Nos balanceamos entre las potencias árabes nos guste o no nos guste, como entre os hilos de la araña. Hace uno días, nos sonaron en la oreja de escuchar – no necesariamente en la meninge de entender – un par de nombres árabes, si bien que con distinto significado, aunque en el fondo sean los mismos servicios prestados: Abú Dabbí y Quatar… El primero, porque de allí venía, y allí volverá, y de nuevo vendrá… nuestro rey emérito, don Juan Carlos el Primero. El primero que nos ilusionó y el primero que nos defraudó; y el segundo, porque su hijo don Felipe, por lo mucho que nos conviene a España tras la metedura de pata de nuestro presidente Sánchez… Y ambos eventos se manifestaron a la vez y en las mismas fechas y tiempos.
El primero nos envió en descubierta de prueba a un Juan Carlos I amortizado y que no debería levantar más pasiones que la de ignorarlo, y la humana de ser piadoso con el caído… Ni los trasnochados vítores de un Sanxenxo, aún clavado en el modelo Estoril-clasista, ni los tampoco odios de colmillo retorcido de una izquierda histérica (que no histórica, si acaso prehistórica) encadenada a lo visceral y no a lo racional. Ambas posturas son ronchas arcáicas que suponen adoraciones y aversiones, ya pútridas y en descomposición… y ambas sin sentido. A mí, al menos, ya poco me afectan. Me hiere más, si acaso, el rencor que esa izquierda manifiesta a los auténticos republicanos que sufrieron el exilio de la guerra, que el símbolo manido de la realeza decimonónica. Lo que demuestra la falsedad de esta izquierda de pose…y lo digo como ejemplo y de paso.
Y el segundo, la visita del Emir de Quatar y señora, que nuestro rey agasajaba en Zarzuela mientras su desgraciado padre se quedaba en casa de un amigo regatista, tras dos años de separación familiar e institucional, y que venía a hacernos un favor por cuenta de Felipe VI, que está al quite, como en tiempos hacía su padre, y que hoy es cedernos a medio plazo el gas que Argelia va a dejar de enviarnos por la puñalada trapera recibida por lo del Sahara y la puesta de culo a Marruecos, perpetradas unilateralmente por nuestro insigne Perisancho… quizá que a la voz y órden del mandamás Bíden, del que es estúpido devoto. Mientras se escenificaba el ágape en palacio, los ministros correspondientes firmaban el contrato en la trastienda… Esa es la auténtica realidad tras las bambalinas, y el satinado couché de los Holas, y las hipócritas rasgadas de vestiduras y culpables silencios de las cobardes alharacas populistas a un lado y otro del Mississipi… Cuatreros todos, por cierto.
Pero lo cierto es que dependemos de los árabes ricos y cresos para que nos suministren la energía de la que carecemos y dilapidamos con las políticas erróneas y erráticas de nuestros gobernantes; y para que nos tapen, por tiempo indefinido, nuestras vergüenzas nacionales, que no sabemos asumir, ni resolver dignamente… La cultura árabe dispone, al menos, de dos grandes virtudes: su generosa hospitalidad y su ilimitada paciencia.
La primera la está escenificando Abbu Dabi con nuestro exmonarca. Su demostrada amistad con los árabes (de la que, si bien es cierto que ha sabido aprovecharse, tampoco es menos verdad que se ha beneficiado España a través de muy ventajosos acuerdos comerciales) y que, aún en tiempos aciagos para todos, no se les caen los anillos en demostrarlo a pesar del ruido mediático de este gallinero… Y la segunda es el papel del emirato quatarí, que acoge a un cliente rebotado, sin un mal gesto, y se sienta a la puerta de su tienda en el desierto a la espera de ver qué pasa: si el cadáver de su enemigo, o la hacienda de su amigo… Y ustedes ya me entienden.
Entre tanto, aquí, montamos un guirigay por la escueta visita “del que un día fue”, entre tirios y troyanos; perjudicamos la forma de gobierno que democráticamente nos hemos dado todos los españoles; y le hacemos el juego a las más oscuras fuerzas distorsionadoras de la realidad y disolutorias de la sociedad; y prestamos oídos al odio y rencor más espeso y casposo de una parte de nuestros políticos… Porque el emérito debería saber que está poniendo en una situación difícil e incómoda, y comprometida, a la Corona y a su propio hijo, y que la contestación a la capciosa pregunta, mejor la de “comprenda que este no es el momento ni aquí es el lugar”, que la torpe de “explicaciones, ¿de qué?”… Y luego, nosotros deberíamos de saber que entrar en ese malsano juego idiota es ir en contra de nuestros propios intereses como país y como ciudadanos.
Lo que pasa es que no podemos pedir peras al olmo… Lo decía un columnista de El País: mientras el Pib de Marruecos es diez veces menor que el de España, y es una dictadura frente a una democracia, nos gana todas las partidas en todos los tableros, porque allí el pueblo y sus gobernantes tienen un sentido de Estado y de país que les hace cerrar filas ante todo lo que sea en su interés, y aquí, sin embargo, somos autodestructivos para con nosotros mismos, y atacamos nuestras propias estructuras e instituciones, y nos apuntamos al guerracivilismo cada vez que nos cuelgan un cebo del anzuelo. En esto mismo hemos tenido el ejemplo: ¿qué nos ha sido más importante, el venido de Abbú Dabí, o el de Quatar?.. A estos ecos me refiero, compañero.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com