“A quien escandalizare a uno de estos pequeños, más le vale atarse una `piedra al cuello y arrojarse al mar”… No existe en todo el Evangelio una forma de condena tan dura e inapelable como ésta. Se ve que Maestro estaba más cabreado con esta gente que con los mercaderes del Templo. De haber estado yo presente sabiendo lo que sé hoy, quizá le hubiera dicho: “Rabí, me parece a mí que nos van a faltar piedras…”, o algo parecido. Pues seguro que sabía que la pederastia era practicada en muchas de las culturas de entonces – griega, romana, etc. – y por todos los poderosos de cualquier época, pero quizá no pudo adivinar entonces (o quizá sí) que la religión que se arrogaría ser su seguidora la iba a practicar con tanta fruición en manos de su sacerdocio…
Hace poco, los obispos españoles han acudido a su reunión anual divididos por tal escándalo histórico de abusos sistemáticos a menores en su seno. Eso sí, la Conferencia Episcopal Española, que hace unos meses rebuscaba vanas disculpas porque decía que “fuera de la Iglesia también se dan casos” (ruín, despreciable y poco cristiano comentario, por cierto), hoy piden perdón con la boca pequeña, obligados por las circunstancias, pero siguen sin decidirse a abrir los archivos de sus Diócesis y a entorpecer las investigaciones, ni siquiera a decidir su participación sin renuencia alguna en la Comisión abierta por el Defensor del Pueblo… En realidad es que existen dos bandos: los que están por la labor, al menos hasta cierto punto, y los que son reacios a reconocer nada, y mucho menos a facilitar información. Que estos segundos, sean obispos, sacerdotes o de toda clericalla, puedan ser llamados “hombres de Dios”, me reservo mi personal opinión, y ustedes me perdonen, pero no encaja la definición con lo que Cristo opinaba de la jauría que así obraba, y me remito a mi párrafo anterior…
Pero es que la Iglesia toda, desde hace décadas que igual mantiene dos posiciones irreconciliables a tal respecto. Basta recordar lo que el propio Francisco relató a los periodistas en el avión de regreso a Roma de su viaje a Panamá en 2010, hablando de varios episodios sobre vergonzosos encubrimientos: “el cardenal Ratzinger tuvo todos los papeles. Pero había filtros que impedían llegar al meollo. Tras convocar una reunión, fue a ver al Papa Juan Pablo II con los documentos. Cuando volvió, dijo a su secretario: archiva la carpeta, ha ganado el otro partido” (EP-26/4)… Después, ya como Benedicto XVI, tampoco pudo, o no quiso, hacer gran cosa. El Prefecto para los Institutos de Vida Consagrada, el cardenal Braz, en declaraciones a la revista española Vida Nueva, en Noviembre de 2018, ya soltó una terrible acusación: “quiénes han encubierto abusos durante setenta años son una mafia, no son Iglesia”… Si bien entonces corrió en la Curia la conocida frase “no se castiga a un amigo del Papa”, cuya versión en España era – y quizá aún es – “no se castiga a un amigo del obispo”. Y aquí, casi todos los sacerdotes son amigos de sus prelados. Totus fráteres in virtus et pecatus.
Y es que, en nuestro país, muchos de los pederastas asotanados han sido reputados profesores en seminarios diocesanos o en prestigiosos colegios religiosos, privilegiados puestos designados por los obispos. Esos mismos obispos que se han estado defendiendo adoptando la infame coletilla política del “y tú más”, en referencia a que fuera de la Institución se abusa más que dentro de ella, han ignorado, artera y voluntariamente, al menos tres cosas: una, que “fuera” es mucho más grande que “dentro”; dos: que “fuera” se persigue y castiga al que se pilla, y “dentro” los trasladan, lo tapan y lo ocultan; y tres: “dentro” son la Iglesia, y están obligados a dar ejemplo a los de “fuera”, que somos fieles e infieles a la par. Así que, si ellos son los buenos, apaga y vámonos…
Por eso, que el cardenal Omella, líder de la Episcopal Española, siga con el títere de que “el mayor número de abusos no se comete en la Iglesia. Pediríamos que también investiguen” es una insolente falsedad… Primero, porque, proporcionalmente, sí que el mayor número de abusos se comete en la Iglesia, además de con abuso de autoridad. Y segundo, que en lo civil sí que se investiga, es en el ámbito de la católica donde no se investigan, pero sí se tapan – cuando no se niegan – por lo que más le valiera a él también colgarse cadena y candado en boca antes de tirarse a la piscina, como Jesús decía a los que escandalizaban… Como no sé qué le diría al portavoz de la misma Conferencia, el obispo Argüello, que ha soltado con lengua bífida que la pederastia en los ámbitos eclesiales “tan solo son pequeños casos sin importancia”…
Ambos dos elementos, junto a su vicepresidente de la institución, el también cardenal Osovo, viajaron el pasado 7/4 a visitar al Papa Francisco. Como tres soles. Andan buscando acomodarse en la Asamblea Episcopal con el apoyo del pontífice. Si éste les da cuartelillo, tendrá tres elementos más entre sus huestes que le segarán la hierba bajo sus pies, a poco que se descuide. Por muy Santo Padre que sea, esta gente acabará por robarle sus Sandalias del Pescador, porque no son personas de religión, si no mercenarios de la religión, que no es lo mismo, y lo están demostrando en su postura frente a la pederastia de “los suyos”.
La Iglesia tiene a su peor enemigo dentro de su propia casa. No fuera. En realidad hasta es de su misma familia… La cuestión es qué facción vencerá, si los que defienden a Bergoglio o los que dicen que lo defienden. En toda su historia, desde su fundación (la católica no la fundo Jesucristo, si no Pablo) ha sido una institución sibilina que siempre ha perseguido sus propios fines de poder, influencia y dominio. Y sus peores batallas las ha librado siempre dentro de sus propios principados. Luchas intestinas que unas veces han ganado unos, y otras veces, otros… En esta de ahora, el resultado aún está por dilucidar. Y aquí, los fieles cuentan bien poco. En realidad, no cuentan nada… Como siempre.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com