En las brumas antíguas de mi niñez, reside la figura veraniega de aquél expendedor ambulante en las ferias, que vendía aire… Sí, vendía a la chiquillería, por una perra gorda, unos molinillos con aspas de papel clavadas en una caña de dos palmos. Si hacía un poco de viento, aquel sencillo artilugio giraba que daba gusto. Si no, la versión “auto” consistía en soplar, o también correr para producir uno el aire en base a la velocidad que imprimía nuestro cuerpo en movimiento. Pura física. Pero aquello era un regalo barato para cualquier zagal, carente de todo menos de imaginación, y que se podían permitir todas las economías entonces existentes, hasta las más exhaustas, que igual eran la inmensa mayoría.
Se me abre hoy esa ventana al recuerdo por la gran similitud gráfica de aquellos molinillos de papel de colores, que precisaban de nuestro pulmón, con los actuales generadores de energía eólica que pueblan parte de nuestras altas planicies y montañas… Aún comparando la proporción de aquellos frágiles artilugios con las inmensas torres y sus gigantescas aspas, la similitud es mucha… o a mí me lo parece al menos. Sin embargo, por algún interesado, y no me cabe duda que inducido, movimiento social, parece que se ha decretado oponerse a ese tipo de instalaciones. La estúpida razón que se esgrime no es que sea perjudicial para el medio ambiente o para el bienestar humano, más bien todo lo contrario, si no porque ofende el más que dudoso sentido estético del personal.
Y exáctamente igual está ocurriendo con los huertos de placas solares… Antes criticábamos que un país rico en energía solar limpia, se la impidiese y estorbase, poniendo incluso un absurdo “impuesto al sol” y legislando en contra de su implantación. Y hoy nos manifestamos en sentido contrario. Ayer nos quejábamos de rendirnos a las energías caras y contaminantes, y ahora ponemos pegas a la producción de las baratas y limpias… porque afean el paisaje. Por lo que se ve, una central nuclear con su torre humeante abierta a la atmósfera es un paisaje digno de admirar. Desde luego, el cretinismo humano es paradigmático. Ignoro por qué los molinos de viento que decimos proteger como patrimonio cultural nos parecen tan bellos y bucólicos, y estos gigantes eólicos nos parecen abominables. Los dos están movidos por el aire, unos nos daban harina y los otros nos dan electricidad incontaminante para ser consumidas por los hogares de su entorno. En ambos operan exclusivamente las fuerzas naturales… Don Quijote se confundía con los primeros, y nosotros nos confundimos con los segundos.
…Yo creo, en mi particular opinión, que todo obedece a un tipo de demagogia, escondida e interesada, política o económica, o las dos cosas a la vez, inyectadas en una ciudadanía, fácil de embaucar, por haber sido sustraída a sistemas educativos serios, honestos y eficientes, y haber sido vendida a la incultura de las redes, aleatoria y llena de falsedades y mentiras. Las personas, cada vez menos personas, son cada vez más gente. A este fenómeno, actual y real, algunos pensadores y sociólogos ya empiezan a denominarlo como “la gentificación de los seres humanos”… Esto hace, por ejemplo, que empiecen a constituírse comités de ciudadanos y vecinos que no protestan en sus ayuntamientos por la deriva económica externa de sus impuestos que solo produce pobreza y decadencia (sistema de Licitaciones), pero sí lo hacen porque, al abrir la ventana de su casa, en vez de ver el solar improductivo y lleno de matojos, lo ven lleno de placas solares o molinos eólicos.
Y la demagogia anida en la democracia y se establece en la dictadura, no lo olvidemos… Un demócrata de una pieza como era Ortega y Gasset, ya lo advertía sin ambages: “La democracia exasperada y fuera de sí, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad”… Hoy los derechos de una panda de manipulados se solapan y confunden con los derechos de toda la sociedad en general y en su conjunto. El derecho a la libertad de expresión, como otro ejemplo, no permite violar cualquier norma de respeto. Nuestro derecho a la libertad no es aval para esclavizar al resto de los demás. Justo a eso se refería Ortega. Lo veía venir. Esto no quiere decir, en modo alguno, que se use la represión para salvaguardar lo contrario. Tampoco es eso. La sutil línea que separa la ley de la norma es la educación, y eso solo lo otorga una buena cultura de base.
… O dicho de otro modo, tal y como lo dejaba caer André Malraux: “Esta voluntad de expresar la vida humana sin discernimiento moral, es lo que caracteriza el totalitarismo”… La perversión de la democracia es cuando ésta dá a luz un nazismo, un fascismo, un comunismo, o cualquier otro ísmo. Y nuestras democracias actuales están concibiendo en su seno a muchos y peligrosos populismos. Algunos, ni se ocultan, como el de Meloni recordando a Mussolini. O en Francia, donde gran parte de los obreros y parados han votado a Le Pen (¿?). O el golpe frustrado hitleriano en Alemania. O como Vox, aquí, en España, recordando a José A. Primo de Ribera, y coreando “Volveremos al 36” sus desgraciados espantapájaros musicales, contratados teloneros en sus fascios fastos…
Ellos son los que envenenan la voluntad y el pensamiento, y el razonamiento, de los ignorantes, que actúan, como auténticos zombies, bajo sus mentiras… Pero es que, la manifiesta mediocridad de los otros partidos, que los imitan adoptando el sistema de consignas, es lo que hace enfermar a la democracia… Piénsenlo, piénsenlo ustedes…
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com