(de La Sexta)
No me voy a referir al oraje, al meteoro, a comentar ese manido recurso comunicativo que sí, que da para mucho, pero que no es el motivo que hoy me mueve… Tampoco voy a usar el tiempo para medir distancias entre los hechos que se suceden unos tras otros, como metraje de los acontecimientos que pasan. Ni mucho menos voy a utilizarlo en obsoletos recuerdos de historias ocurridas, aunque ninguna historia pasada es inútil, y mucho menos para alimentar el bulo que se acostumbra a hacer rular por ahí de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, o peor…
Y, simplemente, porque el Tiempo como tal no existe, aunque mucho se diga y poco se crea. Ya lo demostró Einstein cuando promulgó su conocida Teoría de la Relatividad, precisamente de la relatividad de ese mismo tiempo…
El tiempo es una especie de chicle que estira y encoge según las circunstancias de la percepción humana, nada más que eso. Puede ser muy útil en cuanto a establecer distancias siderales, tomando como base la velocidad de la luz, y formulándolas pues en eso mismo, claro: en años-luz. O para dar la hora del reloj. Pero, en el momento en que se modifique el factor velocidad, el tiempo ya se percibe de diferente manera en un lugar que en otro, y los habitantes de aquí envejecerían más rápidamente que los que viajan en un vehículo espacial. Distintas actuaciones del mismo tiempo. El motivo es ese: que, realmente, no existe como tal tiempo, o como creemos que es, anclados como estamos entre los espejismos del pasado y del futuro… ¿Entonces – se me preguntará – pasado y futuro tampoco existen?.. Naturalmente que no. Lo único que de verdad existe es el Presente… Como el mismo Einstein dice, es, o somos en, un “presente-contínuum”, momento a momento de presente. Lo de hace cinco minutos ya no existe en el ahora, y los cinco venideros tampoco, pues aún no han llegado, y lo que no ESTÁ, no existe…
Lo que nos ocurre a los seres humanos es que nuestra mente (pues somos seres pensantes) nos lanza a los recuerdos constantemente, y a las elucubraciones,,. de modo que nos evade del presente, y no sabemos concentrarnos en él. No es que no podamos, es que nos resulta incómodo, y trabajoso, y difícil por lo tanto, pero todos estamos dotados para poder… En el fondo es que no queremos creer que podemos, pero, la verdad, es que si un yogui, un sensitivo, un oriental, puede, nosotros tenemos la misma potestad, pero que no la ejercitamos. No nos molestamos en abstraernos dentro de nuestro presente, que es concentrarnos en él, que, en definitiva, es lo único real que existe y tenemos a mano.
Existe un sencillo experimento al que le invito a probar: en uno de sus muchos presentes empiece a contar hacia atrás, hacia el pasado. Llegará un instante en que todo y todos dejaremos de estar, porque llegará al cero. Tenga en cuenta que ha de arrancar de un número presente. Si lo hace hacia delante, igual dejaremos de estar, pues se nos lanza al infinito… No existimos más allá de nuestro presente, de nuestros presentes, fuera de recuerdos y conjeturas, donde el tiempo es un disolvente de pasados y futuros. Todos desembocan en el presente, todos arrancan del presente…
Así que no. El tiempo lo fabrica nuestra imaginación a través de nuestras mentes, conforme a lo que necesitemos de él, pero no tiene existencia propia y real fuera de nuestro yo y ahora… Nosotros, seamos lo que seamos, estamos sujetos al engranaje natural del movimiento universal. Y punto pelota… Por cierto, que Universo es una definición compuesta de Uni-Versus, o sea, Una Palabra, Un Verbo. “Por la Palabra fue hecho, y luego el Verbo se hizo carne, y vino a habitar entre nosotros”, dejó caer San Juan así, como el que no quiere la cosa… Luego vienen ustedes, please, y dónde dice Verbo, o Palabra, ponen ustedes “Energía”, y dónde dice Carne, colocan ustedes “Materia”, y les sale un don Alfred como una casa.
El tiempo, si acaso, es el flujo de esa Energía a la Materia pasando por la Masa einsteniana, y tampoco estoy muy seguro yo de eso… Las horas que marcan nuestros relojes no es tiempo, no es “el tiempo”. Eso es un reflejo a través de mil espejos que nos distorsiona una realidad a la que estamos empeñados en medirla. Pero eso sí, reconozco que estamos sujetos a esas cadenas que nosotros mismos nos hemos fabricado y colocado. Nos hemos esclavizado a lo sucedáneo, y hemos escamoteado nuestra realidad verdadera, la genuina, la auténtica.
Admito que esto que hoy suelto aquí resulta indigerible para muchos. Les pido perdón. Lo que pasa es que, al ser difícil de creer no nos resulta fácil de entender, piénsenlo… ¡Vamos, joer, decir que el tiempo no existe!.. cuando estamos sujetos a él desde que nacemos hasta que morimos, me van a decir a mí… Pero es así aunque no queramos creerlo. Los que rompen esa atadura están libres de ese nacimiento y esa muerte, que son los aparentes límites impuestos por ese tiempo que nos ordena nuestras vidas (Jesucristo no murió y resucitó, es que no dejó de vivir), pero que, “en verdad, en verdad os digo, que mi tiempo no es de este mundo”, bien pudo decir aquel Nazareno.
Y he usado, adrede, las mismas iniciales palabras de Aquél a quién decimos creer y seguir, para que veamos (yo también, claro) que una cosa es decir que tenemos fé (prestada, naturalmente), y otra muy distinta tenerla en posesión, por muy compartida que sea. Y aquí no hay Iglesias mediadoras ni medianeras, ni mediatrices ni medianías, que son las Reinas del Tiempo hecho rito y dogma.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com