Mi santa mártir me dice que no tengo paciencia, pero es que no lo puedo soportar… Y me acuso, padre, y madre, de intemperancia, y estoy dispuesto a la penitencia que me fuera impuesta, pero, aún y así, tiendo a recaer en la misma falta y pecado… He llegado incluso a estudiar las fases, pero, en cambio, me reafirma en mi alergia lo que no pueden llegar a imaginar. No lo soporto. Por otro lado, suele darse en las mujeres de mediana y mayor edad mucho más que en los hombres (yo de eso no tengo la culpa) aunque sé que me va a traer los ataques furibundos del feminismo más profundo…
…Aún no lo han adivinado, ¿verdad?.. Me estoy refiriendo a las señoras ante el mostrador de cualquier tienda, a la hora de hacer efectivo lo comprado. Resulta desesperante. Mucho más en estos tiempos de cola en los establecimientos, en que las demoras y las parsimonias le hace crecer a uno la barba. Los prolegómenos de cháchara de chacha son inevitables. Cualquier motivo resulta plausible: que si esto, que si lo otro, que si mira tú…. Luego vienen las fases de las cuales le hablaba este servidor:
I Fase: La del bolso. Tras agotar toda excusa de charla (le vá poco que haya una cola de personas esperando a la que importe un solemne pimiento sus razones de parloteo), entonces pregunta el importe de la compra… ¿qué te debo, oye..?.. nunca hasta oír la respuesta, clip, se articula la apertura del bolso, que da comienzo a una busca en escarbe de una cartera, o un monedero, en su interior, que nunca aparece antes de un tiempo en que todo el contenido haya sido revuelto varias veces…
II Fase: apertura del monedero, y búsqueda minuciosa y cabal de las monedas para realizar el pago… una a una se van buscando y extrayendo como con bisturí: dos, tres, cuatro euros; diez, veinte, céntimos, a ver… yo tenía una de cincuenta… con esto hacen… nada, me vas a tener que cambiar un billete de cinco, no, de diez… Este proceso resulta incalculable el tiempo empleado.
III Fase: cierre del monedero, no sin antes colocar delicadamente las vueltas, si las hubiera, en su interior, tras contarlas meticulosamente, y dejarlas caer como si fueran huevos (si se trata de billetes, se dobla inexplicablemente tres o cuatro veces para introducirlo en el monedero)…
IV Fase: cierre del monedero, clip, y proceso de devolverlo concienzudamente al bolso matriz.
V Fase y final del proceso: cierre definitivo del bolso, no sin antes hurgar en su interior para percatarse de que algo no se ha salido del mismo sin su permiso… Importante: hasta no haber concluido la última parte del ritual hasta el final, el cuerpo de la portadora no deja el sitio a otro cuerpo prójimo, o prójima… Imagínense cuando la tienda solo tiene una persona para despachar y para cobrar… Puede ser en la panadería, y cuando te toque, te llevas el chusco ya más duro que las piedras. Esto, que hablando de pan es el nuestro de cada día, se remata, a veces, con una especie e ineludible – por no decir ineluctable – “Hay, hija, me voy, que no sé qué pasa, que no tiene una tiempo pá ná… que siempre va una corriendo pá tó…”. Y es verdad. Estas pobres mujeres, normalmente, se quejan de cuánto tienen que trajinar, las pobreticas, y lo escaso que el Señor, ¡hay, Señor!, ha hecho el reloj. Y es muy posible que lleven razón… Cualquiera les dice que, solo en pagar, ha tardado cuatro padrenuestros y seis avemarías. Posiblemente que nos saquen los ojos y las asaduras a los que nos quejemos, y encima nos estará muy bien empleado.
…Y traigo hoy este tema a colación, no como crítica, aunque un poco sí, la verdad… si no por las distintas sensaciones del tiempo que tenemos las personas; por las diferentes formas de medirlo… Quizá sea según la edad; puede, también, no sé, que influya el sexo de esas personas; es posible que sea cosa de las ocupaciones domésticas, o del oficio. Por ejemplo, no es lo mismo un ama de casa que una azafata, aunque nunca me he tropezado a una de esas en la cola del supermercado del barrio… Como igual me doy perfecta cuenta que soy un jubilado al que ya le toca hacer estas cosas que nunca había hecho… y, como siempre he ido como una moto y con la sangre hecha gasolina, no concibo no llevar ya en la boca el importe de la transacción, contado y dispuesto, incluso antes de echar mano a la cosa en cuestión…
Puede que sea eso. Como también puede que lo otro sea el último resto de una cultura; de la sutil sabiduría femenina, que sabe recrearse y saborear las acciones más nimias y aparentemente fútiles, y elementales, de la vida, en cualquier momento que se ponen a tiro… Y que mis prisas que no son prisas de nada, ni ya para nada, lo mismo sean un resabio de una época en que los hombres creímos aquello de lo de que “el tiempo es oro”… Lástima que muchas mujeres se hayan contagiado de semejante patraña y estén empezando a parecerse a nosotros. Así, tan tontamente…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com