Sé lo que me van a decir: que cada vez que llega Navidad escribo el mismo argumento contra su cada vez más falsificado significado, y es cierto, lo reconozco… Y no sé porqué molestarme en hacerlo, pues es algo que cada vez más gente sabe y no tiene empacho alguno en reconocerlo, al mismo tiempo y a la vez que participan y se rinden, y se revuelcan, en la farsa. Y puede que hasta yo mismo me acostumbrase si, por lo menos, dejasen ya de utilizar las ya ridículas y patéticas llamadas a lo que se ha convertido en burla: cada vez antes, los gilipanegiristas navideños, noticiarios, periódicos, medios de comunicación, comentadores y comendadores, todos, se afanan en anunciar que ya llega a nuestras calles, escaparates, hogares y falsas almas, el “Espíritu de la Navidad”.
¿Qué Espíritu, les pregunto, y me pregunto yo?… ¿Existe algo de espiritual en esta parafernalia vendida al mejor postor? (no deberíamos llamarla Navidad si respetáramos y fuésemos un mínimo respetables). ¿Dónde está ese Espíritu?.. ¿en el negocio?.. ¿en el jolgorio y el triperío?, ¿en el hedonismo?, ¿en el exceso?, ¿en el gasto?.. ¿En verdad somos tan cretinos que aún creemos que ese “espíritu” es espiritual en una prostituida y promiscua Navidad?.. Al menos deberíamos ser lo suficientemente honestos para con nosotros mismos y cambiarle el nombre (por ejemplo, felicitarnos con una sonora Feliz Falsedad, o Feliz Barbaridad, o Feliz Vaciedad)… Seríamos más justos y honrados.
Sí que reconozco el ruín espíritu del mercantilismo y la competición: a ver qué pueblo o ciudad cuelga más artificio lumínico; a ver dónde se gasta más para sorprender al vecino; a ver cómo epato ante el cuñado de turno; o a ver quién chafa la boina a quién en las nochesquesean…El latín spiritus viene de un verbo: spirare, que significa eso mismo: respirar, suspirar, inspirar, e incluso transpirar. Este espíritu navideño nuestro, a mí, personalmente, no me inspira nada, más bien me suena a transpirado, a sudado, casi a sudario, a tirado a la basura, con el permiso de sus devotos, naturalmente…
A lo largo de los años les he ido contando las “Navidades” de diferentes culturas anteriores al cristianismo, y que la nuestra católica no es otra cosa que un vulgar copypega de las mismas, que se celebraban para conmemorar el cambio equinoccial, igual que las antiguas civilizaciones, pero con el carnaval del imposible Belén, los tres Magos del despiste, y el nacimiento milagroso de un Jesús de la estirpe davídica que, como en su libro se pregunta mi amigo Pepe Hernández, si era de la estirpe angélica de Gabriel no podía ser de la de David… pero que no voy a repetirles la relación histórica aquí, porque hasta yo me canso de hacerlo cada diciembre.
Hace bastante tiempo ya, quizá demasiado, una nieta, en su primera edad de la candidez, me preguntó, ¡ángelica mía!: “abuelo, ¿por qué en Navidad se quiere tanto la gente?”… Debe ser – creo que le contesté – porque el resto del año no se quieren nada… No se quedó muy conforme con la respuesta, claro, y, con gesto de duda, me repreguntó: “¿entonces solo tenemos que querernos por Navidad?”…Me costó trabajo que entendiera tamaño despropósito, pero la criaturica tenía todo el derecho del mundo a saber en el ídem absurdo en el que vive… Existen tópicos nocivos, pero éste, desde luego, es de los mayores que mantenemos en circulación. Y seguimos cada año más.
Doy por hecho que lo que celebramos es tan solo que la tradición, la costumbre, el porquesí… Puede valerme, fíjense. Lo veo estúpido, pero bueno, me sirve, pues en realidad cuanto celebramos continuamente no tenemos ni p… idea de lo que celebramos, ni falta que nos hace, dado lo que hay. De acuerdo pues. Pero lo que me cuesta soportar es la hipocresía de lo que nos revestimos para luego hacer lo contrario. Buenismo imbécil. Y lo que aún es peor: sentir lo contrario aunque luego lo disimulemos como aquellos fariseos. Tradición y costumbre. Una tradición que es más traición; y una costumbre de estar pegados a la lumbre (el “calentor” de la fiesta).
Me decía un amigo, por esto del tener, o no tener, sentido: “no, hombre, ni espíritu religioso ni nada, pero ¿qué de malo hay en quedar con los amigos, con los compas de la empresa, con la familia, para comer y juntarnos?”. Nada en absoluto, pero, ¿por qué no hacerlo a lo largo de todo el año?, me atrevo a responderle… “Posnolosé”, pos cojonuda contestación, a fe mía, que es mala fe… Pero eso es exactamente lo que es: lo que NO es. El sentido del mayor contrasentido. Y eso es lo que hay.
Y lo que hay, aparte el olvido y la ignorancia, es un “¡Y yo qué sé!”, o un “¡Y qué mas dá!”.. Sin embargo, he observado, y es verdad, que antes un servidor era mucho más rechazado, discutido e insultado que ahora. O ya me conocen por lo sobrado, o es que voy más descansado; o es que, lentamente, despacico, hay cada vez más personas que dicen pensar y sentir igual que yo. Son pocos, pero son más que eran… Van separándose de la gentificación macarrónica y del borreguío de marisco, cabezasada, merluza y cotillón; y de las uvas de la ira y de la gira; y de las campanadas de los nadas, saliéndose del gregarismo en bruto.
Y este año, fíjense, me ilusiona pensar que algún día, en algún futuro, aunque no me toque felicitarme por ello, este género humano que ahora es mucho más género que humano, pueda llegar a darle la vuelta a la tendencia, a la cosificación, a hacerse masa, que ahora tiene, empezando a personificarse a sí mismos adquiriendo un criterio propio que hoy depende más de la jauría de intereses ajenos que nos ordeñan como las tontas ovejas que ahora somos.
Otro colega, el otro día, comprando el periódico, me anima: “hay que aprovechar, Miguel, que ya no nos quedan muchas Navidades”… Eso ya lo sé, le respondo a él y me respondo a mí mismo, pero no me importa perderme el circo. De hecho casi lo celebro. No me gustan los payasos, ni los domadores, ni los números que se cuecen en él… A lo mejor un año “me arrejunto” con esos “arrepentíos del beaterio de Santa María Egipciaca” que cada vez se suman más al como yo soy, y en vez de montarles el negocio a los de la hostelería “a tope guay”, hacerles una pedorreta con peineta y celebrar una navidad laica en el Registro Civil emborrachándonos con agua de litines cosecha del 47… Siempre habrá gilipollas que nos copien, lo conviertan en costumbre, luego en tradición, y todos en mogollón… Eso es que funciona así, con mucha caeza.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com