Existe una frase que nos debería dar qué pensar, si no vergüenza: “Siempre hay suficiente para quién comparte”… en contraposición a la de “Nunca hay suficiente para el que tira a la basura”. La primera máxima la hemos comprobado muchas veces cuando reconocemos que, entre los más pobres y humildes, comparten entre ellos, y aún les queda. Pero igual deberíamos reconocer que a nosotros, que compartimos con el contenedor, siempre nos falta, y volvemos al supermercado después de haber tirado… Cada cual en nuestro nivel, pero así actuamos en general.
Lo de los “remordimientos de conciencia”, palabras “vintage” que antes se repetía y repartía mucho, los evacuamos con nuestra aportación a la ong de turno, que para eso mismo están: para lavarnos los “remordimientos”… Permítanme entonces, puesto que parece que no nos afecta, que, en vez de hablarles de ética, les hable de matemática. Están hechas las cuentas:
Cada día mueren de escueta hambre más de 16.000 niños en el mundo (6 millones al año), y aquí no se cuentan a mujeres y viejos, que esos se contabilizan aparte. Tan solo críos. Y de Hambre, con mayúscula. Bien, pues tan solo con los desperdicios de los restaurantes de Tokio, Paris y Los Ángeles, comerían todos y no morirían… Huelga pues decir de las sobras que se producen en todo el resto, incluidas las de nuestros hogares, de este mundo llamado “desarrollado”, aunque sea un eufemismo, al menos moralmente hablando.
Se nos ha hecho creer (y nosotros lo hemos aceptado porque nos conviene), que la causa del hambre en el mundo reside en la producción – no se produce lo necesario -, cuando eso es una mentira flagrante… La causa, el motivo, está en la distribución. El embuste que compramos en el supermercado junto al azúcar, o las patatas o el aceite, es el de la carestía, en ambos significados de la palabra: de carencia y de carestía. Y esto sirve para todos los alimentos: que si la energía, que si los abonos, que si el transporte, que si la guerra, que si el lobo feroz… para justificar y enmascarar otra cosa: el monopolio alimentario.
Que se produce más de lo que necesitamos lo demuestra el hecho de que nos sobra más que suficiente como para dar de comer a todo el mundo (lo que tiramos a la basura). Luego no es un problema de producción. Falso. No se puede, ni se debe en conciencia, hablar de escasez cuando llenamos los contenedores todos los días con lo que nos sobra o caduca en nuestras despensas. Sumen a esto todo lo elaborado y no consumido en bares, restaurantes y chiringuitos que va parar todas las madrugadas al sobradero, durante todos los días en todo el mundo… Es una ignominia decir que es un problema de producción, y es una irresponsabilidad manifestar por nuestra parte que así lo admitimos.
Hay que estar más huecos que los muñecos de un ventrílocuo (es lo que somos, en realidad) para no darnos cuenta que todo está en la distribución, que es cada vez más monopolidistribución alimentaria… El hecho de que los productores se quejen de explotación y abuso en los precios cobrados por sus artículos, y que los consumidores se quejen de abuso y explotación por los precios pagados por los mismos productos en los “super”, pone en la diana dónde reside el problema: en las distribuidoras, que utilizan márgenes monstruosos de un 600%, 800%, o incluso un mil por cien… para encima luego, el sobrante, que vaya a la basura.
La alimentación en el mundo está, cada vez más, en manos de oligarquías que la monopolizan. Y prefieren que se tire cuanto se compra y no se consume antes que tener que bajar los precios; o que se pudra en el bancal, antes que pagarlos ellos más caros. Lo que les importa es el mismo hecho de la compra a sus precios impuestos, lo que luego ocurra con lo sobrante les da igual… Otra forma de decirlo: prefieren que mueran millones de niños de pura hambre a bajar los precios y dejar de percibir sus infames ganancias. Esto está tan sumamente claro que deberían dolernos nuestras conciencias, o nuestras vergüenzas, si es que nos quedan lo suficiente de ambas.
Lo digo porque está en nuestras manos que eso no suceda. La única forma de ponerlos en su sitio es consumir exactamente aquello que se precise. Hacer política de alacenas vacías. Comprar lo justo, lo indispensable que vayamos a consumir. Que les sobre a ellos el género sin vender. Iniciar una campaña concienciativa de tirar lo mínimo, nada a ser posible, a la basura, cero… Ir solo a aquellos restaurantes donde se certifique y garantice que se hace lo mismo. No se trata de atiborrarse tampoco, ni comer más de lo necesario, eso es una ignorante falsedad, se trata de consumir solo lo que necesitemos.
El pecado de la humanidad de llenar contenedores de alimentos no consumidos y caducados mientras los niños se mueren de hambre a su alrededor, es horrendo… Si estamos aquí para evolucionar, no creo que lo hagamos mientras aceptemos y mantengamos estas situaciones de injusticia vital. La cuestión es que nuestros regidores y políticos, que forman parte del sistema, también lo forman del problema, y no lo van a resolver porque les va la paga en ello, y los privilegios, y el poder. Y los presuntos implicados, que son todo menos presuntos, los distribuidores de alimentos, porque se enriquecen con el hambre y las necesidades ajenas, hasta el punto que si no las tienen, se las crean para que no dejen de comprar…
Así que solo quedamos nosotros, los robots, los que mantenemos este estado de cosas en funcionamiento. Somos, en lenguaje jurídico, los colaboradores necesarios en este crimen de la humanidad a la humanidad.
Ya… ya lo sé: si la gente supiera pensar por sí misma no pasaría todo esto, me sopla un propio por el sonotone… Para eso – le respondo yo al propio – la gente debería dejar de ser gente para reconvertirse en personas. Volver a ser lo que éramos antes de ser gente. ¿Por causalidad, alguno se acuerda?..
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com