Recientemente ha sido el Día del Libro… Y tengo por esos mundos de letras una seguidora, Mihaela Vasile, del Club de Escritores, que me había solicitado que escribiera algo, precisamente sobre eso mismo: sobre escritores y lectores. Le prometí hacerlo, aunque le pedí un poco de tiempo, y el traerlo coincidiendo con la efeméride del día del libro resulta obligado, dada la materia. El tiempo es el pegamento con que las ideas se transforman en escritura, y que, a su vez, se transforma en otras ideas. Como las ideas del que lee no tienen por qué ser iguales a las ideas del que escribe. Ambas acaban por reproducirse en una ecuación final. Y he aquí el milagro del escritor con el lector.
Tan íntima es la asociación de ambos, que incluso no se puede ser escritor sin ser lector. No quiere decir que todo lector pueda llegar a ser un aceptable escritor, pero casi… El que no lee apenas sabe escribir, e incluso ni siquiera remedar o copiar, puesto que no tiene a quién. Y no hablo de “copypega”, si no de desarrollar ideas a partir de otras. Por eso que la simbiosis autor-lector sea una especie de comunión que obra el portento de la multiplicación de los panes y los peces. Y de ahí que la lectura (la interpretación de la palabra escrita) sea el arranque de todas las culturas y civilizaciones que han existido, pues ya se sabe que, al principio fue el Verbo – la palabra original – origen primigenio de todo.
Tan es así, que el axioma (casi) que me plantea Mihaela, es paralelo al de la gallina y el huevo… ¿Qué fue antes, el lector o el escritor?.. Al igual que sin una gallina no puede existir su huevo, ni sin el huevo previo no pudo existir la gallina, lo mismo sin el lector no puede nacer el escritor. Ni al revés. Incluso cuando San Juan dejó escrito su “al principio fue la palabra” no hubiera podido ser sin un autor, ni sin que éste – San Juan – no hubiera bebido de los antiguos anales de la sabiduría hermética. Todo origen tiene su propio origen, y esa es la clave de la Creación… de toda creación.
De hecho, Creación y Creatura tienen la misma relación que escritor (autor) y lector… salvando las estelares diferencias, claro. El autor de una obra ha de ser interpretado por el actor (lector) de esa misma obra, pues, de no ser así, la tal obra dejaría de existir en sí misma y en el mismo momento de haber sido creada. Es el sistema que tiene el conocimiento para transmitirse y perpetuarse desde el principio de los tiempos… y, fíjense bien fijado, que los propios tiempos no hubieran existido sin su conocimiento previo fijado y transmitido por un Autor anterior al propio tiempo. Llámelo cada cual como crea o quiera, o interprétenlo como mejor le sirva a cada uno… o una. Por eso mismo, y sin querer pecar de exagerado, el principio autor-actor, escritor-lector, es un principio religioso, mistérico, de un esoterismso que se convierte en exoterismo, pues tiende a la propagación del saber y del conocimiento.
Naturalmente que todo escritor espera ser leído… para eso escribe. Pero no siempre escribe por eso (noten la sutil diferencia entre PARA y POR). A veces, muchas veces, si no todas las veces, se escribe “por” necesidad. En una especie de catársis que libera su magma interior. Existen muchas páginas escritas por mucha gente, encerradas en cajones bajo llave, que no han visto la luz, desconocidas para todo el mundo que no sea el autor de las mismas. Es el caso del escritor sin lector. Al igual que existen los casos del lector sin escritor, y son todos los anónimos y pseudónimos que se han dado, y que siguen dándose… No obstante, siempre, siempre, aún autores desconocidos contactan su obra con lectores desconocidos. Todo es cuestión de tiempo dentro del mismo tiempo…
Por lo tanto, los autores consagrados, como los escribidores desangrados, lanzamos nuestras piedras al agua del gran estanque para que dibujen ondas en la superficie del mismo. Todos. Los primeros conseguirán millones de ondas concéntricas, y los segundos unos pocos cientos, quizá hasta menos; los unos lo notan en sus cuentas corrientes, y los otros en sus cuentas dolientes (redes aparte); pero todos participamos del eco que nos devuelven nuestras afortunadas o desafortunadas piedras o paridas… Y en esto reside el fenómeno, llamémosle milagro, de lo que decía al principio: lo importante es la transmisión, la multiplicación exponencial, el que sean ideas que generen ideas nuevas, o viejas, análogas u opuestas, rabiosas o placenteras, todo eso da igual… Lo que merece la pena es que nunca falten lectores para que siempre haya escritores. O al contrario, que tanto monta, monta tanto, leyendo que escribiendo…
Antes, en la época de la avidez por el conocimiento, solo existía la letra impresa, manual o mecánica: códices, legajos, gacetas, periódicos, libros… Hoy, paradójicamente, en la era del desapego por la lectura, se tiene en el éter, en la “nube”, en las ondas y en las pantallas, gratis, al alcance de cualquier dedo de cualquiera. Nunca ha estado tan fácil ni tan asequible, y sin embargo, jamás ha sido tan despreciado y ninguneado. Ahora todos tenemos la oportunidad de escribir, aunque pocos tienen la afición de leer, y me refiero cuando digo “leer”, a entender, comprender, apreciar, e incluso saber o conocer.
Algunos hasta cometemos la contradicción de leer en tipográfica y escribir en informática. No sabemos prescindir el pasado como lectores y no podemos rehusar al futuro como escritores. Toda una paradoja. Si queremos cumplir con la ilusión de nuestra misión, no tenemos otra que cabalgar sobre caballos dispares… y disparejos. Y, a veces, hasta sin aparejos (por componer un mal pareado)… Yo me llamo a mí mismo “escribidor”, un peldaño por debajo de “escritor”, y me conformo y ufano de tener, al contrario que aquel Coronel, alguien que, de vez en cuando, me escriba. Algún leedor, o, como en este caso, leedora… Muchas gracias, mi querida señora.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com