El otro día pude ver en Cine Clásico, aquella vieja película “Un Lugar en el Sol”, del año 1951, de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor, en puro y duro blanco y negro… un drama al uso de aquella época. Recuerdo que, cuando la pusieron en mi pueblo, de crío, la censura malpensante imperante la calificó como 4R, Gravemente Peligrosa. Ni siquiera mi amigo Joaquín, portero del Cine Carthago, pudo dejarme entrar, dada mi escasa edad para ello, y porque las severas normas le imponían jugarse el empleo de haber hecho la vista gorda. En otras ocasiones hubiera dejado “colarme” con un indisimulado movimiento de la cabeza. Pero no en esa…
Lo curioso del caso es que no hay en dicha película, ninguna, ni una sola escena escabrosa, ni un solo fotograma tórrido, nada subido de tono. Tan solo es la trágica historia de un sentimiento de culpa que desemboca en una sentencia de muerte, donde, al final, el planteamiento de fondo es: ¿dónde está el crimen: en desearlo o en llevarlo a efecto?.. ¿el arrepentimiento previo sirve de algo?.. Un dilema, en definitiva, entre la ley y la conciencia. Pues bien, es lo que aquella conciencia de aquél régimen, feudal y dictatorial, prohibía como gravemente peligrosa para la moral, cuando era, por lo contrario, estrictamente moral.
Todo se construía a través de un triángulo amoroso, como suele darse en estos casos, y no sé si aquella estupidez se debía a tan nimia causa, o a que planteaba dilemas morales profundos de los que debíamos ser castrados de raíz. La torpeza de aquella censura era tanto como la burda simpleza de su planteamiento: se cogían de la mano Iglesia y Estado, y se repartían el melón: a ver, se decían ambos, tú prohíbes todo lo que se considere pecado y yo todo lo que considere político. No solo en el cine, si no también en los periódicos, la radio, la televisión (cuando empezó a haberla, claro), en cualquier medio de comunicación, e incluso en las calle y conciliábulos de bares y tabernáculos; y cuidado con las visitas que recibe en casa o con quién habla y de qué habla, que el soplón anda camuflado y con la oreja puesta y dispuesta. Y no hacía falta probar nada, con la simple delación bastaba.
…Exageraciones… me susurra un joven escuchante de mis comentarios. No, en absoluto. Realidades a las que, aunque no sea natural, formó parte de aquella naturaleza. Yo sé lo que digo, pues, posteriormente, en nuestro entonces negocio familiar, la imprenta, mi padre me confió la responsabilidad de ser el “portacensuras” de aquella Ley de Prensa e Imprenta imperante, impuesta por el entonces Ministro de Interior, Fraga Iribarne. Un servidor de los frailes tenía que recoger siete ejemplares de cada impreso que saliera del taller, para llevarlos a sellar al Ayuntamiento, y firmar con el delegado municipal al efecto, nombrado por la Delegación de Gobierno de Murcia.
Me imagino si aquél poder omnímodo de aquel absolutismo dispusieran hoy de él los nuevos ayatolahs del “buenismo”, los apóstoles y apóstolas de la (falsa) corrección política, y los nuevos iluminismos de nuestra extremada, y extremosa, izquierda. Sería tan tremendo como fue aquello, aún viniendo del lado opuesto del espectro – de fantasma – político… Fíjense en el ejemplo con que abro este artículo con lo de la película de George Stevens: una censura enfocada hasta en cómo manipular los problemas morales , y de qué manera dirigir las conciencias de las personas. Afortunadamente, hemos cambiado la nomenclatura de dictadura por democracia, aunque, en el fondo, late la misma estrategia de dominio mental.
Porque esto no es óbice para que determinados partidos sigan intentándolo a través de las armas de poder e influencia de que disponen. Vemos cómo se intenta acotar o comprar a los medios informativos; o de qué ruin manera se ataca a los jueces echándoles una culpa que es de una pésima legislación por parte de esa misma clase política que larga su responsabilidad sobre hombros ajenos, en una especie de dominación del poder judicial; o de qué forma se realizan los sistemas educativos, sin ni siquiera consultar a los propios educadores y profesionales, como tampoco consultan en ninguna otra rama de gobierno y legislación (nótese lo mismo en el sistema de salud).
La censura es prima hermana de la incultura. Por eso mismo que lo primero que se intenta desmontar, poco a poco, son los sistemas educativos, debilitándolos en filosofía, humanidades, e incluso en responsabilidades; y formando (o deformando) a generaciones enteras para que no piensen por sí mismas y solo obedezcan a pensamientos dirigidos: la estrategia del pensamiento único.
No se necesitará censura alguna cuando todos pensemos igual… ¿Qué es el “Gran Hermano” orweliano, una democracia o una dictadura?.. ¿de izquierdas o de derechas?.. Cuando todos comencemos a seguir los pensamientos impuestos (ya están siendo perseguidos los libres), entonces ya no hará falta métodos impositivos violentos, ni represivos. Seremos todos iguales, como los manguales: el “ferpecto” Mundo Feliz de Huxley.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com