Ya tenemos las municipales encima y mis zagales encueros, que se dice… Podría expresarse imitando a los antiguos en el santo del patrono (o patrona, que tanto monta, monta tanto). Vale el remedo – que no el remedio – si mudamos zagalería por intención de voto, como se dice ahora de las encuestas. A mí, por lo menos, me pasa conforme también pasa el tiempo, no crean. En lo de elegir munícipes, de ayer a hoy existe una mudanza que antes no tenía cabida, y es el partidismo. Observen vuecencias que no digo ideologías, porque, al menos a mí, así me lo parece. La ideología está cada día más vendida al interés del poder y de las posaderas, más que a otra cosa. Y eso de las siglas se debe a la incidencia enfermiza de la polaridad del votante. Examínelo por usted mismo, y piénselo.
Hace años, por lo general, en cuanto se trataba de los Ayuntamientos, los ciudadanos miraban más al personaje que a la banderín de enganche que representaban.. Así, si se equivocaban, se equivocaba el mismo personal votador, y si acertaban, pues también. En los pueblos, la gente, más o menos, conocen el talento y el talante de los que se presentan a regidor, y se confía más en el “conocimiento” que en el “cocimiento”. Esto tiene ciertas garantías, aunque no siempre avale el éxito de la empresa: elegir bien. A veces se yerra en el intento, se pica en hueso, y es que la pureza no es certeza, ni la “conocencia” es pura ciencia.
El otro día me decía una conciudadana, que es que éste, o aquél, Miguel (pónganlo también en versión femenina, please) era, o es, “buena persona”… Eso cuenta, le contestaba yo, pero se puede ser buena persona, y ser, a la vez, una nulidad, absolutamente incapaz de una buena gestión. Entonces salía automáticamente aquel desgraciado refrán de “más vale malo conocido…”. Normalmente, en estos casos, a su alrededor fluyen aspirantes a concejalías por ser solución económica hoy en día. Por la nómina y lo que caiga, se piensa muy a menudo. Mi amiga, me respondía que, aún y así, ella ponía lo de buena persona por encima de la aptitud o no del personaje. Naturalmente, le rebatía este servidor: ¿pero, y si se presentara una “presona” que, a la vez de buena, y honrao y trabajaor, y de buena familia y eso, fuera capaz de levantar un pueblo al que se le considera caído y bien caído, uséase, hundido?..
“Y andestá ese mirlo blanco?, culminaba en su razonamiento. Pues, equilicuestión, cerraba yo el parlamento… Y en esas tales estamos. La gente, en la actualidad, en los pueblos que aún llevan la vitola de pueblos, claro, todavía se dejan llevar por esa proximidad de conocimiento del candidato; por lo de “sí, hombre, sí, si es el zagal, o zagala, del tío Pichurri”… “mú buena gente, joel”, y luego, después, se mira la bandera por la que se presenta. Pero eso, ya digo, de una manera sutil, está variando a primero buscar la marca del ganadero, y luego mirar al que tira de ella, y eso es porque el enfrentamiento partidista, y bolsillista, que mantienen los políticos de toda ralea y condición, lo han inoculado y contagiado a un ciudadanaje que ya solo responde a llamadas demagógicas, y poco – yo diría nada – meditadas. De forma y manera que, cuando no hay primer plato, nos conformamos con el segundo, o los postres “pelaos”…
Pero lo cierto y verdad es que las elecciones locales sirven, al menos, para un par de cosas: para fortalecer al partido cabecero de la región que las suma, y para levantar o abatir a un pueblo. Lamentablemente, al partido le importa lo primero, y un bledo lo segundo (incluso los locales, o aparentemente locales)… Si alguien no ve esta realidad, mejor que vaya a un oculista (yo tengo una estupenda que les puedo recomendar). Así que, llegados a este punto, lo único primordial e importante para el borregámen votante, en el que, por supuesto, yo me incluyo, y lo aclaro para que no nos sintamos ofendidos, es procurar examinar muy, pero que muy mucho, a los que piden la venia, o a repetir venia, antes de echar la papeleta a la urna, y miren bien la cuadrilla que llevan arropándolo y arropándose.
…Porque nos jugamos la buena navegación o el hundimiento del Titánic. De nuestro Titánic. El empobrecimiento, la decadencia, la cuestabajo de un pueblo se basa en las medidas de acierto o error en materia económica. Básicamente. Como, por ejemplo, (o mal ejemplo) el Sistema de Licitaciones, que reduce, muy injustamente además, la capacidad de generar y reinvertir impuestos, y entorpece, traiciona y zancadillea a las propias empresas locales… Y no hablo de legalidad, si no de honestidad. El saber eludirlo es la obligación moral y ética de cualquier político honrado, fuera éste de la formación política que sea; y no utilizar esa excusa para hundir al rival a costa de los intereses de ese pueblo. Aquí solo vale la unión de los concejales y abanderados, y lo otro es tan solo que la defensa de las respectivas poltronas.
Por eso mismo que hay que conocer y conocerse. Y es lícito equivocar y equivocarse. Lo que no debería ser normal es reiterarse en los errores y escagarruciarse en los compromisos. Yo siempre he sido de la opinión que los aspirantes a ediles deberían levantar actas ante notario de sus programas, y que nunca, jamás, se pongan un sueldo superior a la media del Pib del propio pueblo al que aspiran regir. Y que se enriquezcan ellos al tiempo que enriquecen a su municipio, y eso tan solo como normas elementales. Ya sé que, a veces, lo estético priva sobre lo ético, pero por algo se empieza.
Así que, vengan, miren, comparen, y si encuentran algo mejor, cómprenlo. Es un viejo slogan televisivo de una antigua marca de detergentes, ya lo sé, pero quizá nos pueda servir de algo.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com