He leído por algún sitio la Proposición de Reforma del Código Penal que ha presentado SUMAR con respecto a la Libertad de Expresión, y cuya tramitación se aprobó en el Congreso. Sinceramente, bajo mi personal opinión, tiene algo de trampantojo, pues lo veo demasiado unilateral. Pretende eliminar los castigos por ofensas a los sentimientos religiosos, por ejemplo, o de escarnio público; las ofensas a España y a sus símbolos; el de injurias al Gobierno y a sus Instituciones; el de insultos a la Corona, el incluso el delito por enaltecimiento al terrorismo.
No negaré que existen razones para modificar, e incluso suprimir, algunos de ellos, que son confusos y anacrónicos, y se prestan a ciertos contrasentidos y abusos, que luego nos lo echan por tierra el Tribunal Europeo de Derechos Humanos… Sin embargo, en buena lid, y para ser justos, igual debería desaparecer el de enaltecimiento del fascismo, del franquismo y similares, esto es, los del otro lado del espectro. O todos juegan con la misma baraja, o ninguno. Lo otro es jugar con las cartas marcadas.
Yo siempre he defendido – y lo seguiré haciendo – la libertad de expresión… siempre, naturalmente, que no se traspase la frontera que lleva al enaltecimiento y escuela para el terrorismo de cualquier calaña. Pienso que es la sutil, pero firme, línea roja, que hay que marcar y conservar. Por supuesto. Opinar y expresar la opinión es un derecho, pero inducir a los hechos violentos es un delito. En el equilibrio y la delimitación de ambos reside el valor y la calidad de una buena Democracia. La generosidad no está reñida con la severidad, pero no confundamos, y ni mucho menos, justifiquemos nuestras excusas con nuestros actos.
Todos, absolutamente todos, somos sensibles a algo que nos duele cuando es atacado: una creencia, una ideología, un loquesea… Y cuando lo insultan o ningunean, buscamos que la Ley lo proteja, y la usamos como castigo por la ofensa. Vale. Pero no podemos exigir en modo alguno que esa Ley se aplique sin reciprocidad cuando sean los otros los ofendidos por nuestra parte. Y lo de convenir lo que supone ofensa o no, si hemos de ser sinceros, conlleva cierta parcialidad a la hora de establecerla en justicia.
El sentirse insultado u ofendido es una medida que la propio individuo injuriado establece por sí mismo, sin más parámetro que su personal sensibilidad. Pero eso no es un principio justo para imponer una Ley, ni para individuos ni para colectivos. Habría que hilar muy fino… Luego está el principio de igualdad ante la ley, que se dice pero que no se hace, y, según ella, ¿por qué un rey, un presidente, o un gerifalte, ha de estar más protegido al insulto que cualquiera de los ciudadanos, por lo que se considera una injuria hacia su persona?.. ¿por la Institución que representa?. Pues miren, yo represento mi Dignidad Humana, que no es menor en modo alguno.
Lo que pasa es que estamos históricamente mal acostumbrados. Existen instituciones, como por ejemplo las Iglesias y sus creyentes botafumeiros, que ponen sus creencias por encima de la del resto de las personas humanas, del mundo mundial, y se creen dueños de un sagrado derecho de castigar por Ley Civil (antes lo hacía la Inquisición) a todo aquél que ose burlarse de su malentendida fe… Y eso, lo crean o no, es un abuso de autoridad por su parte, y una bajada de pantalones por parte de los Gobiernos que se someten a semejantes exigencias. Las cosas, como son.
El propio Evangelio por boca de Jesús, dice que todo lo sucio (pecado, ofensa, etc.) no existe fuera del hombre, sino dentro del hombre. Nosotros nos ofendemos cuándo y cuánto queremos; el efecto y defecto de sentirse indultado es solo nuestro, pues nadie tiene el poder de hacerlo si nosotros no nos damos por ofendidos… Lo que pasa es que la Católica no entiende lo que no quiere entender, y sus cruzados y paniaguados no aprenden lo que no quieren aprender. Y no existe otra realidad que esa.
La verdad, es que el que insulta se insulta a sí mismo, y el que ofende es receptor de su propia ofensa… Lo que ocurre es que para eso se necesitan dos cosas de las que carecemos cada día más: Educación y Cultura. Educación para los ofensores e insultadores, que deberían de avergonzarse de sí mismos, pero son ineptos e incapaces de reconocer su baja moral. Y Cultura para los ofendidos e insultados, que deberían estar por encima de eso y demostrar una superioridad moral que tampoco tienen. Si así fuera, los insultos y ofensas se agotarían por sí solos y en sí mismos, al no tener la diana receptora que aparentemente los legitimiza.
Soy consciente que esto puede llegar a considerarse utópico, pero las utopías de ayer son las realidades de hoy, por lo tanto, es perfectamente posible… Si todos y cada uno de nosotros nos esforzásemos en hacernos autoinmunes a las críticas ajenas, a los insultos y salivazos ineducados que calificamos como tales (yo intento pensar que la intención no es la obtención) viviríamos y dejaríamos vivir, que es, en definitiva, el mejor de los mundos posibles.
Ya… ya sé qué me van a decir: que yo también largo lo mío, y que insulto tanto o más que otros cuando me pongo. No lo voy a negar. Pero me repito en mi consideración que se siente insultado solo aquél que quiere, pero yo no puedo hacerlo aunque quiera; y es un principio éste del que estoy absolutamente convencido… Si los que se siente insultados por mí encajan los insultos (calificativo puesto por el ofendido) como yo encajo los suyos, o los de cualquiera, poco o ningún daño les hago… Y conste que en el oficio llevo la paga, pues yo recibo los míos… Eso sí, tengan seguro que pocos, muy pocos, me afectan ya.