra para aquellos y aquellas que me planteaban sus legítimas dudas de tan buenas maneras… Yo me limito a aportarles una no menos legítima materia de reflexión, nada más. Y lo único que me quedaría añadir a tal respecto es que se me procure interpretar correctamente; y no estoy en contra de la fe, como muchos me achacan, de ninguna en realidad. Pero sí que estoy en contra de todo dogma. Por el mero hecho de que son cosas antitéticas, en la que la segunda fagocita a la primera.
Al margen y aparte de tal comentario, lo que sí es un aparente misterio, como así me hacen llegar otros, es la realidad general que se suele dar en los “creyentes”, de que estos hechos dogmáticos, como también, por ejemplo, el de la virginidad de María, sean vinculantes al cristianismo desde su propio nacimiento, cuando no es así, pues son añadidos muy posteriores que apenas tienen un par de siglos de los más de veinte que tiene ese mismo cristianismo.
Y la respuesta quizá esté en eso mismo: en que esos añadidos, esos dogmas impuestos por interesados, no pertenecen al cristianismo en sí, sino al catolicismo, que es una variación y adaptación paulina del primero, pero que en modo alguno son lo mismo… Hubo un cura, filósofo, investigador y teólogo, Director del Instituto Católico de Paris, de principios del siglo XX, Álfred Loisy, que publicó un estudio, y que, por una sola frase del mismo, fue apartado de su cátedra, y luego, excomulgado y expulsado… La dichosa frase fue la siguiente:
“Jesús proclamó el advenimiento del Reino, pero lo que vino fue la Iglesia”… Naturalmente, eso no estaba sujeto a dogma , porque, simplemente, decía una verdad como un templo, y raramente, la verdad y el dogma se hermanan. Lo grave no está en que esa verdad se oculte por unos pocos, sino en que se rechace por unos muchos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com